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Artículo ‘Mercury 13’, la historia silenciada de las mujeres que pudieron conquistar la Luna Culture

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‘Mercury 13’, la historia silenciada de las mujeres que pudieron conquistar la Luna

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Entre 1959 y 1962 existió en EEUU un ‘Programa para la mujer en el espacio’. 13 mujeres pasaron las pruebas de capacitación para ser astronautas, pero jamás fueron escogidas para volar al espacio

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26 Julio 2019 17:14

Corría el año 1958 cuando una recién nacida NASA comenzó a buscar candidatos para el proyecto Mercury. La administración Eisenhower creó la Agencia Espacial con un objetivo claro: llevar al primer hombre a la Luna... antes que la Unión Soviética. Y sí, la palabra hombre no designa aquí de manera universal al ‘ser humano’: las mujeres fueron totalmente excluidas de la posibilidad de viajar al espacio.

Einsenhower estaba convencido de que los pilotos militares eran los mejores candidatos para viajar al espacio. En la época existían mujeres pilotos, y muchas. Miles de ellas pilotaron aviones durante la II Guerra Mundial, aunque nunca pudieron hacerlo en calidad de militares. Las mujeres aún no tenían lugar en el Ejército. Ellas, pertenecían a su hogar y a su familia. Solo los pilotos varones podían acumular el mínimo de 1.500 horas de vuelo en aviones militares de altas prestaciones que pedía la NASA.

Por suerte, no todos pensaban lo mismo.

Entre 1959 y 1962 existió un “Programa para la mujer en el espacio”. Pocos en EEUU conocían su existencia. Fue un programa privado, ligado a dos nombres propios: Donald Flickinger y William Randolph Lovelace II. El primero, general de la fuerza aérea, había sido un pionero en el incipiente campo de la medicina espacial y fue uno de los responsables de la selección los astronautas del Mercury. Lovelace era el presidente del Comité asesor de ciencias de la vida de la NASA. Él era el encargado de las pruebas a los candidatos a astronautas y él fue el principal promotor del programa de mujeres.

El programa piloto de Lovelace no tenía nada que ver con la Nasa y estaba financiado casi en su totalidad por el propio doctor. En una primera fase, Lovelace invitó a la piloto Geraldyn Jerri Cobb a realizar las mismas pruebas físicas que se exigían a los candidatos varones a viajar al espacio. Las realizó con éxito. Cobb ayudó luego a Lovelace a reclutar a más chicas para ese programa piloto de entrenamiento. Analizaron los perfiles de 700 mujeres piloto y escogieron a las 25 mejores.

Las aspirantes fueron sometidas a todo tipo de pruebas extremas. Les vertían agua helada en el oído para provocar vértigo, las aislaban en cámaras oscuras con agua y en oscuridad total o les realizaban descargas eléctricas en el antebrazo para analizar los reflejos del nervio cubital. Trece de las participantes pasaron las pruebas y los resultados demostraron que algunas respondían incluso mejor que los hombres.

Era verano de 1961 y aquellas trece mujeres lo dejaron todo, trabajos incluidos, para cumplir su sueño.

Lamentablemente, nunca tuvieron ninguna oportunidad real de alcanzar la órbita.

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De la ilusión, a la total decepción. Ese fue el viaje de Jerrie Cobb, Mary Wallace Funk, Myrtle Cagle, Sarah Gorelick, Jane Hart, Jean Hixson, Rhea Woltman, Gene Nora Stumbough, Irene Leverton, Jerri Truhill, Bernice Steadman y las gemelas Jan Dietrich y Marion Dietrich.

La fase 3 del programa requería la realización de exámenes médicos avanzados que debían realizarse en la base naval de Nuevo México. Pocos días antes de que diera comienzo, en septiembre de 1961, las participantes recibieron un telegrama en el que se indicaba que se cancelaba. ¿Qué había pasado?

Oficialmente, el programa Mercury 13 murió por falta de financiación. El programa no logró el beneplácito de la NASA, por lo que la marina de los EEUU le negó a Lovelace el permiso para usara sus instalaciones para el entrenamiento de mujeres en un proyecto no oficial. El rechazo frontal de los militares supuso la cancelación de facto del programa.

La lucha de estas mujeres por reivindicar su lugar en la carrera espacial no terminó ahí. Tras salir a la luz pública informaciones sobre el programa, y lograr la empatía de amplios sectores de la sociedad, las mujeres llevaran el caso al Congreso en julio de 1962. De poco sirvió. La Nasa no cambió de opinión y defendió, una vez más, que los astronautas debían ser pilotos militares.

Los resultados favorables de las pruebas no importaron. Ni tampoco la valentía y la determinación de todas esas mujeres que lo dejaron todo para seguir un sueño solo reservado para ellos.

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