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entrevista
La escritora acaba de publicar 'Cara de pan' (Anagrama). Hablamos con ella de las amistades extrañas y amores perversos que pueblan sus libros, pero también de la lectura como refugio y de la importancia del anticlímax en literatura
Sara Mesa es "la autora de Cicatriz".
Lo es desde que la novela, que ya lleva seis ediciones, se convirtió en un fenómeno para la crítica y para el público. La historia de amor y dependencia entre Sonia y Knut abrió un universo literario inédito, de transgresión calculada, y leerla era como pasearse por un campo de minas emocional, sabiendo que más tarde o más temprano el mundo estallaría bajo nuestros pies. Era adictiva y oscura, bella y precisa, inteligente y compleja: su notoriedad estaba más que justificada.
Sin embargo, es muy probable que a partir de este otoño Mesa deje de ser "la autora de Cicatriz" para convertirse en "la autora de Cara de pan".
Desde que Anagrama empezó a mandar ejemplares de prensa, el libro se convirtió en un raro privilegio, una droga tan escasa como infalible que iba pasado de mano en mano, siempre con el mismo éxito. "Estoy muy sorprendida de la expectación previa. A mí como autora me genera una presión y una tensión rara", reconoce Mesa, que nos recibe en el Hotel Condes de Barcelona, en la enorme mesa en la que más tarde dará una rueda de prensa.
Cara de pan suma apenas 140 páginas, pero la violencia con la que nos arrastra es mucho mayor que la de cualquier otro de sus libros. "Es como si un elástico estuviera dentro del cuento, tensado todo el tiempo", aventura Mesa, tratando de poner palabras a lo inefable de su escritura. La novela nació como un desarrollo alternativo de 'A contrapelo', el cuento que escribió para Riesgo, una antología de la editorial :Rata_. "Cuando uno escribe está todo el tiempo tomando decisiones, y al terminar el cuento me quedé con la sensación de que podía contarse otra historia posible".
Cara de pan es esa otra historia posible. Casi, la protagonista, es una niña de casi-catorce años que se ve inmersa en una confusa relación de amistad con el Viejo, un hombre maduro con el que se cita cada mañana en un parque, a escondidas de todo el mundo, para hablar de pájaros, de libros y de Nina Simone. La novela se juega en los silencios, en lo no dicho, en los abrazos torpes con los que nunca llegamos a encajar: siempre lateralmente, Cara de pan nos habla de la amistad, del bullying, de la adolescencia, del sexo, de la soledad.
"Creo que la literatura tiene que ver con la necesidad de comprensión de la propia vida. En todo libro hay biografía", concede la escritora, que reconoce que tras el parque en el que se desarrolla la novela está el parque Amate de Sevilla, que ella visitaba cuando tenía la edad de Casi. Pero también nos advierte que podría ser cualquier otro parque, porque Cara de pan es una ficción. "Escribir es hacer trampas, todos los libros son tramposos" dice Mesa, y extiende esta trampa al contenido paratextual que envuelve la novela: "yo siempre he dicho que todo lo que cuento es mentira, pero la gente no tiene modo de saberlo. El pacto de ficción funciona así".
Es cierto que, como muchos de sus personajes, Mesa encontró en la literatura un forma de negociar con el presente. "La lectura fue siempre un refugio, una forma de evasión, en el sentido bueno del término evasión: no como escapada del mundo real, sino como apertura a otros mundos posibles. Y ahora voy descubriendo que la escritura también funciona un poco así". Desde pequeña fue una lectora absolutamente caótica, incapaz de discriminar sus elecciones literarias: "me acuerdo de estar con 12 o 13 años leyendo El año de la peluca, que eran unas memorias de Santiago Carillo. No me enteraba de nada, claro. Pero era lo que tenía allí, me valía".
Mesa fue madre con 22 años, y asegura que la maternidad no fue la razón por la que no comenzó a escribir hasta los 30: "jamás había tenido la más mínima vocación de escribir". Desde que empezó a publicar en 2007, sin embargo, su obra narrativa ha ido tomando forma regularmente, con libros importantes como Un incendio invisible, Cuatro por cuatro o Mala letra, una antología de cuentos que todavía hoy —y en contra de todo espíritu comercial— sigue creyendo que es su mejor obra.
Muchos de estos libros tienen en común la fascinación por las relaciones ambiguas; por mostrar cómo lo familiar puede volverse siniestro; por narrar la la inestabilidad de la voluntad humana, sin necesidad de tirar de motivaciones inconsciente o tramas edípicas. "No creo que distorsione, ni que invente nada. Hay relaciones realmente peculiares, raras, que no encajan en los esquemas que nosotros mismos tenemos".
Aunque no achaca este interés a única influencia literaria —"Mario Levrero decía que tratar de discernir cómo los libros te han influido es tan difícil cómo saber qué haces con los alimentos cuando haces la digestión"—, sí destaca la importancia que ha tenido para ella La calera, de Thomas Bernhard, en la que el austríaco presenta una "una relación entre hermanos enfermiza, rara, turbia. Es imposible que eso no esté en mí".
En Cara de pan nos sumergimos en una de estas relaciones desiguales, imposibles, potencialmente nefastas. "La categoría de relación tóxica me parece muy perversa. ¿Quién decide qué es tóxico y qué no?". Este es quizá el principal desafío de la novela: desnudar nuestra necesidad de sancionar socialmente aquello que estamos presenciando, ya sea para convertirlo en una historia de amistad, de amor o de abuso. "El trazado psicológico de los personajes para mí es un reto. He escuchado escritores que lo rechazan como si eso fuera algo decimonónico, como si decimonónico fuera un insulto".
De hecho, la novela puede verse casi como un cuento de hadas. La sevillana realiza un minucioso trabajo de desbroce y, como Javier Tomeo o Agota Kristof, consigue que leamos el realismo más crudo como un relato de fantasía. "Utilizo elipsis, pero no son solamente temporales. La ausencia del mundo exterior —que está planeando todo el rato, pero no se ve— es también una manera de ocultación".
Es un recurso deliberado que Mesa utiliza para tensionar la novela, hasta el punto de convertir Cara de pan en una pequeña obra de arte consagrada al anticlímax: "cuando alguien cuenta bien una anécdota, un chiste o un recuerdo, si te fijas, casi siempre lo hace a través de elipsis. En los momentos más tensos de la historia, se aleja un poco".
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