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¿Deberían obligarnos a comprar menos? La estrategia sostenible inspirada en tiempos de guerra

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A problemas extremos, soluciones extremas.

Gemma Cuadrado

25 Febrero 2020 16:58

La industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta después del sector del petróleo. Su producción emite más carbono que los vuelos internacionales y de transporte marítimo juntos. Todo para que cada año 800.000 toneladas de ropa acaben tiradas en los vertederos del mundo. Está claro que este sistema resulta insostenible, por eso la industria está viviendo un momento de reflexión crucial con el que pretende atajar este problema en un futuro muy cercano.

En la mayoría de debates sobre sostenibilidad y moda suele hablarse de economía circular, de recursos renovables, de alquiler de ropa, de la erradicación de las microfibras sintéticas, de reutilización de materiales o de la creación de nuevos tejidos mucho más sostenibles. Pero recientemente está empezando a sonar una teoría mucho más radical: ¿y si volviéramos a las economías de racionamiento de los tiempos de guerra?

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Durante la Segunda Guerra Mundial, el racionamiento llegó a todos los ámbitos de la vida, hasta el punto de afectar también al consumo de ropa. Lo que se tradujo en una producción de prendas mucho más duraderas y una disminución enorme de desperdicios textiles. Los uniformes empezaron a hacerse sin tapetas de botones cubiertas, se retiraron los pliegues de los bolsillos para ahorrar en tela y se abolieron los puños dobles y las cinturillas elásticas de los pantalones.

La moda se volvió más práctica, pero no necesariamente menos creativa. El gobierno de Gran Bretaña incluso alentó a su población con el eslogan “make do and mend”, algo así como “apáñatelas y arréglalo”. De modo que la gente empezó a coser, personalizar e intercambiar sus prendas. A falta de recursos, también empezaron a proliferar propuestas ingeniosas como la máscara de gas convertida en bolso o la bisutería a partir de piezas de antiguos aviones.

Antes de que te escandalices: esta teoría no pretende romantizar la violencia ni la precariedad, tampoco busca glamurizar los estados de emergencia. Pero no podemos negar que, durante los tiempos de guerra, la revisión de las economías suele ser rápida, eficaz y absolutamente radical. Justo la clase de abordaje que necesita la industria de la moda actual. A problemas extremos, soluciones extremas.

Racionar el consumo sería imposible en una era en la que nuestra libertad está estrechamente ligada con el libre consumo. Pero no se trata de esto. La lección que debemos aprender de los tiempos de guerra no tiene que ver con el autoritarismo sino con la filosofía que se esconde detrás de unas medidas tan extremas. Imagina que en vez de cartillas de racionamiento hubiera un impuesto sobre la ropa que beneficiara las compras éticas, o las de segunda mano, o que de alguna forma favoreciera los talleres de reparación y perjudicara a la industria de la moda rápida.

La comparación con los tiempos de guerra parece drástica a priori, pero en realidad, la emergencia climática actual requiere de una respuesta igual de urgente, tajante y eficiente. Toca reimaginar un modelo de negocio económicamente poderoso pero absolutamente insostenible. El choque de intereses está servido. Por eso a pesar de que los objetivos climáticos estén definidos, la hoja de ruta para conseguirlos todavía sigue en blanco. Y ya no hay tiempo para medias tintas.

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