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Fue dirigente de la lucha armada comunista en Italia. Hoy, tras cumplir 26 años de cárcel, Barbara Balzerani intenta comprender la derrota
09 Noviembre 2018 06:00
Un par de cifras como 26 años de cárcel y 6 libros serían suficientes para explicar gran parte de la biografía de una persona. No la de Barbara Balzerani, exdirigente de la columna romana de las Brigadas Rojas, condenada a perpetuidad por el secuestro de Aldo Moro entre otros delitos y novelista.
En Balzerani el puzle encaja. Al ingresar en las BR un compañero le dijo que si tenía suerte saldría de allí con una cadena perpetua. Si no, con un tiro en la cabeza. Por el camino queda una derrota política y para comprenderla reconoce que escribe libros como L'ho sempre saputo (editado ahora en el Estado, en catalán, por Tigre de Paper).
Admite que la pregunta que se hace es siempre la misma. "'¿Qué ha pasado, cómo es posible que el mundo haya empeorado así y que quienes hemos intentado hacer la revolución nos hayamos dado contra un muro?'. El enemigo siempre ha sido sanguinario, pero también ha habido debilidad por nuestra parte", confiesa.
Sus palabras transpiran la necesidad de sacudirse de encima la normalización del capitalismo. Por eso no debería sorprender que en una vida ligada al espacio urbano, a asfalto, a pisos, a cemento, en su obra haya tanta referencia a la naturaleza.
"Territorio", corrije. "Ha habido una concepción fallida del progreso. La fábrica y la máquina deberían haber garantizado la superación de la miseria y el trabajo. A la vez, el capitalismo ha sido capaz de destruir prácticamente todo. Hoy estamos en una situación límite, pero es también por nuestro modo de consumir. El capitalismo no es un sistema abstracto, todos participamos de él. Si nuestro bienestar se basa en el consumo, también somos corresponsables. Esto no quiere decir que la solución sea reciclar". Por eso esta exbrigadista de 70 años sigue con interés la resistencia de las Zonas A Defender francesas.
Apodada primavera roja, cuando Balzerani entró en la cárcel ni siquiera había comenzado la perestroika en la URSS. Cuando salió definitivamente, en 2011, Twitter era una herramienta omnipresente en otra primavera, la de las plazas.
Por eso su escritura es en todos los sentidos una búsqueda de tiempo. "No creo que sea cierto eso de que la tecnología depende de cómo se usa", afirma. "La velocidad que te imponen en la adquisición de noticias no te deja tiempo material para reelaborar nada y ahí el espíritu crítico muere. Parecemos contenedores que lo saben todo y que estamos en conexión con todo pero no estamos en conexión con nada. Falta la experiencia directa, la vida, la voz, la expresión de los ojos. Eso no está en un tuit".
Pero Salvini gobierna un país de constitución antifascista a golpe de like.
"Salvini es hijo directo de Marco Minniti, ministro de Interior del gobierno anterior, autodenominado de izquierda y autor de las leyes más liberticidas que tenemos hoy. Salvini es una copia ridícula que gobierna a través de redes sociales sobre un terreno de cultura política bajísima. Su fuerza reside en el miedo que ha difundido en una parte de italianos que piensan que sus condiciones han empeorado por la llegada de migrantes. Es un razonamiento de idiotas y el peligro es que ya legitima agresiones".
"Hoy el fascismo tiene cara democrática, no se hace con botas militares o tanques", prosigue. "Ya no es el de los años veinte porque el capital se ha mundializado. Hace falta identificarlo bien: si decimos que todo es fascismo al final nada es fascismo. Pero yo pregunto, ¿quién ha sido quien hizo la reconversión industrial en favor de la patronal en Italia? El Partido Comunista, no los herederos de Mussolini. Las peores leyes, la supresión de derechos, la precarización, la participación con la OTAN en la exYugoslavia, las ha hecho la izquierda. Es más fácil hacer oposición cuando la derecha está en el gobierno. Si no, silencio absoluto".
Balzerani se endurece y se aproxima más a la imagen-tipo que en Italia se tiene de ella. La secuestradora de Moro, compañera del ejecutor de este, el dirigente Mario Moretti, una de las últimas brigadistas detenidas. Nunca arrepentida.
Cuando da el "salto" a las Brigadas Rojas, han ocurrido tres hitos sin los que no es posible entender este puzzle: Piazza Fontana, Chile y Sossi.
El 12 de diciembre de 1969 estalla una bomba en la céntrica plaza Fontana de Milán. 17 muertos y 88 heridos darán paso a las acusaciones a los anarquistas y a la muerte de uno de ellos, Giuseppe Pinelli, que cae mortalmente por la ventana de comisaría durante un interrogatorio. La versión oficial sigue hablando hoy de un infarto previo que le hizo desequilibrarse. Desde el primer momento se suceden las sospechas, irregularidades y pruebas de que la masacre de Piazza Fontana es obra de la extrema derecha y su estrategia de la tensión -terrorismo negro cuya meta era frenar el avance de la izquierda italiana desestabilizando el país al punto de ponerlo al borde de un golpe de Estado reaccionario- y finalmente, ya en este siglo, los familiares de las víctimas acaban siendo condenados a pagar las costas del juicio. Primer aviso.
Segundo aviso: Chile, 11-S del 73. El gobierno de socialismo democrático de Salvador Allende es aplastado por los tanques de Pinochet. En ese momento, el PCI, temeroso o como poco vacilando sobre la posibilidad de cumplir sus expectativas de llegar al gobierno en solitario sin sobresaltos, se aleja de Moscú y se acerca al consenso de Estado. Acabará firmando el Compromiso Histórico con los democratacristianos.
Génova, 18 de abril de 1974. Las Brigadas Rojas pasan de fortalecer las fábricas a apuntar al Estado. No habrá vuelta atrás. Secuestran al juez Mario Sossi y proponen un canje. La libertad del magistrado por la de ocho militantes encarcelados. El Estado acaba accediendo aunque finalmente impide la liberación de los presos. El eslogan -rimado en italiano- 'fuera rojos o muere Sossi' no es cumplido. El juez es liberado y la acción de las BR las sitúa posiblemente en su momento de mayor popularidad.
Barbara Balzerani decide entonces pasar a la clandestinidad. Pasa a llamarse Sara.
"El salto se produjo porque cambió el conflicto. Todo lo que se podía conseguir a través de la violencia defensiva tenía un techo. Ellos te mataban, ponían bombas. Y tú te preguntas cómo continuar. Allende no era el Che y el golpe en Chile nos hizo comprender definitivamente que no te puedes fiar del sistema democrático. Pasar del cóctel molotov a la metralleta significa pasar de una posición defensiva a una ofensiva. Podíamos hacerlo porque éramos fuertes y lo queríamos hacer", recuerda hoy Balzerani.
No será la única mujer con rol dirigente en un grupo fundado mayoritariamente por hombres. A la pregunta de qué tenía de feminismo el llamado por simpatizantes "partido armado", Balzerani responde claro. "Nada. Para las Brigadas Rojas los referentes eran las luchas que tendían hacia el poder, a la disolución del sistema capitalista. El feminismo no era eso. Era un movimiento interclasista y pacifista. No lo tomábamos en consideración como referente, era otra cosa, eran derechos civiles. Nosotros estábamos metidos en una concepción revolucionaria de la lucha. Yo personalmente me he opuesto y he discutido con compañeras que pensaban que nuestra liberación estaba en otro camino. Creo que tenía razón", defiende. Hoy no es ajena a la actual ola de los movimientos feministas, aunque sigue viendo inseparable la crítica al patriarcado de la crítica al capitalismo. "El defensivismo de las mujeres nunca me ha convencido", subraya.
Sí que se sentía conectada a la tradición partisana.
En su núcleo conceptual una de las ideas era que Italia había sido liberada del nazifascismo por los partisanos y que a la generación de jóvenes contemporánea pertenecía la labor de hacer lo propio con el capital. "Sentíamos que retomábamos un hilo", reconoce Balzerani. "Se hablaba de la traición a la Resistencia, del desarme impuesto por Moscú. Para nosotros era una autoridad política la de aquellos combatientes, a pesar de que entramos en colisión inmediata con espacios afines al PCI como la Asociación Nacional de Partisanos de Italia. No hay que olvidar que teníamos enfrente al partido comunista más grande de Europa occidental, que ha atacado y criminalizado todo lo que tenía a su izquierda. El PCI se infiltró, avaló la tortura, leyes especiales y la política de arrepentimiento. Para nosotros eran enemigos, aunque el principal era la Democracia Cristiana".
Es con ese bagaje que Balzerani, la mañana del 16 de marzo de 1978, vigila armada una calle de Roma donde sus compañeros emboscan y secuestran al dos veces primer ministro y líder del ala moderada de la DC Aldo Moro. Atrás dejan los cinco cadáveres de su escolta. Pasará entonces algo que sigue alimentando el debate cuatro décadas más tarde: ni el Estado ni sus compañeros de partido mueven un dedo por la liberación de Moro. Hay incluso ataques a Moro, de quien intelectuales prestigiosos como Indro Montanelli llegan a decir que no está a la altura de ser un hombre de Estado por pedir que se negocie con sus captores. 55 días después Moro recibe once disparos y las BR dejan su cuerpo en el maletero de un coche a mitad de camino entre las sedes de la DC y el PCI. El Compromiso Histórico, la incorporación de los comunistas a la gestión de la democracia liberal que Moro defendió hasta el final, muere con él. Antes le escribe una carta a su esposa en la que decía, sobre los dirigentes democristianos: 'mi sangre recaerá sobre ellos'.
El caso Moro y la expresión Años de Plomo siguen resumiendo hoy la onda post-68 italiana, la mayor del mundo. "No se puede reducir todo el movimiento de los años setenta al secuestro de Moro. El relato que se ha impuesto es simplificado: unos tipos secuestran al presidente de la Democracia Cristiana. No se puede entender nada solo con eso. Reducirlo es un aviso a todo aquel que quiera probar a hacer la revolución" afirma Balzerani. Un año después del secuestro de Moro los datos oficiales contaban 269 grupos armados, 36.000 acusados y 6.000 condenados.
Para muchos italianos, Balzerani no es una novelista sino la corresponsable de uno de los magnicidios más graves del siglo. "Está el paradigma de la víctima, en el que la única que parece tener el monopolio de la palabra es de quien ha sufrido un daño, pero eso no explica un trozo de historia, sino su propio dolor", se defiende. "Entonces la cuestión se desarrolla en términos morales, sin contexto".
Muy poco después de Moro, el Estado italiano convirtió en ley la disociación política. Firmando el arrepentimiento de la lucha armada, un convicto podía reducir su pena, por ejemplo de una perpetua a treinta años. Balzerani nunca se acogió a la medida. A los compañeros que sí lo hicieron dice que los entiende pero no los aprueba. "La disociación es una operación política que se basa en la restitución del monopolio de la violencia al Estado. Es firmar un retroceso, un revolucionario que renuncia al uso de la violencia no es un revolucionario. Lo deja todo en un juicio moral", concluye.
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