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Opinión
Cambage no tiene “demasiado carácter”, sólo es mejor que muchos jugadores de la NBA
La jugadora australiana ha hecho historia en la pista, pero durante esta Copa del Mundo se ha hablado más de sus gestos que de sus estadísticas. La opinión pública la castiga tanto por su carácter como por denunciar el machismo y el racismo que impera en el mundo del baloncesto
Liz Cambage es la jugadora de baloncesto más dominante que se ha visto desde Shaquille O'Neal. Da igual que hablemos de baloncesto masculino o femenino: en un momento de transición, en la que el juego moderno premia el small ball y el tiro exterior de los "unicornios", no existe ningún perfil parecido al de la pívot australiana de los Dallas Wings.
Con sus 2,03 metros de altura y 98 kg, ejerce una dictadura física en la zona que se ve agigantada por su brillantez técnica. Movimiento de pies rapidísimo, tiro de media distancia sin bajar el balón, juego de espaldas a canasta y un timming de salto perfecto.
Cambage fue la primera jugadora de la historia en machacar el aro en unos Juegos Olímpicos y no por casualidad ha sido la máxima anotadora de la WNBA esta temporada, reventando además el récord de puntos en un solo partido: 53 contra los New York Liberty.
Sin embargo, este fin de semana su nombre no solo ha sido noticia por haberse colgado la medalla de plata en la Copa del Mundo con Australia, o por el partidazo con el que eliminó a la selección española en semifinales: 33 puntos, 15 rebotes y 4 tapones. También se le ha llamado "maleducada", "irrespetuosa" o "matona" y se han hecho bromas machistas en los titulares.
¿La razón? Porque en la semifinal frente a España —el mundial se jugaba en Tenerife— la pívot se comportó, supuestamente, de forma "inapropiada" y "provocadora": gesticuló y alardeó, ya fuera riendo, sacando la lengua, agarrándose la camiseta o pidiendo al público —que ya la estaba abucheando— que gritase más.
En otras palabras: hizo exactamente lo mismo que hacen las grandes estrellas de la NBA cuando están en la cancha.
Como le pasó a Serena Williams hace apenas unas semanas, su comportamiento en la pista no sólo fue sancionado por los árbitros —le pitaron una técnica por dirigirse al público— sino que su actuación se convirtió en objeto de un desmesurado juicio público. En pocos minutos se convirtió en una "villana", y Diego Martínez y Marta Fernández, los comentaristas de Teledeporte, dedicaron largos minutos —tanto en la semifinal como en la final— a discutir la mala imagen que daba la jugadora, sus problemas de comportamiento y lo inaceptable de sus aspavientos, que resultaban un lastre para el deporte femenino.
Además, la cosa no quedó ahí. Algunos periódicos deportivos crearon galerías de fotos absolutamente ridículas, que recopilaban "los gestos" de Cambage; ridículas porque en ellas vemos que, salvo sacar la lengua, la australiana no hizo nada extraño: lamentarse mirando al techo, taparse la cara con los manos, gritar, quejarse y jugar con el protector bucal.
¿Por qué se le escruta y se le enjuicia de esta forma? ¿Por qué no se publican artículos severos sobre lo pernicioso que es para el baloncesto que Stephen Curry lance su protector bucal al suelo? ¿Por qué los gestos que en Kobe Bryant o LeBron James son signos de carácter en ella son un problema de decoro?
Este sexismo no es una anécdota, y menos si tenemos en cuenta lo que representa Liz Cambage en el contexto de la lucha feminista y antirracista en el mundo del deporte. "Tenía 15 años cuando encontré un blog dedicado a criticar mi aspecto y mi juego", explicó en una entrevista en 2017. "Mientras crecía, no entendía porqué no era delgada, pequeña y preciosa como las chicas que veía en la televisión australiana. Ojalá hubiera tenido un modelo a seguir de una mujer negra que estuviera orgullosa de ella misma y de su cuerpo".
Cambage quiere llegar a ser este modelo, pero los grandes sponsors la han rechazado por ser "demasiado polémica". Y tiene claro por qué su figura resulta tan "polémica": por quejarse públicamente del racismo y el sexismo que sufre. "He aprendido que lo que defiendo es mucho más importante que lo que las marcas y los patrocinados quieren que sea", añadía en la misma entrevista.
Además de una de las mejores jugadoras del mundo, Cambage es diseñadora de moda, dj y una importante activista. Ha sido una de las principales figuras que han denunciado la desigualdad salarial que sufren las jugadoras de la WNBA respecto a sus compañeros varones.
"Hoy he aprendido que los árbitros de la NBA ganan más que las jugadoras de la WNBA y que el jugador nº 12 de la NBA gana más que todo un equipo de la WNBA", tuiteaba en junio.
El tope salarial que la liga establece para las jugadores es inusualmente bajo: "no gano mucho dinero aquí. Eso no paga mi hipoteca", reconocía en otra entrevista. Y el hecho es que todas las grandes estrellas de la WNBA acaban jugando en dos equipos (en Rusia, en China, en Australia, además de en EEUU) para poder tener un suelto de jugadora profesional.
Para hacernos una idea de la situación: Diana Taurasi —probablemente la mejor jugadora de todos los tiempos—, aceptaba en 2015 una oferta de su equipo ruso para descansar un verano y no jugar con los Phoneix Mercury, su equipo americano. Y la propia Cambage dejó la WNBA para marcharse a jugar a China, donde durante 5 años ha podido tener un sueldo digno.
Como se ha demostrado después de las protestas de Cambage, la diferencia entre los sueldos de la NBA y los de la WNBA no depende de los mayores ingresos de la primera, sino de que la WNBA reparte de forma mucha más injusta sus ingresos: mientras que la liga masculina destina el 50% de sus ingresos al salario de los jugadores, la femenina sólo el 22,8% a sus jugadoras.
Se entiende, pues, por qué la número 2 del draft de 2011 resulta una figura tan incómoda para liga y para la prensa. No la han podido domesticar, ni las marcas ni la presión pública, que en vez de tratarla como uno de los mayores espectáculos baloncestísticos que pueden verse en el mundo, se entretienen a perseguirla si aún tuviera 15.
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