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Culture
“Voy a ocupar mi puesto”, canta White en Crashing your party. No es una amenaza: es una formalidad
30 Julio 2018 15:10
“¿Estáis listos?”, pregunta Santigold en Coo Coo Coo, la canción que abre I don’t want: The gold fire sessions. Y no, no hay manera de estarlo: el primer trabajo largo de la cantante tras 99 Cents no sólo se publicaba con la alevosía de la sorpresa y la no-propaganda, sino que lo hacía agitando una coctelera explosiva de dancehall, reggaeton, ska, reggae y new wave de cuna 80’s. El disco se abre con una marimba caribeña naif, de las que invitan a reventar piñatas. Lo que sigue, así, no podía ser otra cosa que una lluvia de caramelos.
Santigold no es ninguna rookie: nacida en 1976 en Filadelfia y bautizada con el nombre de Santi White, la cantante lleva habitando escenarios underground desde la formación de Stiffed en 2001. La banda, a la que White prestaba voz, practicaba un college-punk de zapatillas de tela y flequillo molesto. En 2005 lanzaban su primer y único álbum, Burned Again, cuya producción firmaba nada más y nada menos que Darryl Jenifer, el bajista de los portentosos Bad Brains.
De la misma forma que los afroamericanos Bad Brains se fogueron en el circuito punk, rama hardcore, para ir abriéndose y recuperando sus raíces con los años, explorando territorios como el reggae y el dub, la producción de Santi White también ha girado la cabeza de un tiempo a esta parte hacia sonidos negros, especialmente aquellos de frecuencia jamaicana. Lo tradicional no depura la reivindicación punk: The gold fire sessions está diseñado para bailarse, sí, pero sus letras solo dejan margen a la danza de guerra anticomercial.
En I don’t want, canción colocada de forma nada inocente en el título del álbum, Santigold dice no querer ser ni la mejor, ni una charlatana millonaria, ni reproches, ni perder el tiempo, ni dejar de decir lo que piensa. “No quiero ser un fake, ni quiero rogar, ni ser un despojo, ni una mentira”, canta White, en la que quizás sea la declaración de intenciones más diáfana del álbum. En épocas de ostentación, Santigold propone, no faldones, ni alerones, sino medidas austeras y dedos chasqueando bases reggae.
El disco se retuerce entre los espasmos reggaetoneros de Don’t blame me, el ska cósmico cubierto de fondant de A perfect life, los neones new wave de Crashing your party. Valley of Dolls podría ser esa canción de prom night que pone a todas las parejas del gimnasio a bailar pegadas y lucir, en sincronía, el sello cualitativo de Trojan Records. Fascinan especialmente pistas como Wha’ you feel like o Why me, dancehall musculado con el que Santigold dejaría a la altura del subsuelo cualquier sucedáneo blue-eyed.
Si, para otros trabajos de su carrera en solitario, Santigold ha confiado en productores como John Hill o Greg Kurstin, esta vez es Dre Skull de Mixpak Records el encargado de dar forma a este The gold fire sessions. Responsable del Too Good interpretado por Drake y Rihanna, o de la deriva jamaicana de Snoop “Dogg” Lion Reincarnated, Dre Skull ha producido el grueso del álbum, dejando un par de tracks para Ricky Blaze y un sospechoso habitual en la discografía de White como es Diplo.
En cuanto a colaboraciones, Santigold ha dejado de recurrir a su agenda de contactos indie, con previas llamadas de socorro a integrantes de TV on the Radio o de Yeah Yeah Yeahs, para aliarse con dancehall queens como la Shenseea de Don’t blame me. El cambio no podía haber sido sino para mejor: The gold fire sessions es, junto al Isolation de Kali Uchis, una de las cosas más excitantes que le han pasado al urban americano este año. “Voy a ocupar mi puesto”, canta White en Crashing your party.
No es una amenaza: es una formalidad.
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