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3 poemas para cuando quieras quemarlo todo

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'Felicity' es la segunda colección de poemas de la norteamericana Mary Oliver (Premio Pulitzer en 1983) publicada en castellano, y constituye un canto al futuro que arranca de la desesperación por la muerte de su pareja

Eudald Espluga

20 Diciembre 2017 20:41

"En un poeta busco, exijo, que su vida esté a la altura de sus páginas", dice Erri de Luca. "De un escritor en prosa me trae al fresco si es un canalla o un santo. De un poeta, en cambio, no pueden salir buenas líneas si su existencia no se ha visto cepillada en el río por una almohaza de hierro."

Aunque esta afirmación resulte exagerada hasta el punto de resultar falsa, nos sirve para hablar de Felicity (Valparaíso), el último libro de Mary Olvier que se ha traducido al castellano, ya que la fuerza con la que invita al ascetismo —a desprendernos de lo accesorio, a quemarlo todo— no nace de lo trillado del tópico sino de haber sobrevivido a la devastación emocional. No es el primer poemario que publica tras la muerte de la fotógrafa Molly Malone Cook, quien durante más de 40 años fue su pareja, pero sí es el primer libro en el que se permite enfrentarse a su propia depresión y a la misma idea de la muerte.

Felicity es un desafío, una risotada y una invitación. Os dejamos con tres de sus mejores poemas:

El primer día

Después de que te fueras

salté arriba y abajo,

aplaudí,

me quedé mirando fijamente al vacío.

Aquellos días estaban hambrienta de felicidad.

Así que, podría decirse que fue tan estúpido como serio.

Podría decirse que fue la primera y cálida punzada posible.

Podría decirse que sentí propagarse el calor de la alegría.

Me complace decirle

Señor Muerte, me complace decirle, que hay

fisuras en su largo abrigo negro. Hoy

Rumi (muerto en 1273) vino a visitarme, y no por

primera vez. Es cierto que no habló con

su lengua sino desde la memoria, y si

era alto o bajo, lo desconozco.

Pero era tan real como el árbol bajo el que

me encontraba. Sólo porque algo sea físico

no significa que sea lo mejor. Él

me ofreció un poema o dos, y empezó a pasear.

Me senté un rato sintiéndome satisfecha

y sintiendo también la satisfacción en el árbol. ¿No

se comparte todo en el mundo? Y uno

de los poemas contenía un árbol, así que

por supuesto el árbol se sintió incluido. Así es

Rumi, capaz de zafarse sin dificultad

de su largo abrigo negro, oh Señor Muerte.

Trastero

Cuando me mudaba de una casa a otra

había muchas cosas para las que no tenía espacio.

¿Qué podía hacer? Alquilé un trastero.

Y lo llené. Los años pasaron.

De vez en cuando iba allí y miraba,

sin que nada ocurriera, ni una sola

punzada en el corazón.

Cuantos más años cumplía, las cosas que me importaban

eran cada vez menos, pero más

importantes. Así que un día rompí el candado

y llamé al basurero. Se lo llevó

todo.

Me sentí como el burrito al que

finalmente le quitan la carga de encima. ¡Cosas!

¡Quémalas, quémalas! ¡Haz un hermoso

fuego! ¡Habrá más espacio en tu corazón para el amor,

para los árboles! Para los pájaros

que nada poseen —la razón por la que no pueden volar.

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