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Lit
Antes de fallecer a los 95 años, Stan Lee se infiltró en sus propios cómics como quien lanza migas de pan: el objetivo último es encontrar el camino de vuelta a casa
13 Noviembre 2018 17:35
“Pues claro que me estoy suicidando, ¿tú qué crees? Solo quería hablar con alguien, eso es todo. Mientras espero. Solo quería hablar de cómics, ¿sabes? De todos esos increíbles cómics de mierda”. Wallace Sage ha tomado un cuarto de hachís, dos pastillas de éxtasis, una botella de vodka y un ácido. Wallace Sage se está muriendo. En paralelo, unos superhéroes se enfrentan al fin del mundo. No son superhéroes cualquiera, sino aquellos que Wallace Sage dibujó torpemente de niño. Wallace Sage no sólo está acabando con su vida, sino con la de todos aquellos personajes que creó lápices y rotuladores mediante.
Flex Mentallo no es un cómic de Stan Lee, pero si uno que sirve para calibrar el impacto simbólico de su muerte; la muerte del guionista que hizo de Marvel lo que es hoy. Piensa en todos los grandes, porque todos los grandes pasaron por su pila bautismal: piensa en los Vengadores, por ejemplo. Piensa en los Cuatro Fantásticos. Piensa en los X-Men y en Hulk y en el Doctor Extraño. Revisa la primera página de cualquiera de sus aventuras y localiza ese sello de calidad pop que reza «creado por Stan Lee y...». Daredevil, creado por Stan Lee y Bill Everett. Spider-Man, creado por Stan Lee y Steve Dikto.
La muerte, que ayer alcanzó a un Stan Lee de 95 años, fue precisamente el evento fundacional de personajes como Daredevil y Spider-Man: el primero, se puso las mallas por primera vez para dar caza a los asesinos de su padre; el segundo, se erigió como superhéroe tras el asesinato de su tío Ben. “¡Primer perdí a tío Ben hace años! ¡Y ahora al segundo mejor amigo que he tenido jamás!”, solloza Spider-Man, mientras sostiene en brazos al recién fallecido padre de Gwen Stacy en el número #90 de su serie. Una veintena de entregas después, en el número #111, Stan Lee abandonaría la cabecera.
Parecía como si, de algún modo, Lee quisiera limitar el uso dramático de la muerte; convertirla en un detonante seminal, nunca en un conflicto. La parca arrebató la vida a muchos de sus personajes, pero rara vez lo haría en historias escritas por él: fue Jim Starlin el encargado de cifrar cómo el cáncer terminaba con la vida el primer Capitán Marvel; fue Chris Claremont el encargado de firmar la muerte de Jean Grey en X-Men: La Saga de Fénix Oscura; Gerry Conway haría trizas el corazón de Peter Parker (y de sus seguidores) al acabar con la vida de Gwen Stacy.
Stan Lee no sólo delegó en otros las muertes de tus creaciones, sino que puso los cimientos de una Marvel que reescribiría el mismo concepto de muerte. El Capitán Marvel y Jean Grey volverían a la vida, por ejemplo, mientras que una Gwen Stacy alternativa estaría llamada a ocupar cabeceras como Spider-Gwen o Gwenpool. Era la victoria del papel sobre la carne: mientras los obituarios suceden a dibujantes y guionistas, los personajes que estos dejan tras de sí son incapaces de aceptar la levedad de la tierra; creados en su mayoría a mediados de los sesenta, ni siquiera tienen la decencia de envejecer.
Sólo la adaptación al cine del Universo Marvel ha roto ese conjuro: Hugh Jackman empezó a interpretar a Lobezno con 32 años frente a los 50 que tiene ahora; el contrato que une a Chris Evans con el Capitán América expirará en breve, sin todavía un nombre oficial que vaya a sustituirlo. Cumpleaños y altas en la seguridad social: de eso huíamos al abrir un cómic de Thor, de Iron Man, de Black Panther. Personajes que gestionan invasiones alienígenas, rupturas espacio-temporales, finales del mundo que nunca llegan, pero que jamás se ven obligados a renovar la foto de su documento de identidad.
En artículos publicados hace pocas horas, los medios hacían distintas reformulaciones del mismo titular: Stan Lee habría filmado a tiempo su cameo para la cuarta entrega de Vengadores. Como con el Capitán Marvel, como con Jean Grey, como con Gwen Stacy, no parecía tan importante el descanso eterno de Lee cómo la explotación postmortem de su imagen. Stan Lee, labrándose un personaje propio cameo a cameo, se convirtió en la única figura mitológica de Marvel Studios que no se puede sustituir ni rebootear. En un superhéroe inimitable, cuyas mallas no puede defender nadie más.
El mote con el que Stan ‘The Man’ Lee firmaba sus trabajos, el hombre, se hizo patente en toda su envergadura ayer en un hospital de Hollywood Hills. Sus colegas suspiran y llora su fanbase y quizás —quizás— todo ello sea en vano. Quizás, todas esas ocasiones en las que Stan Lee se infiltró dentro de un cómic Marvel, gracias al pulso de artistas tan dispares como Steve Dikto o Carlos Pacheco, fuese la forma en que el guionista lanzaba migas de pan con las que encontrar, como Jean, como Gwen, el camino de vuelta a casa. Hasta que ese momento llegue, no hay otra opción que citar, de nuevo, el Amazing Spider-Man #90.
“Descanse, señor, descanse”.
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