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Kantaro, el empleado goloso que tiene orgasmos cuando come dulces

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Cuando la pasión por los dulces te lleva al orgasmo de tu vida (sin sexo)

Rosa Molinero Trias

29 Abril 2018 14:19

2018 y creemos saberlo todo de la gastronomía japonesa. Hemos visto a maestros del sushi cortar con precisión de algoritmo el pescado, hemos saboreado grandes y jugosos boles de katsudon y hasta hemos visto en Chef’s Table a un neoyorkino, Ivan Orkin, conquistar los paladares tokyotas con su ramen. Pero, ¿qué sabemos de los dulces japoneses? Mochi y matcha, dirán algunos. Pero Japón no sólo es mochi y matcha, amigos.

La gula japonesa por el dulce no se contenta con tan poca variedad. Lo sabe bien Kantaro Ametani, el protagonista de Kantaro, El Empleado Goloso, la serie que Netflix ha adaptado del popular manga ‘Saboriman Ametani Kantarou’ (Tensei Hagiwara y Abidi Inoue). De hecho, no es que lo sepa bien: es que Kantaro es el especialista en dulces japoneses que necesitas en tu vida para saltar en el primer avión hacia Tokyo.

Para satisfacer su voracidad por el dulce, Kantaro ha dejado su trabajo en el sector tecnológico. Pero tonto no es y nadie le venderá el mito millennial de abandonarlo todo para perseguir su sueño. A Kantaro solamente se le pueden vender dulces, que es lo único que compra a espuertas. Y para comer todavía más, se las ingenió para fichar como comercial en una editorial donde trabaja como un jabato estoico para, una vez terminado el trabajo y visitadas todas las librerías, escaquearse un ratito para hincarle el diente a un buen postre. Y luego escribir una reseña en su blog 'El caballero de los dulces', en el que firma bajo el pseudónimo Amablo para que nadie lo descubra (aunque su compañera Dobashi le tiene el ojo echado).

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Y hasta aquí la historia no tendría más qué. Pero espera a que veas a Kantaro frente a un postre. Lo siento por el spoiler, pero tengo que contarlo: Kantaro tiene unos orgamos siderales comiendo (¡e incluso sólo pensando!) en anmitsu, en kakigori, en mamekan, en ohagi, en éclairs, en pudín de caramelo, en chocolate y en Mont Blanc de castañas. La boca abierta y goteando, los ojos en blanco y el cuerpo estremeciéndose bajo los efectos de la glucosa, hasta el éxtasis. Oh, sí.

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Curiosamente, cuando Kantaro visita uno de estos lugares las barreras entre ficción y realidad empiezan a fundirse en nuestra retina como el sirope de fresa en su lengua. Las tiendas de dulces pueden encontrarse sobre el mapa de Tokyo, los nombres de los maestros y maestras pasteleros y la historia del lugar y los barrios donde se ubican también son fidedignos. Y una vez se sienta a esperar su trofeo, Kantaro tiene unas alucinaciones donde vemos cómo se elabora el dulce en cuestión mientras nos va narrando la receta y los detalles que la hacen tan especial.

Pero la realidad en Kantaro… es como un semáforo. Y cada vez que Kantaro pierde así los papeles acaba por teletransportarse al paraíso del dulce, donde vive las fantasías más absurdas y rocambolescas que dinamitan lo políticamente correcto, y donde se le aparecen sus compañeros de trabajo, pero también Freud, Nietzsche o Churchill.

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“¿Qué acabo de ver?”. Eso me pregunto tras cada 24 minutos de capítulo. Un cruce de Oishinbo y Dead Sushi. La receta de la serie sería algo así como: 150 gramos de anime, 300 miligramos documental gastronómico y 300 miligramos de humor absurdo. Batir, servir, deglutir. Y repetir. Y repetir. Y repetir.

Porque Kantaro, El Empleado Goloso, engancha tanto como el azúcar.

Por mostrar pasteleros y tiendas que de verdad existen, contarnos su historia y mostrarnos los barrios de Tokyo donde se ubican. Y por esa combinación nada empalagosa de realidad con ficción cómica de este empleado de ventas tan pícaro y voraz.

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Me quedo hipnotizada con las caras que pone de Kantaro cuando se emboba ante la perfección de un postre, cuando lo adora eucarísticamente y cuando empieza a gozarlo ¿Cómo un tembleque del párpado puede comunicar tanto? Matsuya Onoe tiene un dominio asombroso de los músculos faciales y no es de extrañar: ha sido actor de teatro Kabuki, donde toda la fuerza dramática reside en las expresiones y gestos del cuerpo.

Tal vez la adicción que genera Kantaro, y lo bien que entra, es porque es un soplo de aire fresco ante las series gastronómicas habituales que tanto nos tienen fascinados. Y, en realidad, porque todos deseamos ser Kantaro. ¿O todos somos Kantaro? Sólo sé que hoy he pensado muy fuerte si Japón o sus dulces o escribir esta reseña en el trabajo.

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