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Culture
Todos los capítulos ocurren en la misma habitación, pero en cada uno de ellos cambia el huésped, la época, incluso el género
27 Julio 2017 13:07
Si se empeña en ello, la ficción puede convertir el espacio a priori sin vida de una habitación en un personaje con entidad propia. Lo consiguió George Orwell en 1984, con la habitación 101 del Ministerio del Amor, en la que se obligaba al huésped a enfrentarse con sus terrores más íntimos. El Resplandor de Stephen King hizo lo propio, con su habitación 217: abrirla era exponerse a amenazas que escapaban a la compresión humana.
Quizás, la ambición de Jay y Mark Duplass esté muy lejos de que la habitación 104, que da nombre a su serie, trascienda de la forma en la que lo hicieron las de Orwell y King. Quizás no. Lo que sí puede afirmarse con rotundidad, habiendo visto la mitad de sus capítulos, es que Room 104 esconde tantos misterios como episodios la completan: aunque todos suceden en el mismo espacio, de uno a otro cambia el huésped, la época, incluso el género.
Planteada así, la premisa puede recordar a productos como Four Rooms (VVAA, 1995), cuando en realidad está más cerca de un ejercicio claustrofóbico como Tape (Richard Linklater, 2001). Mejor dicho, de doce ejercicios como Tape: del mismo modo que ocurre con Black Mirror, cada uno de los doce episodios de Room 104 puede consumirse de manera autónoma, no tiene personaje que los unifique ni que sirva de hilo conductor. Ésa, que podría ser su mayor baza, también acaba siendo su debilidad más evidente: dependiendo del capítulo, la serie puede generar tanto entusiasmo como absoluta indiferencia.
Que cada episodio de Room 104 no le deba nada ni al que le precede, ni tampoco al siguiente en emitirse, deja bastante espacio para que los guionistas puedan arriesgar. Cuando lo hacen, la serie brilla como el escaparate de una joyería en el instante previo a un alunizaje. En Voyeurs, el capítulo que marca el ecuador de la serie, nos topamos, por ejemplo, con 22 minutos de danza clásica en la habitación de un hotel, mientras la versión presente y la versión pasada del mismo personaje se funden en un baile de tinte experimental.
Si Room 104 fuese una habitación real y los Hermanos Duplass fuesen una banda de rock, Voyeurs sería el momento en el que lanzan la televisión por la ventana.
Si 'Room 104' fuese una habitación real y los Hermanos Duplass fuesen una banda de rock, 'Voyeurs' sería el momento en el que lanzan la televisión por la ventana
Quizás destellos como Voyeurs no podrían sostener por sí solos una serie entera, pero sí colocan a HBO, el canal que aloja Room 104, en la posición que ocupaba dos décadas atrás: el de la cantera más excitante y rompedora de la ficción televisiva, con highlights como The Wire o Los Soprano. Con todas las productoras televisivas copiando el formato de esos clásicos, la única forma de emitir productos subversivos es olvidándote de complacer al espectador. La nueva Twin Peaks lo hace. Room 104, con ciertos alardes, también consigue hacerlo.
Teniendo en cuenta que los showrunners de la serie visten el apellido Duplass, cabezas visibles del género semi-documental mumblecore, quizás se eche en falta menos corrección formal en la puesta en escena de la serie. De los capítulos que nos ha avanzado HBO, solo The Internet, episodio ambientado en 1997, rompe con la estética del resto: está rodado en 4:3, el antiguo formato televisivo, cuadrado en lugar de panorámico. Guionizado por Mark Duplass, The Internet parece la única salida de tono estética dentro de una serie dónde, precisamente, las salidas de tono son algo a celebrar –Voyeurs, de nuevo.
Con capacidad de transitar, de episodio en episodio, del terror de Ralphie al thriller de The Fight, pasando por el drama costumbrista de My Love o el bizarrismo de The Knockadoo, hay cierto factor sorpresa en Room 104 que la hace jugar con ventaja: la convierte, de algún modo, en la cacareada caja de bombones de la que hablaba Forrest Gump. Con Room 104, pese a las fotos de Booking, pese a las reseñas de TripAdvisor, hasta que no cruzas el umbral de su puerta, no sabes lo que te va a tocar.
Es remarcable, viendo el plantel de directores con los que cuenta la serie, ver una notable presencia femenina: realizadoras como Marta Cunningham, Megan Griffiths, Sarah Adina Smith o Dayna Hanson firman algunas de las piezas más interesantes de esta Room 104. Historias de mujeres boxeadoras que deciden amañar la pelea que las enfrenta. De canguros que han de lidiar con niños con trastorno de personalidad. De miembros de la misma secta que se dan cita para trascender a golpe de trepanación cerebral.
Sería injusto valorar Room 104 cuando solo hemos pasado la mitad de nuestra estancia en ella –tenemos pendiente ver episodios tan prometedores como Pizza Boy, con James Van Der Beek, o I knew you weren't dead, con Jay Duplass. Por el momento, la sensación es mayoritariamente buena; al menos, sabes que, cada mañana, el servicio te habrá cambiado las sábanas, puesto toallas nuevas y rellenado el expendedor de champú. ¿Qué más se le puede pedir a un hotel?
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