“Nos grita. Entre insultos xenófobos, clasistas, racistas, e incluso machistas, nos agrede”
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Dice Serrat en una de sus canciones que “A menudo los hijos se nos parecen, así nos dan la primera satisfacción…”. Y es así. Porque los pequeños hacen lo que ven y la primera educación que reciben, y seguramente la más profunda e importante, es aquello que ven en sus mayores. Para bien y para mal, porque hay padres y madres que no merecerían serlo, que actúan ante sus pequeños sin considerar los malos ejemplos que les transmiten. O incluso peor: con el afán de perpetuar los peores de sus hábitos.
Es lo que sucede en esta escena recogida en vídeo a través de teléfono móvil y en la que una mujer argentina se dirige a otra de origen venezolano de una forma despectiva, agresiva e insultante. Y no sólo lo hace ante su hijo de corta edad, sino que incluso azuza a éste a seguir sus pasos.
Y el niño, claro, repite lo que ve y también insulta, y se ríe de la joven, e incluso le lanza cosas y trata de agredirla y darle patadas.
La madre graba también la escena, mientras sube el tono de la trifulca y apenas se dirige al pequeño para pedirle que no toque a la insultada, pero no por educación o consideración, sino precisamente porque están siendo grabados. El perfecto entrenamiento para generar un nuevo acosador racista y machista, como si no hubiese suficientes en éste mundo.
Las palabras no dejan lugar a dudas. “Colombiana de mierda” o “peruana de mierda” o “negras villeras” son algunos de los epítetos que arroja la mujer argentina contra las chicas, como quien arroja una piedra cargada de odio. Y el niño se hace eco de ese odio, de esa actitud ante la vida, ante otros países, otras razas, ante las mujeres a las que, excusa de por medio, se puede golpear.
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La agredida es una muchacha venezolana de veintiún años que estudia periodismo en Buenos Aires y una amiga. Ambas decidieron denunciar los hechos en redes sociales: “La señora me golpeó en la cara y me metió una patada con un policía en medio. Después se fue feliz a su casa y nos tomaron los datos (…)” ha manifestado. La joven cree firmemente que, aunque la policía no pudo hacer nada, “internet puede hacer mucho”.
Ellas denuncian, y con razón. No solo la agresión, sino la aparente connivencia de los policías que presentaron buena parte de la escena. Pero el auténtico protagonista de esta historia es un niño de diez años, del que debemos lamentar que se vea claramente su rostro, puesto que no es culpable. Es otra víctima, de un ejemplo equivocado que él no puede evitar.
Atención por tanto a aquello que mostramos a los más pequeños, mensajes que quedarán grabados en sus mentes y que forjarán a los adultos de las siguientes generaciones. Mejor, por tanto, alimentarlos de respeto, consideración, amabilidad, cultura, sensibilidad y sensatez.
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