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Artículo 'Nanette': el alucinante show de Hannah Gadsby podría cambiar la comedia para siempre Culture

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'Nanette': el alucinante show de Hannah Gadsby podría cambiar la comedia para siempre

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‘Nanette’ es un monólogo como nunca jamás has visto

víctor parkas

03 Julio 2018 13:20

Normalmente, el debate sobre los límites del humor suele acotarse al contenido que un producto de comedia puede o no alojar. ¿Es legítimo perpetuar estereotipos sobre la comunidad LGTBQI a través de chistes? La violencia machista, ¿puede servirnos de materia prima para una broma? ¿Y la violación? ¿Podría el humor, incluso, llevar a la catarsis a alguien que la haya padecido? “La risa no es nuestra medicina”, responde Hannah Gadsby, en uno de esos momento de Nanette dónde el público la escucha con un silencio reverencial. “La risa es tan solo la miel que endulza la medicina amarga”.

“La cura está en las historias”.

Nanette (Hanna Gadsby, 2018)

La historia de Hannah Gadsby arranca en 1978, cuando a Tasmania, su ciudad natal, todavía le quedaban casi dos décadas para despenalizar la homosexualidad. Bajo esa premisa, la trama no podía hacer otra cosa que complicarse: en el background de Gadsby se amontonan una salida del armario, dos violaciones (una de ellas múltiple), un episodio de violencia machista, y 20 años para poner en perspectiva todo ello. En Nanette, la monologuista australiana ajusta las cuentas con una realidad tan asfixiante, tanto, que no puede abordarse sólo desde la trinchera cómica.

Si los límites del humor se plantean en términos de contenido, Hannah propone explorarlos como una expedición de continente. Nanette es un show de humor, sí, pero uno resquebrajado por speeches dramáticos, en los que la comediante lanza alaridos al borde de la lágrima. Gadsby pasa de la comedia pura al meta-ensayo autoconsciente, creando un atasco de reflexiones sobre los mecanismos de la carcajada, sobre los clichés que unen enfermedad mental y creación artística, sobre la necesidad imperiosa de una herstory con la que anegar todo; a todos.

“Odio a Picasso”, dice Hannah, graduada en Historia del Arte. El padre del cubismo es descrito en Nanette como un asaltacunas misógino, cuyos logros no merecen ser celebrados, sino arrojados a un contenedor de reciclaje: la multiperspectiva cubista propuesta por Picasso, plantea Gadsby en su programa de mínimos, sólo merece la pena si alguna de esas perspectivas es la de una mujer. La humorista termina por asumir, desde una mirada de género, ese desdoblamiento picassiano: Nanette suma capas a la capas, recalcula ruta a golpe de volantazos que no esperas, cambia la lente para narrar una misma escena con ópticas distinta.

¿Espectáculo stand-up? El show de Gadsby parece más bien una escena de acción rodada en multicámara, dónde todos los planos se superponen fraccionando la pantalla.

Piensa en el humor reivindicativo estilo Bill Hicks o George Carlin, en la tragicomedia confesional de Tig Notaro o en el humor feminista de Ali Wong. Recuerda como Andy Kaufman era capaz de hacer de la sequía cómica, del anticlímax, el motor de sus espectáculos. Nanette bebe de todas esas acequias, y lo hace con decisión, de un solo trago. El resultado no es caótico: el guión de Gadsby está mejor medido que el de ninguno de sus antecesores, porque su decantación, el delivery de cada frase, no tiene como intención última provocar (o negar) la risa de la audiencia, sino hacer de ella algo colateral.

Nanette (Hanna Gadsby, 2018)

Si Nanette está siendo recibido como parte del entramado #MeToo, su visionado deja bien claro que sólo está sirviéndose del espacio abierto por el movimiento para buscar los resquicios que permitan, no una reforma, sino una ruptura. Como sostiene Gadsby en el show, Donald Trump, Pablo Picasso, Harvey Weinstein, Bill Cosby, Woody Allen o Roman Polanski no son monstruos extraordinarios, sino simples funcionarios de lo masculino. “Estos hombres no son excepciones”, sentencia la humorista, “sino la regla”. Si el discurso de Oprah Winfrey en los Globos de Oro fue una marcha pacífica y con sponsors, Hannah propone un necesario alboroto estilo black bloc.

Nanette genera lo que Jordi Costa bautizó –y tituló con ello un ensayo homónimo– una risa nueva. Las posibilidades expresivas que abre Gadsby con su espectáculo son comparables a las que trajo el cine sonoro a una cartelera silente: Hannah, dejando sudor y lágrimas por el camino, está reconociendo un terreno del que le ha tocado ser pionera. Cabe preguntarse si ese terreno no será, a la postre, su propia epidermis. “La sátira para serlo tiene que apuntar hacia arriba o apuntar hacia dentro, lo que apunta hacia abajo”, dictaminó en una ocasión Brigitte Vasallo, “es humor opresivo”.

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