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Opinión
La paradoja feminazi
Estos vídeos lo dejan claro. Son las activistas feministas las que, literalmente, están poniendo sus cuerpos como dique de contención contra el fascismo español
La llaman guarra. Mentirosa. La llaman cínica y la llaman puta. «¡Golfa!», le gritan, entre cánticos que oscilan del «rojos no» al «es un orgullo ser español». Gloria Serra consulta su guión, repite la misma frase para tener tomas entre las que elegir, pero no se gira. Girarse significaría discutir y, ya sabes, «al fascismo no se le discute, se le d******e».
Ayer, ante la inminente exhumación del dictador Francisco Franco, la Asociación por la Derogación de la Ley de Memoria Histórica se manifestó desde Callao hasta la Plaza de Oriente. Se portaron banderas españolas, pero no sólo: célticas, águilas negras y flechas falangistas también se ondearon porque, demonios, nos encantan las cosas nuevas.
Como previa, la noche del sábado la Falange organizó una marcha que fue, holding the torch, desde Madrid Centro hasta el Valle de los Caídos. Mientras, en el metro de Valencia, alguien ponía Cara al sol a todo volumen. El mismo día, en Barcelona y tras cantar el himno de España, un encapuchado la emprendía a patadas contra el dueño de un bar.
Anoche junto al arco de Moncloa...así estamos pic.twitter.com/IvDv1lycfH
— Elisa Beni (@elisabeni) 17 de noviembre de 2018
Preguntarse el por qué de este revival no apremia tanto como cuestionar la aparente inexistencia de su ofensiva en contra. Si «Madrid será la tumba del fascismo», ¿podría agilizar alguien dicho entierro? Los que ven dignidad en lugar de fascismo en Italia, ¿qué han visto exactamente en España, este fin de semana?
La aparente inexistencia de una ofensiva contrafascista es, por suerte, sólo eso: aparente. Tres activistas de Femen irrumpieron en la manifestación del domingo con proclamas como «fascismo legal, vergüenza nacional» en boca y cuerpo. Las tiraron al suelo y las patearon, entre «putas» y entre «zorras», entre bofetadas y escupitajos.
Más tarde, la policía las redujo.
La aparente inexistencia de una ofensiva contrafascista es aparente sólo si esperas que sea el macho-commie el que plante cara al fascismo. Por mera falta de comparecencia, son las activistas por los derechos de la mujer las que, literalmente, están poniendo sus cuerpos como dique de contención contra los fascistas.
WATCH: Fights broke out between far-right protesters and feminist anti-fascist activists at a rally marking the death of the dictator Francisco Franco. pic.twitter.com/5thNNQegdH
— NBC News (@NBCNews) 18 de noviembre de 2018
«Cuando te quejas exigiendo algo que te pertenece, te llaman feminazi», denunciaba la humorista valenciana Patricia Sornosa. «¿De verdad estás comparando el feminismo con el nazismo, que causó más de 11 millones de muertos? ¿Eso no es exagerar un poquito, Manolo? ¿Tanto te jode tener que limpiar el baño?».
Depende: ¿Lleva ese baño sin limpiar desde 1975? Sornosa evidencia la paradoja intrínseca de una palabra como feminazi poniéndola, precisamente, frente al nazismo real. Con el cipo-columnismo equiparando hoy fascismo y antifascismo, parece urgente calibrar quién está luchando para qué. Y elegir silla, que la canción no va a parar.
«Supongo que todo se resume en lo siguiente», sentenció el crítico musical Lester Bangs en 1977 sobre el nihilismo presuntamente despolitizado, «(a) No puede gustarte la gente que no se gusta a sí misma, y (b) debe gustarte la gente que lucha por aquello en lo que cree, siempre que sus creencias sean (c) justas».
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