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Artículo El humor no tiene límites cuando no hay nadie escuchando Culture

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El humor no tiene límites cuando no hay nadie escuchando

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Imagen: John P. Johnson/HBO
 

La comedia es uno de los pocos géneros garantistas: para saber si el artefacto funciona, basta con activarlo en una sala llena de gente y esperar una respuesta sonora en forma de carcajada. Drew Michael, renunciando a ese aval, y deja al espectador en una situación comprometida

víctor parkas

07 Septiembre 2018 12:14

Drew Michael tiene una charla insomne con una chica. No los vemos. No vemos a ninguno de los dos, sino tan solo el fluctuar de los colores en la pantalla. Quizás el stand-up del próximo siglo sea así: ni el monologuista —Drew— ni su público —Suki Waterhouse— necesitarán reunirse ya en el mismo espacio. Quizás, la tensión pueda generarse y sublimarse con una simple llamada e Skype.

A los dos minutos esa idea se evapora en tu cabeza: Drew Michael irrumpe en pantalla y empieza un speech sobre lo desastroso de su vida sentimental; en un plano que dura lo que un pestañeo, Suki Waterhouse se ríe. Es la única: Michael actúa sobre un fondo negro que, según más se aleja la cámara, más grande se revela. No hay escenario, no hay platea, no hay butacas. Por supuesto, no hay público.

Drew Michael, el especial de HBO (de Drew Michael), es un stand-up como nunca has visto. Su como-nunca-has-visto, sin embargo, no es homologable al como-nunca-has-visto de Nanette: si el rupturismo de Hannah Gadsby basaba su fuerza en la anomalía del texto que la australiana defendía sobre el escenario, la rebelión de Michael pasa por una puesta en escena tan radical en la que ya no hay, ni siquiera, escenario sobre el que defender nada.

Drew Michael (Jerrod Carmichael, 2018)

Lo espartano no impone lo austero: la factura de Drew Michael es enteramente cinematográfica. La fotografía, la edición, el diseño de sonido: no sólo parece que estás viendo una película que Gaspar Noé o Lars von Trier sino que, como reconoce el realizador de Drew Michael a Rolling Stone, su intención era precisamente trasladarte dentro de una película de Gaspar Noé o Lars von Trier.

Cuando superas el estado de elucubración inicial –si lo que estás viendo es posible, ¿por qué no iba a serlo Luca Guadagnino dirigiendo un show de Trevor Noah? ¿Cómo quedaría un monólogo de Amy Schumer filtrado por la lente de Greta Gerwig?–, te sientes abrumadoramente solo. La desazón persiste aunque compartas el visionado de Drew Michael con alguien: el silencio que acompaña cada chiste, cada punchline, es fúnebre.

“La palabra exacta es vacío”, abunda en Rolling Stone el humorista sobre la concepción del especial. “El director me dijo que quería grabarme sin público. Quiero decir, ¿quién cojones se supone que haría algo así? Mi respuesta fue inmediata: claro que sí”. Esa decisión, aislar a Drew Michael del resto, no sólo lo deja en una posición más vulnerable a él: es la audiencia la que queda, a su vez, desamparada.

Drew Michael (Jerrod Carmichael, 2018)

La comedia es uno de los pocos géneros garantistas: para saber si el artefacto funciona, basta con activarlo en una sala llena de gente y esperar una respuesta sonora en forma de carcajada. Drew Michael, renunciando a ese aval, deja al espectador en una situación comprometida: el especial no permite la risa por contagio, ni la complicidad con el alborozo ajeno. Es como ver una sitcom, pero sin esa línea de audio que inserta las risas enlatadas.

Drew Michael te deja a solas con su humor, cargando sobre tus espaldas la responsabilidad de gestionarlo de forma personalizada. Si te ríes con sus chistes sobre suicidio, sobre incesto, sobre zoofilia, no tienes nadie a quién señalar una risa previa que excuse la tuya. Drew Michael es, como señaló Noel Ceballos en GQ, “un viaje impresionista por una psique torturada” en el que, añadiríamos, sólo se cubren los billetes de avión: estancia y dietas corren a cuenta de cada sensibilidad, y redefinirán por entero la experiencia del visionado.

Los hallazgos del show no solo apelan a los profesionales de la comedia –“si tienes cámaras y un equipo”, planteaba el realizador de la pieza, “¿por qué no ser creativo?”–, sino también a sus consumidores objetivos: ¿Qué papel juega el público en un espectáculo de humor? ¿Qué ocurre cuando excluimos a la audiencia de la ecuación? El humor negro, ¿sigue siendo ofensivo cuando no hay nadie escuchando? Qué golpea más fuerte: ¿El chiste o su eco en forma de risa?

Drew Michael (Jerrod Carmichael, 2018)

Al calor de la polémica suscitada por un monólogo gitanófobo de Rober Bodegas, Nacho Vigalondo hizo hincapié en cómo el patio de butacas reía y celebraba los chistes del monologuista. “Si Bodegas es racista, ¿lo es entonces el público?”, se preguntaba el director, en un hilo de Twitter. “Si hacemos el ejercicio de evaluar el trasfondo de este tipo de chistes y decidimos reconsiderar qué nos hace reír y qué no, tengamos la decencia de incluirnos a todos, humoristas y miembros del público, en el mismo saco”.

En ese mismo debate, Pablo Muñoz añadía “que el humor no es un ‘valor’, como gustan pensar nuestros humoristas. El humor es una relación, una reciprocidad y un contexto”. En un momento de Drew Michael, Suki Waterhouse se echa a llorar mientras el humorista reflexiona sobre el retraso emocional que hace que sus noviazgos fracasen. Relación, reciprocidad, contexto: Michael nos propone uno muy concreto, muy personal, seguramente muy doloroso, y hace que éste pase a formar parte del dispositivo.

Drew Michael (Jerrod Carmichael, 2018)

Drew Michael, su formato, es tan laxo que incluso concede turno de palabra al –como dirían los inquisidores de la santa incorrección política– ofendidito/a. “El director me dijo que quería grabarme sin público. Quiero decir, ¿quién cojones se supone que haría algo así?”. Alguien que entiende que el público ya no sólo es esa gente que convocas en un teatro, sino toda aquélla a la que serás capaz de hacer llegar tu mensaje. Los que no conocen tus códigos. Los que los aborrecen. Los que verán en ti a su nuevo cómico favorito.

Quizás el stand-up del próximo siglo sea así. Vlogs con equipo técnico y presupuesto de superproducción. Monólogos sobre masculinidad tóxica que no consiguen malvender ni una mísera entrada. Soliloquios sobre follarte animales, salir con tu madre, convertirte en extensión de tu propia polla. Ese ruido de aire acondicionado, siempre de fondo. “Si dejo que alguien atraviese mis muros”, pronuncia Michael, “seguramente verá partes de mí que no he aceptado”. Abróchate el cinturón y pon el asiento en posición vertical, vamos.

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