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Artículo Ser niño en la secta de 'Wild Wild Country': “Oía a la gente teniendo sexo como monos” Culture

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Ser niño en la secta de 'Wild Wild Country': “Oía a la gente teniendo sexo como monos”

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A los 10 años no sabía ni leer ni escribir, probó las drogas siendo solo un crío y vivía en un pabellón rodeado solo de niños separado de sus padres .

E.M.C.

Según ha explicado Noa Maxwell en una entrevista a The Guardian, hasta los cuatro años, tenía una vida de familia de clase media normal y corriente en Londres. Cansados de sentirse hormiguitas en una ciudad tan agobiante, un día sus padres decidieron hacer las maletas y comprar una granja en Herefordshire.

Los Maxwell estaban tratando de cumplir el sueño hippie de vivir de forma autosuficiente y poder dedicarse al arte, pero arar el campo, matar cerdos, hacer mantequilla y curar panceta no les dejaba tanto tiempo libre para pintar como probablemente habían fantaseado.

Cuando en 1976 un amigo les envió una carta desde la India explicándoles que allí había encontrado el significado de todo, los Maxwell, ansiosos por hallar esa pieza que las faltaba, no perdieron el tiempo en volver a empaquetar y viajar al país asiático con sus tres niños.

Allí fueron introducidos a Bhagwan Shree Rajneesh, más conocido como Osho, el gurú que vuelve a estar en la boca de todo gracias al documental de Netflix Wild Wild Country. Estando en Pune (en el estado de Maharastra), los padres de Noa (que ahora tiene 46 años) decidieron rápidamente que ese hombre tenía la respuesta a todas sus preguntas.

Su discurso de misticismo, filosofía y amor libre y sus promesas de un estado elevado de conciencia y una utopía eran el panfleto que estaban esperando. Osho les vendió la fantasía que querían vivir, y saltaron antes de que algo pudiera hacerles cambiar de idea.

Volvieron a Reino Unido, vendieron todo y regresaron a la India dejando atrás al hermano mayor de Noa, hijo de otro padre que no estaba de acuerdo con aquel nuevo plan de vida. Nada más llegar Rajneesh les dio a todos un nuevo nombre, una bonita forma de borrar de su cabeza su antigua identidad. El de Noa era Swami Deva Rupam.

Pronto los separaron. La madre de Noa vivía en un sitio, su padre en otro, y Noa estaba en el cobertizo de los niños, sin apenas supervisión. “Habíamos sido una familia unida de clase media de los 70 y en un periodo muy corto de tiempo la unidad familiar había sido desgarrada”, explicó.


La persona encargada de su educación era una profesora “inglesa hippie loca llamada Sharma con pelo largo y rubio que nos cantaba ‘Todos vivimos en un submarino naranja”, el color del que todos vestían en aquella sociedad monocromática. “No sé cuánto importaba si estábamos en la escuela o no. Cuando finalmente volví a mi país cuando tenía 10 años no podía leer nada o escribir, o sumar dos más dos”.



Al mismo tiempo que el temario escolar más básico se quedaba en el tintero, Noa y sus amigos estaban aprendiendo cosas que eran demasiado jóvenes para comprender. Con 6 años estuvo por primera ver colocado de marihuana al comer accidentalmente una tarta con hachís y a los 10 se enganchó su primera borrachera mientras buscaaba desesperadamente a sus padres. El sexo estaba permanentemente presente, “Podías escuchar a la gente teniendo sexo orgásmico todo el tiempo. Toda la noche, como mandriles apareándose, como monos”.


Aunque es consciente de que esta independencia le ha aportado cosas buenas, no tiene dudas de que “si vives sin límites en tu vida el mundo es bastante terrorífico”. Y responsabiliza a Osho de destrozar a muchísimas personas, “Creo sin duda que es profundamente responsable, culpable de descuidar a estas personas y que hizo un daño masivo a muchos de ellos”.


Cuando de Pune pasaron a su nuevo asentamiento en Oregon las cosas no mejoraron mucho. Todo se hizo demasiado deprisa. En invierno se morían de frío, en verano de calor. Los niños seguían solos. Corrían, saltaban sobre los bloques de hielo que flotaban en el tío, mataban serpientes y encerraban arañas y avispas en cajas de cassettes para ver quién mataba antes a quién. Se divertían más que muchos niños en la ciudad, pero estaban solos.

A Noa le sorprende que la serie se centre tanto en el enfrentamiento entre los rajnishe y los locales: “Eso es interesante, pero la historia interna es más interesante, la de cómo acabas con tanta gente inteligente de clase media como mi familia llegando hasta donde llegan, al corazón de la oscuridad. ¿Cómo pasa eso? Es como si un ideal fuese más grande que la propia realidad y pudiera hacerte perder tu sentido de la justicia y lo que está bien en el mundo”.

Para cuando él, siendo solo un niño, fue consciente de lo mal que estaban las cosas, fue porque estaban muy muy mal: tensiones, conflictos de poder y armas. Cada vez más armas. “Para ese momento ya sabías que las cosas estaban que estallaban. Todo estaba muy tenso, había una paranoia masiva sobre el sida y de que el mundo iba a acabar”, aseguró.



Cuando todo acabó, su madre — que llevaba sintiendo arrepentimiento desde Pune — y su padre les sentaron en el asiento trasero de un coche y les hicieron tomar una decisión. Ella quería alejarse de todo aquello, él quería seguir. Tanto Noa como su hermano se quedaron con la estabilidad que durante todos aquellos años: “Quería ser lo más normal posible, tomé muchas decisiones que me darían algo sólido”.



Ahora, después de tantos años, Noa tiene al mismo tiempo sentimientos de resentimiento y de gratitud. Ha tenido que pasar por muchas terapias para superar los traumas de aquella etapa, pero al mismo tiempo cree que en la secta aprendió a comprender a las personas a otro nivel, lo cual le permitió dedicarse a la interpretación en un primer momento y desarrollar su carrera como coach después.


Actualmente Noa es padre de tres hijos de 17, 16 y 9 años junto a su esposa, que tiene “un buen pasado católico irlandés”. Viniendo de su infancia caótica, Noa “ama” estos valores tradicionales de su mujer. “Para mí, lo primero y más importante en mi vida es la familia, tener el apoyo de tu madre y tu padre de una forma que diga ‘estoy aquí para ayudarte a crecer en este mundo’”.

[Vía The Guardian]

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