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Lit
Recordamos a Ángel González 10 años después de su muerte y con su poema de amor más brutal y sincero
12 Enero 2018 11:20
Tenía un disco. No sé de dónde ni de quién. Era un disco que circulaba entre mis cajas de cedés de Air y Parálisis Permanente. Era un disco verde, o morado, ya no recuerdo. Tenía 17 años y él acababa de morir. Tenía un disco suyo porque no tenía libros suyos. Yo le amaba, de hecho, sin haberle leído. Sólo le había escuchado. Su voz vieja, una y otra vez. Su voz vieja y rota. Como de abuelo malo. Como de estar a punto de morir y murió. Y cuando murió lloré porque era “un poeta favorito” incluso si no lo había leído. Pero la poesía no tiene que leerse siempre, ¿no? La poesía puede escucharse así. Como yo escuchaba esto. Como yo lo hacía retumbar entre Air y Parálisis Permanente. Entre el novio que me hacía cosquillas y la selectividad. Entre tener 17 y querer existir en algún lado como existía el que me hablaba por los auriculares robados en el tren. Yo sé que existo. Yo sé que existo. Yo sé que existes, Ángel, incluso si ya hace tiempo que te has ido.
Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
—oscuro, torpe, malo— el que la habita...
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