PlayGround utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de navegación. Si sigues navegando entendemos que aceptas nuestra política de cookies.

C
left
left
Artículo El significado oculto que desconocías del festival de Eurovisión Culture

Culture

El significado oculto que desconocías del festival de Eurovisión

H

 

Historia política del festival de las llamas y el confeti

Rubén Serrano

13 Mayo 2017 09:53

“Cuando supe que venía aquí, pensé en los refugiados. Estas personas están huyendo de la muerte. No estoy diciendo que Europa no esté haciendo un esfuerzo, sino que deberíamos ayudar a crear caminos legales y seguros para que todos ellos lleguen a los países de destino. Si estoy aquí y me voy a exponer a toda Europa, lo menos que puedo hacer es lanzar un mensaje humanitario”.

No es el Consejo Europeo. Tampoco la ONU. Es el Festival de Eurovisión, que este año celebra en Kiev (Ucrania) su edición número 62, y las palabras corresponden al representante de Portugal, Salvador Sobral.

Aparte de ser una competición musical, en Eurovisión se suceden cada año reivindicaciones de carácter social, cultural y, a veces, político, que cuestionan si la comunión y la unión entre los países participantes que pregona el certamen es real.

En 2013 la representante finlandesa se besó con su corista para criticar la prohibición del matrimonio homosexual en su país, en 2015 Francia cantó contra los atentados terroristas y el año pasado Serbia presentó una canción que condenaba la violencia de género, mientras Ucrania se alzaba con el triunfo con un tema que denunciaba la deportación de los tártaros de la península de Crimea durante el estalinismo.

Javier Escartín, periodista de ABC y especialista en el concurso, considera positivo que “el festival se implique para denunciar lacras como la LGTBfobia o la violencia de género”. Sin ir más lejos, el año pasado 204 millones de espectadores seguían este show televisivo, de manera que nos encontramos ante la plataforma mundial perfecta en la que alzar la voz.

Claro que no es lo mismo exponer el drama de los refugiados, o la homofobia, que sacar a colación un conflicto de fronteras.

“Eurovisión —explica José García Hernández, director del portal eurovisión-spain— tiene una normativa que especifica por la cual no se pueden hacer manifestaciones políticas. Todo lo que tenga que ver con reivindicaciones territoriales, como ha pasado con Rusia y Ucrania o con Armenia y Azerbaiyán, no es apropiado en el festival”. Para el experto, Eurovisión sí se puede utilizar como herramienta legítima “para hacer apología de la igualdad, tolerancia, diversidad y el respeto” ya que son valores “implícitos” del concurso.

La encargada aquí de poner paz y mantener el orden es la Unión Europea de Radiodifusión (UER), organizadora del festival. La UER es un club de televisiones públicas de todo el mundo, que nada tiene que ver con la Unión Europea y que tampoco es exclusivo de países ubicados geográficamente en territorio europeo, a pesar de lo que popularmente se piensa.

Esto explica por qué Israel o Australia forman parte del concurso y por qué, como entidad autónoma, es la única capaz de sancionar a los países que se pasan de la raya con sus proclamas.



A Putin le interesa pasear a un cantante local en este festival y presumir de colgarse medallas de bronce, plata y oro en territorio comanche.

Para Javier Morales, docente en la Universidad Europea de Madrid, con manifestaciones como las expuestas en Eurovisión entra en juego el llamado poder blando de los países, que consiste en usar la información para “dañar la reputación de un país enemigo y denunciar los abusos que está cometiendo”.


Esta arma, que nada tiene que ver con estrategias militares ni de presión económica, se pudo comprobar hace unos meses: Ucrania vetó la entrada de la representante de Rusia en el país, alegando que incumplió una ley local al entrar en la península de Crimea en 2015 sin pasar por sus controles fronterizos. En consecuencia, Rusia no ha participado este año en Eurovisión y Ucrania se ha anotado un tanto.

Ruth Ferrero es codirectora de GEurasia y profesora de Estudios Europeos en la Universidad Complutense de Madrid. A su juicio, a Putin le interesa pasear a un cantante local en este festival de confeti, fuegos y ventilador. Rusia puede presumir de colgarse medallas de bronce, plata y oro en territorio comanche, mientras que la Europa Occidental mira sus victorias con recelo desde el banquillo.

Añade Ferrero que “los orígenes del festival también son políticos” y que las dictaduras de España y Portugal usaron su aparición en el certamen para “legitimar sus regímenes”. En esta línea, Escartín apunta a que son otros los que hoy en día utilizan el festival para legitimarse ante el escaparate internacional.

“Eurovisión—explica Escartín— nació tras la II Guerra Mundial con el ánimo de coser un continente destruido”. Una vez restablecido, “los países exsoviéticos y exyugoslavos tomaron como prioridad entrar en el concurso como un valor añadido para que se reconociera su independencia”.

Dividido décadas atrás entre fascismos y democracias, el tablero geopolítico hoy tiene como protagonistas en pleno 2017 a Europea Occidental y a Europa del Este. Por eso muchas de las luchas que se visibilizan en el certamen, como la citada LGTBfobia, suponen una fractura evidente entre estas dos zonas.



Ahora mismo es irreal hablar de una unión de culturas europeas porque hay muchas Europas dentro de la propia Europa, que tienen unas visiones diferentes y unos valores diferentes.


¿Sirve, entonces, esta fiesta del pop para unir las diversas culturas europeas o evidencia las diferencias y el abismo que hay entre ellas? “El festival—señala García Hernández— tiende puentes y visibiliza las diferentes naciones y culturas. La cultura mediterránea no tiene nada que ver con la nórdica o con la de Europa del Este. Eurovisión refleja esas diferentes identidades y eso es muy positivo”.

Javier Morales, por el contrario, sostiene que este evento refleja las posturas antagónicas existentes: “Ahora mismo es irreal hablar de una unión de culturas europeas porque hay muchas Europas dentro de la propia Europa, que tienen unas visiones diferentes y unos valores diferentes”.

Concluye Morales: “la Europa del Este y la del Oeste se han ignorado durante mucho tiempo”. Por eso, cuando se ven forzadas a participar en un proyecto común, los roces y la distancia “son inevitables”.

share