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Life
Aquí se mezclan alumnos de la vieja étile (príncipes, primeros ministros, actores y cachorros de la aristocracia) con alumnos de la nueva élite donde el dinero manda
17 Octubre 2017 19:23
A una milla del Castillo de Windsor, en Inglaterra, unos 1.200 niños acuden cada día al colegio vestidos de domingo. Llevan uniforme de frac negro, chaleco y pantalones rayados. Una corbata blanca les aprieta el cuello. Algunos, los de sexto, exhiben botones de plata. Entre ellos se comunican en un argot propio que les ayuda a distinguirse e identificar a los de su logia.
Son alumnos del colegio Eton.
Este exclusivo internado ha visto crecer en sus aulas a los nombres más insignes de la política y la cultura británica: Boris Johnson, David Cameron y otros 18 primeros ministros; los príncipes Harry y William; los actores Eddie Redmayne, Dominic West, Hugh Laurie y Tom Hiddleston; etcétera.
Todos tienen un denominador común, la raíz de sus apellidos. Hasta hace un par de décadas, el colegio Eton era una institución únicamente abierta a los cachorros de la aristocracia británica, sólo entraban niños de buena familia; blancos, puros y muy adinerados. Hoy, tras el cambio de timón de sus dos últimos directores, gracias a un reforzado programa de becas (270 de sus 1250 pupitres son para niños becados), el internado empieza a ver algo de diversidad.
Este aparente aperturismo refleja el signo de los tiempos. El Eton lleva tiempo anticipando los picos generacionales de la pirámide poblacional británica. Las élites del futuro no están necesariamente conformadas por alumnos de noble linaje, sino que se organizan en torno al mérito de cada cual; más allá del origen o el color, tanto generas tanto vales. El patio del Eton funciona como Silicon Valley.
¿Supone esto el desmoronamiento de las clases sociales en Inglaterra? Para nada. En un amplio reportaje publicado por The Economist, el OE (Old Etonian) Christopher de Bellaigue explica que el cambio de piel de su excolegio responde a una reestructuración de la pirámide social; donde antes había una élite ahora hay dos, la vieja y la nueva, pero esa bicefalia sigue dejando en la cola a los mismos de siempre.
“La escuela tiene como objetivo educar a la élite como siempre ha hecho, pero se ha transformado con el objetivo de acomodar a una nueva élite definida por el dinero, su cerebro y la ambición, no el pedigrí, los títulos y sus tierras”, resume.
Moraleja: las riquezas basadas en el dinero líquido ya se codean con las patrimoniales. Otra: la pretensión del director Henderson de convertir a Eton en un agente de cambio social cae por su propio peso; no soporta un leve análisis estético. "Aparte del hecho de que hay más caras marrones, negras y asiáticas; los muchachos van con uniformes almidonados como se ha hecho durante siglos, aprenden en las mismas aulas y queman testosterona en los mismos viejos campos”.
De este modo, Eton mira al futuro con los pies hundidos en el pasado, y prueba de ello es que la Administración del centro sigue creyendo en la anacrónica educación segregada por sexos: sólo pueden matricularse varones.
¿Y cuánto cuesta esa matrícula? En los años 80 se pagaban unos 14.500 libras anuales, hoy las tarifas rondan las 34.000 libras (38 mil euros). Estos precios han provocado que muchos antiguos etonianos, ricos de cuna pero venidos a menos, dejen de enviar a sus hijos al internado. No se lo pueden permitir. Si en 1960 el porcentaje de alumnos con padres OE superaba el 60%, en estos días no pasa del 20%. Mientras tanto, la nueva élite tira de talonario para colocar a su prole en el colegio y –de paso– apuntalar el recién conquistado estatus.
Aún así, el dinero por sí mismo ya no da derecho a plaza. También hay que ganársela en un examen y una entrevista personal; ejes de una política insobornable. Valga de ejemplo la siguiente anécdota narrada por De Bellaigue: “El jefe de admisiones, Charles Milne, recibió la visita de un oligarca ruso cuyo hijo había sido colocado en la lista de espera tras no ganar una plaza en la prueba de ingreso. El ruso y sus dos guardaespaldas se metieron en el despacho de Milne y cuando éste empezó a explicar cómo funcionaba el sistema, el ruso levantó la mano y dijo: "Señor Milne, no perderé su tiempo. Cuando haya decidido cómo darle esa plaza, me lo dirá". El niño terminó en otra escuela”.
Según parece el acceso a Eton tiene el cariz de una entrevista de trabajo definitiva; dicta si tu vida será una escalera (a la abundancia) o un tobogán (a la miseria). En ese perverso todo o nada no extraña que la sala de espera previa se convierta en una picadora de nervios llena de niños, pálidos, escuchando susurradas las indicaciones de sus padres; niños que no cruzan la mirada con sus rivales; que entran llorando a la entrevista-tortura.
Meses antes los progenitores más acomodados les preparan a destajo. Se aseguran de que rellenen incesantes pruebas de razonamiento verbal, contratan a tutores, les buscan clases de cómo hacer entrevistas para resultar brillantes y empáticos. Los robotizan y no sirve de nada, pues los examinadores terminan desechándolos por falta de naturalidad: “Buscamos que sean interesantes. Si un niño me hace reír –cuenta uno de ellos–, tiene mucho ganado”.
En el caso contrario, cuando pasan, lo hacen sabiendo que si pisan el suelo adoquinado de Eton es porque antes han superado una dificilísima prueba de nivel, lo cual ayuda a crear una cultura de meritocracia al estilo de Harvard. Ya no importa cómo te apellidas, importa que has estudiado en Eton y eso te presupone un nivel. Importa, sobre todo, que echas toda la carne en el asador a fin de entrar en la nueva élite global.
En palabras de De Bellaigue: "Unos pocos etonianos son pobres y alguno son sólo acomodados; la mayoría son seriamente ricos según los estándares de la mayoría del mundo. Una de las consecuencias de la transformación de Eton consiste en garantizar que los hijos de los nuevos ricos sigan siendo ricos".
Meritocracia inyectando botox en la cara del viejo elitismo. ¿A qué precio? Hay un coste, claro, paradójicamente se pierde otro tipo diversidad. En décadas anteriores Eton era una mina de personajes excéntricos con vocación de balas perdidas –remedos de Holden Caulfield– que generaban mayor tolerancia a la debilidad humana. A medida que la escuela ha priorizado los resultados y la maximización en el uso de sus instalaciones, estos personajes han sido purgados ,y la escuela ha quedado huérfana de insumisión.
New Eton garantiza éxito, no capacidad de crítica. Con toda seguridad saldrá de allí el próximo Dave Cameron, pero parece poco probable que vuelvan a coincidir personajes como los de 1917: entonces, Aldous Huxley tuvo como alumno a un joven tímido llamado Eric Blair. El autor de ‘Un Mundo Feliz’ incubó ideas anarquistas en la cabeza de ese chaval que, tiempo después, adoptaría el nombre de George Orwell.
Dos de las mentes más radicales del siglo XX rompieron el molde del colegio. Hoy eso no sería posible.
[Vía The Economist]
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