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‘I Hate New York’: El documental sobre activismo trans que muestra la otra cara de Nueva York

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I Hate New York
 

Hablamos con el director de 'I Hate New York' sobre 'outsiders', identidad y la lucha entre lo 'mainstream' y lo contracultural

Rubén Serrano

16 Abril 2018 13:28

El viaje que I Hate New York realiza por las calles de la Gran Manzana no se parece en nada al que tú y yo haríamos si fuéramos allí de visita. Durante diez años, el director Gustavo Sánchez ha viajado a la ciudad para grabar habitaciones de hotel convertidas en hogar, clubs donde se reivindicaron y se reivindican los derechos del colectivo LGTB+ y baños, camerinos y taxis donde sus protagonistas recuerdan cómo construyeron su identidad. I Hate New York va a contracorriente, pero eso no significa que haya tomado el camino equivocado.

El cineasta de Úbeda realiza un retrato de la cultura underground gracias a cuatro mujeres trans artistas y activistas que le abrieron las puertas de sus casas y le dejaron inmiscuirse en sus vidas: Amanda Lepore, T De Long, Sophia Lamar y Chloe Dzubilo. En total, Sánchez se entrevistó con un total de 70 personas entre 2007 y 2017.

Para crear la pieza, que hoy se estrena en Festival de Málaga y que en mayo aterriza en el D’A Film Festival de Barcelona, ha contado con la ayuda de los hermanos Bayona como productores ejecutivos y también con la colaboración de la escritora Lucia Etxebarría. La hazaña del director en su opera prima es incuestionable, ya que sin guion y con la única ayuda técnica de su cámara doméstica comenzó a filmar con el propósito inicial de “captar la esencia del underground neoyorquino después del 11-S”.

Amanda Lepore / I Hate New York

Sin embargo, este punto de partida tomó un rumbo diferente: “A Nueva York siempre han emigrado personas outsiders que al llegar allí se encontraban con gente similar a ellos en determinadas escenas. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía historias de vida muy potentes y que quizá eso era la contracultura que estaba buscando: Formas de ser, de pensar y de querer no convencionales”,

La cámara de Sánchez se convierte así en nuestros ojos para poder espiar, a veces casi como unos voyeurs, a la modelo e icono trans Amanda Lepore mientras se enfunda un ceñidísimo vestido antes de acudir a un local en el que es la estrella absoluta, a Chloe cantando para visibilizar a las personas portadoras de VIH o a Lamar y a de Long narrando a cámara que vivir del downtown neoyorquino las ha llevado a vivir en el límite económico.

El director cuenta con admiración que todas ellas, aparte de tener un perfil muy distinto, “son personas que vienen del futuro. Tienen tanta fuerza, valentía y capacidad de supervivencia que cuesta creer que existan. Da igual que cualquier gobierno les imponga cosas porque ellas van a hacer lo que les dé la gana y cueste lo que cueste”.

Sophia Lamar / I Hate New York

Sánchez ha logrado acercarse sin prejuicios al mundo trans a través de los testimonios de estas cuatro mujeres, que explican cómo erigieron su 'yo' valiéndose de su expresión como artistas. “[Ser trans] lo veo como una manifestación creativa”, sentencia Dzubilo en el documental; algo en lo que también está de acuerdo Lepore. “Conseguí ser una chica como Marilyn [Monroe]. He creado un mundo en torno a mí en el que yo soy la protagonista”, narra orgullosa la musa del fotógrafo David LaChapelle que, aunque carece de un discurso activista tan fuerte como el de sus compañeras, es consciente de que con su mera existencia ya está realizando una labor trascendente.

Con todo, I Hate New York es más que una revisión sobre el colectivo trans. “Para mí el documental es un canto a la libertad y a todos los que transgreden las normas y las convenciones. Es una oda a una serie de personas que se sienten diferentes y que ejercen esa diferencia a toda costa”, específica el jienense, que desvela la influencia que Tarnation (2003) y Shortbus (2006) han tenido en él a la hora de realizar la cinta.

Lepore, de Long, Lamar y Dzubilo son la perfecta representación de cómo históricamente los colectivos trans y queer “han estado siempre condenados a la marginalidad porque no han tenido un espacio para expresarse”, apunta el director. El mundo del mainstream ha relegado a estos espacios underground tanto a los artistas como al público que no se ciñe a los cánones de la nomatividad. Sin embargo, ha sido en estos espacios donde personas como ellas han encontrado la libertad para expresar su identidad y su arte sin que nadie se lo impida. Por eso no sorprende una declaración tan contundente como la de Lamar, de origen cubano: “Nunca me he sentido marginada. ¿Marginada de dónde? Siempre he hecho las cosas como yo he querido”. En el downtown nadie las señala con el dedo; las que mandan aquí son ellas.

Chloe Dzubilo / I Hate New York

El personaje que sin ninguna duda destaca en este mapa underground es Chloe Dzubilo. Vocalista del grupo punk Transisters, se subió al escenario del mítico Pyramid Club y comprometió su vida al activismo trans y a la defensa de los derechos de las personas que viven con sida y VIH. En las letras de sus canciones hablaba de abuso sexual y de los estigmas que sufría por culpa del patriarcado o por ser seropositiva, a la vez que publicaba dibujos en los que lanzaba consignas contra el silencio institucional, los dolores que le causaban los antirretrovirales y el rechazo de la sociedad hacia las personas trans.

Esta película es un homenaje a ella. Es una historia no contada que necesitaba ser contada para que pueda inspirar a gente que, al igual que ella, tampoco tiene un espacio propio. Chloe es un caso de triunfo total porque todo lo que hacía era digno de alabar y suponía un gran esfuerzo para una persona que llevaba 30 años tomando una medicación muy fuerte contra el VIH”, puntualiza Sánchez.

Mientras uno ve I Hate New York es inevitable pensar en Paris is Burning (1990), la película documental de Jennie Livingston que plasma el nacimiento del voguing y la escena del drag en el Nueva York de finales de los años 80 que lideraban las comunidades afroamericana y latina. Ambas cintas guardan cierto parecido en su esencia -no así en su contenido- , puesto que las dos ponen la mirada sobre un colectivo concreto que se sintió totalmente libre de hacer y deshacer a su antojo en un lugar muy concreto y en un tiempo concreto. ¿Se convertirá también la obra del español en una cinta de culto? “Ojalá”, responde Sánchez. “Paris is Burning es una obra de arte. Todo el mundo me decía que tenía que verla, sin embargo, hasta que no acabe de montar I Hate New York no me decidí a hacerlo”, explica el director.

T de Long / I Hate New York

Con el tiempo muchos acusaron a Madonna de apropiarse del voguing después de que Paris is Burning lo expusiera ante los ojos de todo el mundo. Quizá esto hizo que la escena underground mirase con recelo al mainstream. Lamar, la más punk y la más comprometida con el movimiento, advierte en el largometraje de que en el momento en el que los periódicos y las masas presten atención a lo que están haciendo en los clubs de Nueva York, entonces su arte dejará de ser underground.

Sánchez coincide en cierta forma con la visión de Lamar: “Hay una larguísima tradición del mainstream acercándose al underground para ver hacia dónde van las tendencias porque en él es donde suceden las cosas auténticas, donde se toma el pulso de lo que se está haciendo”. Aunque el mainstream, sigue el cineasta de Jaén, “menosprecie, humille, torture y pisotee” a lo underground, de vez en cuando abre la puerta para ver lo que se mueve por allí y lo que puede coger. Y en esos lugares escondidos es donde él ha puesto su foco.

Para mí I Hate New York es un estado mental. Es mostrar todo lo que hay detrás del “I Love New York”, es decir, de los turistas, del Times Square, de Broadway, de la Quinta Avenida, de la Apple Store y de las tiendas de lujo”, matiza el director. “He intentado retratar a toda la gente que vive al margen de eso y que ama Nueva York porque si no la amaran, créeme que no estarían allí”, concluye.

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