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Reportaje
26 Febrero 2018 06:00
En Tancítaro, la Familia Michoacana cobraba antes un impuesto de 100 dólares por hectárea cultivada. Hasta que la gente que vivía del aguacate se cansó
La carretera es solitaria. Dos carriles, uno por sentido, atraviesan una zona de fincas y arboledas. Se puede escuchar a los pájaros. Su canto es interrumpido, de vez en cuando, por el paso de algún vehículo.
“A esta calzada se le conoce como el camino del infierno”, asegura un lugareño. “Durante años aparecieron cadáveres descuartizados. Todavía salen a veces. Dicen que hay bandas que se comen a los muertos con tortillas”.
Tierra Caliente es uno de los lugares donde más se ha sentido la guerra entre los cárteles mexicanos, la fuerza pública y la población civil. Es uno de los puntos más conflictivos del Estado de Michoacán, que registró 8.258 asesinatos entre 2006 y 2015. Los lugareños han sido testigos de tantas atrocidades que ya nada les parece inverosímil.
La zona es famosa, además de por la violencia, por ser la capital mundial del aguacate. México es el mayor productor de lo que en el lugar se conoce como “oro verde”. De sus tierras sale el 45% del aguacate que se cultiva en el mundo. En 2016 el fruto dejó ganancias superiores a los 2.200 millones de dólares y la mayoría cayó en la zona. Ocho de cada 10 aguacates que se consumen en Estados Unidos provienen de Michoacán. Dinero fácil, pensaron los líderes de los carteles, decididos a extorsionar a los productores.
La tensión que se vive en Tierra Caliente cambia cuando se toma la escarpada carretera hacia Tancítaro, el centro neurálgico de la producción aguacatera. Allí, los lugareños pasean tranquilamente por la calle. Los mercados están a rebosar. También los restaurantes.
La localidad, de unas 30.000 personas, está de aniversario. Desde hace cuatro años no se presenta un solo secuestro en el municipio. ¿Cómo es posible, en una zona que muchos mexicanos ni se plantearían visitar?
La respuesta la da Juan Carlos Mora, presidente de la Junta de Sanidad Vegetal, una organización de productores de aguacate, y probablemente la institución con mayor poder político real de la zona. "El Gobierno no ha hecho nada y la gente ha decidido tomar el control".
Los productores y campesinos fueron los principales afectados cuando en 2007 entraron al casco urbano las primeras personas armadas y desataron el miedo, llegando a controlar incluso la policía municipal.
La Familia Michoacana, como se llamaba el principal cartel de la zona —serían sustituidos después por los Caballeros Templarios— cobraban impuestos de 100 dólares por hectárea cultivada. Quien no abonaba la cantidad se arriesgaba al secuestro de un familiar o a la quema de sus terrenos.
Todo cambió en 2013. La población civil se alzó en armas, siguiendo a líderes como José Mireles, visto por muchos como un héroe y acusado ahora de secesión. Las bautizadas como “Autodefensas de Michoacán” consiguieron hacerle frente a los carteles, expulsándolos de una parte del territorio.
“El chiste es saberlo llevar. Todos los que estamos vivos algún día nos vamos a morir”
En muchas localidades del Estado los grupos armados civiles acabaron siendo cooptados por los delincuentes o fueron desmantelados por el Gobierno, pero en Tancítaro fue diferente. Allí mutaron en los Cuerpos de Seguridad Pública de Tancítaro (CUSEPT), una fuerza público-privada conocida como “el ejército del aguacate” y que ha logrado mantener la paz en el municipio durante casi un lustro.
Su oficina se encuentra en la plaza central. Es fácilmente reconocible. En la puerta hacen guardia una terna de hombres fuertemente armados, ataviados con chalecos antibalas y distinguidos con la insignia de los Cusept.
Atiende a PlayGround Bruno Vázquez, jefe de turno de la fuerza policial. Dice ser campesino y haberse unido al Cusept para “ayudar a la gente”. Es consciente del peligro que conlleva su empleo. “El chiste es saberlo llevar. Todos los que estamos vivos algún día nos vamos a morir”, asegura.
Recuerda con amargura los días en que los cárteles dominaba Tancítaro. “No se podía ni andar por la calle. Los productores pagaban por todo lo que hacían. Si cortaban la cosecha, pagaban. Siempre querían más. Se podían llevar a las personas y hacerles cualquier tipo de cosa”, comenta.
“La situación cambió cuando la gente se juntó, se rebeló, y se empezó a defender como pudo. Fueron comprando armas para defenderse. Después de que se tranquilizó todo, se vio que se necesitaba un cuerpo de seguridad y se creó el Cusept”, rememora.
La iniciativa fue de los aguacateros. Cada productor aporta una cantidad al mantenimiento del Cusept, calculada según las hectáreas de terreno que posean. El Ayuntamiento pone también su parte, conformando una suerte de institución pública financiada parcialmente por empresarios.
El extra de presupuesto ha permitido a la fuerza de seguridad de Tancítaro prepararse mejor que la mayoría de los cuerpos municipales de México: “Tuvimos un curso de capacitación como fuerzas especiales. El objetivo era saber reaccionar bajo cualquier circunstancia. Ya sea sobre el agua, bajo el agua o en la montaña, para poder hacerle frente a cualquier grupo armado”, explica Vázquez.
También cuentan con mejores armas y equipamiento de defensa. “Todo con respecto a la ley”, se encarga de subrayar Vázquez. “Tenemos todos los permisos, hemos pasado el control de confianza y todo lo que marca el reglamento para ser policías”.
El principal requisito para ingresar al Cusept es ser oriundo de Tancítaro. Tiene una fácil explicación: “Antes la mayoría de los agentes eran de fuera y se comentaba que era fácil poderlos comprar”, señala el agente.
Para acceder a Tancítaro hay que pasar varios puestos de control. Unos están vacíos. En otros se puede observar a ancianos portando algún tipo de arma. Son los remanentes de las autodefensas. El municipio aguacatero es seguro, pero la zona que le rodea no. Varios grupos, herederos de los carteles contra los que lucharon los civiles armados, intentan hacerse con el control del territorio.
La peculiar organización de Tancítaro ha llamado la atención en México. Algunos lo celebran como una victoria del pueblo frente a los cárteles. Levante suspicacias entre otros, por la posibilidad de que se convierta en un “mini-Estado”, dentro del país, y que sea replicado por otros lugares. En el pueblo la mayoría tiene clara su posición: el esfuerzo colectivo ha valido la pena, creen, para poder salir a la calle sin tener que estar mirando hacia atrás.
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