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Artículo Tres discos para matar a la estrella del pop hetero, blanco y apolítico Culture

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Tres discos para matar a la estrella del pop hetero, blanco y apolítico

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¿Podemos dar por muerto, de una vez por todas, al pop complaciente con el status quo?

víctor parkas

18 Junio 2018 17:46

“Católicos, moros, masones hijos de puta”, interpela la canción con la que se abre Nasir, “ni John Hanson no fue el primer presidente negro, ni Abe Lincoln liberó a los esclavos, ni el progreso habría llegado si nosotros no hubiésemos forzado la proclamación de emancipamiento, ¡que le follen a vuestra proclamación!”.

El revisionismo no es necesariamente malo; en algunos casos, y si se hace desde la perspectiva del que sido oprimido por la oficialidad de la Historia, puede ser un arma anti-represiva. Así lo utiliza Nas en Not for radio, recordándonos —revelándonos— que los SWAT se crearon para desactivar a los Panteras Negras, que Reagan tenía alzheimer mientras ostentaba el poder, que el crack fue importado de Colombia por el gobierno USA para someter a la comunidad afroamericana.

Tras expirar ese majestuoso primer track, entra Cops shot de kid. Los policías dispararon al crío.

“¡Arriba las manos, negrito!”.

Nas no es un converso: su rap siempre ha sido, desde Illmatic, políticamente inquieto. Nasir es, no obstante, distinto a cualquiera de sus trabajos anteriores, no por la producción de Kanye West, no por lo sintético de su timing, sino por las medidas del trampolín desde el que salta el neoyorquino: el onceavo álbum de Nas estaba rodeado de una expectación que excedía, en mucho y gracias al hype West, los márgenes del pur-et-ismo hip hop que, por sonido, debían acogerlo de forma natural.

Nasir es un disco de rap tan explícito y crudo que su escucha podría provocar toxoplasmosis, pero también supone, como dice su intro, un bocado no apto para la radio que, por fuerza, las radios no tuvieron más remedio que pinchar. Nas ocupó, anteayer, el espacio pop que In utero negó históricamente a Illmatic, sustituyendo el lamento de la clase media blanca, su autodesprecio, sus desengaños amorosos, por un incendio de 26 minutos que, de lo alto que llegan las llamas, era imposible ignorar.

“Escuchadme, buitres”, rapea en Everything, “he sido apresado por la cultura occidental”.

Dos días después, Apes**t llegaba sin avisar.

Grabado en el Louvre, este sencillo-sorpresa dentro del álbum-sorpresa Everything is love, quizás viniera a contraprogramar el lanzamiento de Nas/West, pero la demostración de fuerza no hizo sino que ahondar en el mensaje de Nasir: el pop no sólo ha dejado de ser caucásico, sino que dedica tiempo, paciencia y esfuerzo en señalar por qué lo había sido todo este tiempo. Beyoncé y Jay-Z toman el “he sido apresado por la cultura occidental” de Nas y vuelan por los aires la celda, bailando espasmódicamente ante las obras europeas —y europeizantes— de Jacques-Louis David, Leonardo da Vinci o Alejandro de Antioquía.

Apropiándose, para empoderarse, de un insulto racista —Monomi***a— y de un espacio en el que su comunidad está infrarrepresentada —un Louvre sometido al gusto de Gombrich—, Apesh**t no es tanto una toma de poder como un jubileo: Beyoncé y Jay-Z, colocados siempre en primer término, sin pleitesía que rendir a La Gioconda, sin respeto que mostrar a la Venus de Milo: ya se saben reinando. Everything is love, en conjunto, tiene más de fastuos de celebración, de orgulloso pavoneo, que de cuartilla reivindicativa. Jay-Z y Nas comparten orígenes, códigos, obsesiones, pero lo interesante es cómo sus diferentes estatus las acaban modulando.

Lo interesante es cómo el “¡Arriba las manos, negrito!” de Cops shot de kids muta en Black Effect como un festivo “levanta bien alto las manos, como si esto fuese un falso arresto” .

Pese a todo el potencial subversivo de Jay-Z, Nas y Beyoncé, pistas incluidas en sus nuevas referencias como Lovehappy o Adam and Eve siguen perpetuando modelos hetero-centrados. Como previendo servir de revulsivo a esa tendencia, y desde un reducto no tan mainstream, el primer álbum de la artista transgénero Sophie aparecía el jueves, para ir escalando posiciones durante el fin de semana hasta convertirse en modesta alternativa LGTBQI+ a Nasir y Everything is love. Oil of every pearl’s un-insides, título de este portentoso debut, brama electrónica experimental que se desdibuja con borrones dance-pop.

Immaterial, quizás el punto de acceso más fácil al álbum, es como si cogieses una canción de Ke$ha y la aumentases de revoluciones para utilizarla como elemento de tortura. Como padecer un infarto de miocardio en medio de una despedida de soltera. En lo lírico, Sophie señala las posibilidades existencialistas de género fluido: “Tú podrías ser yo y yo podría ser tú, siempre iguales, nunca iguales, día a día, vida a vida, sin mis piernas o mi pelo, sin mis genes o mi sangre, sin mi nombre ni ninguna historia detrás, ¿dónde vivo? Dime, ¿acaso existimos? Simplemente, somos inmateriales”.

Si Nasir es lo que el pop podría haber sido y Everything’s love lo que actualmente es, Oil of every pearl’s un-insides presenta una suerte de futuro alternativo —y por tanto posible— no-binario, con base industrial y superficie deslumbrante. Un mañana en el que el frondoso paisaje sonoro de Pretending pueda ser, de pronto, radiofórmula. Suena descabellado; tanto, como imaginar que, en 1988 y con Straight Outta Compton de NWA recién aterrizado, esa sería la música que movería el mundo tres décadas después. “Allí hay un nuevo mundo entero”, canta Sophie, en la canción con la que su disco concluye, “un nuevo mundo entero, para ti y para mí”. Cuando Whole new world termina, el silencio que le sigue merece alcanzar el minuto.

Oremos, por el pop-star hetero, blanco y apolítico.

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