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Artículo Yo fui un punk millenial adolescente: "El pogo es el palco de la clase obrera" Culture

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Yo fui un punk millenial adolescente: "El pogo es el palco de la clase obrera"

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Un baile cafre patentado en 1977 que toda tribu urbana, en algún punto, quiso expropiar

víctor parkas

04 Julio 2018 12:08

En clase de Arte, me siento un pupitre por detrás de Ruth y Vero. Ruth está dibujando estilo manga y Vero, que está repitiendo cuarto, sólo está. Tiene una quemadura en la cara, justo en la mejilla que entra en mi visión periférica. Susurro un «qué te ha pasado en la cara, Vero» y ella contesta sin susurrar nada, porque la da igual si Cristina, nuestra profesora, se entera o no de que estamos hablando en clase.

—Es una quemadura de cigarro, me la hicieron en el Ateneu —dice, de un teatro okupado cercano al Ayuntamiento, dónde hacen conciertos y sesiones de drum&bass—. Los punkis de allí se vuelven locos bailando el pogo ese.

Cristina hace callar a Vero, que se gira antes de que yo pueda preguntarle:

—¿Pogo? ¿Qué es un pogo?

El pogo es como la tríada: o estás dentro, o estás fuera, pero no preguntas. Pogo soy yo saltando solo en la cama de la habitación de invitados, para enseñarle a Ester, por webcam, lo que es un pogo. Pogo somos yo y Guille, cubano anticastrista y mi compañero de pupitre en clase de Arte, dándonos empujones en un concierto del grupo commie-friendly la Gossa Sorda. Porque, en lo musical, el pogo es laxo: lo he bailado en conciertos de ska con grallas, en directos de nu-garage, en discotecas de extrarradio dónde Zapatillas de El Canto del Loco parecía un buen pretexto para bailarlo.

Y no, no lo era. Pero, o estás dentro, o estás fuera.

El pogo es derramarle la copa a Arnau en la discoteca más grande de Barcelona porque en la discoteca más grande de Barcelona, en algún punto de la noche, tendrá que sonar el Blitzkrieg Bop, y, ¿qué vas a hacer cuando suena el Blitzkrieg Bop? Pogo, claro. Pogo, Pogo, como la cara B del Ça plane pour moi de Plastic Bertrand. Si has de bailarlo sobre alguien, haz caso a La Broma de Ssatán: Baila pogo sobre un nazi. Baila poco conmigo, viendo a los Black Lips en Arco del Triunfo después de hacer un sinpa. Pierde las gafas conmigo, en conciertos de Airbag, los Buzzcocks, Stiff Litlle Fingers.

El pogo es como la peste bubónica: se contagia, se expande, acaba con todo a su paso. Los fosos para fotógrafos no sólo son un espacio de trabajo: también son un muro de contención contra el único baile que puede hacer peligrar la integridad del resto del aforo. «O paráis o se termina el concierto», nos dice un técnico de sonido desde su cabina, mientras el promotor intenta reducir los pequeños conatos de pogo que se forman en primera fila en una sala de Marina. ¿Cómo vas a parar un pogo? El pogo no se para, el pogo se abandona. Lo cantaba tu grupo favorito a los 18, ¿te acuerdas?

“El pogo siempre es pasajero”.

He estado en pogos de música Oi! que dan miedo. Pogos que parecen peleas sacadas de un cómic de Astérix el Galo, en los que un ovillo de personas se desplaza como una nube de polvo uniforme hasta la puerta de salida, entre puntapiés y puñetazos. He llegado media hora antes a conciertos de grupos que no tienen más de 10.000 views en YouTube, para asegurarme un sitio en el pogo. Hay conciertos dónde tu disfrute dependerá, en un 50%, del pogo. En el resto, del 100%. El pogo es el palco de la clase obrera: aun sin recursos, bailándolo puedes elevarte por encima de los demás.

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