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La escritora más joven de México

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La escritora más joven de México

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Nacida en el año 2000, Jimena González acaba de publicar ‘Nombrar la sangre’

La escritora más joven de México fue Valeria Luiselli cuando su nombre comenzó a reivindicarse como el de una ensayista delicada y compleja de tan solo 26 años. La escritora más joven de México fue Gisela Leal cuando un sello como Alfaguara la fichó con apenas 23. La escritora más joven de México fue Aura Xilonen, recibiendo un premio de Literatura Random House recién cumplidos los 19. La escritora más joven de México fue Jimena González cuando hace tan solo una semana me dejó sin voz y sin aire al descubrir uno de los poemas que tiene en su Tumblr —titulado ‘Las Otras’— y que ha escrito a los 17.

Puede ser un castigo eso de ser escritora y joven. Puede ser terrorífico saber que a una la leen como la excepción o como la rareza, o incluso que a una la admiran no ya por lo que dice y piensa, sino por la edad mágica desde la que lo dice y lo piensa. Luiselli, Leal, Xilonen, ahora González. Tan distintas pero con ese hilo finísimo que se a veces se desliza por las letras de sus nombres y los números de sus cumpleaños: 1983, 1987, 1995, 2000. Sí, 2000. Jimena González nació al otro lado de la frontera de un milenio que algunos todavía no llegamos a entender pero desde el que algunas voces críticas comienzan a desenredarse, a lanzar sus sueños al aire, a escribirlos con claridad.

Dejemos de lado la dichosa cifra, porque sí, la voz de González es clara y es poderosa. Desde sus recitales en los circuitos de slam poetry en Ciudad de México hasta su primer libro, Nombrar la sangre, recientemente publicado por Editorial Versonautas, la voz de Jimena González ha empezado a retumbar muy pronto, y lo que es más importante: muy fuerte.

Jimena González

No sé si de nuevo las cifras vuelven a cegarme. No sé si el título entusiasta de pertenecer a esa estirpe de “las escritoras más jóvenes de México” me llevan a pensar erróneamente. Pero creo que en las palabras de González hay algo que va más allá del estigma de ser poeta y ser joven. Igual que ocurre con otros poetas nacidos al borde del siglo XXI —Valeria Román Marroquín desde Perú, Olmedo Guerra desde Ecuador, Irati Iturritza desde España, Pablo Romero desde Argentina o Matías Fleischmann desde Chile— en su literatura la marca “joven” no se traduce en una temática juvenil, ni en una poesía afectada, ni en una reivindicación de la inocencia, sino más bien en un trabajo poético muy serio, muy comprometido y a veces, incluso, muy arriesgado y original.

Jimena aún está en el instituto. El año que viene quiere estudiar Letras Hispánicas en la UNAM. Por el momento, va a recitales, escribe constantemente y desea seguir haciéndolo por mucho tiempo. Preguntada por PlayGround a este respecto, dice que “nada sé, excepto que no dejaré de escribir, porque es ahí donde me encuentro a mí misma: en la poesía. Donde todo puede ser nombrado y traído a la existencia”.

Para ella, su poesía nace de la rabia. “ Mi padre siempre me pregunta por qué no escribo poemas de amor. Dice que mis ideas van a interferir el día que quiera enamorarme. Pero, como me dijo Juan Perro —un poeta mexicano impresionante— ¿no es amor recordar la sangre?” Y ese es mi propósito hoy en día, nombrar lo violento, lo que duele, para trascenderlo. Creo que hay mucha luz en eso, y es la mayor muestra de amor que puedo dar, para mí y quién me lea o escuche”.

Por esa rabia y por ese amor es necesario leer hoy a la escritora más joven de México. Porque sus palabras dolorosas del presente nos llevan al futuro. A un futuro crítico y feminista. A un lugar donde, aunque haya sombras, palabras como las suyas nos traerán luz.

“Las Otras”, por Jimena González

Las mujeres de mi familia,
familia de mi padre,
siempre son “las otras”;
no tienen nombre propio
cuando son evocadas
por sus mal llamados
amantes.

Todas Josefinas,
llorando manchas violeta
ocultas en el cuello.

Todas Josefinas
esperando,
que Benito
deje a su mujer,
deje de beber,
deje de vivir.

Por el lado “de la Luz”
mis raíces son mujeres
adornadas de “des”
mujeres desesperadas,
despechadas, desgraciadas.
Pero nunca, nunca
nunca des-enamoradas.

Escribo
para sanarme, para sanarlas,
para ser algo más que víctimas,
alguien más que “algo”
mucho más que “otras”.

Para desarraigar la competencia
con la que nos adoctrinaron

Escribo para aprender que
amamos mucho y a muchos,
y no es motivo de vergüenza.
Que deseamos a muchos,
los deseamos mucho.
Y eso nunca nunca debe doler.

Porque vengo de una familia
de mujeres que se sienten obligadas
a reírse de los chistes ofensivos
de sus maridos ebrios.

De mujeres encerradas y silenciosas;
escribo para enseñarles a gritar,
para arrancarles del alma
el “tú, te callas”.

Escribo por mi abuela Josefina,
para que reencarne en bailarina
Por mi tía, para que no vuelva a llorar
para que no le duelan los huesos.

Para que mi abuela, María, deje
a mi abuelo, muchas veces más
Y tenga novios,
muchos, muchas veces más,
que siga escribiendo poesía
y ya no tenga miedo
de mostrar sus pechos.

Grito por las rodillas sangrantes
de mi bisabuela Emilia,
haciendo mandas a la virgen
para que reencarne
en el mar de Guerrero
y tire los altares de un tsunami.

En mis pies enredo sus raíces
y en mis manos sus nubes
para que Ale no vuelva a Morelos
y Gabriela se canse de Noé,

para que el dolor se vaya
con la facilidad con que
nuestros padres se fueron.

Para no volver a ver
mi cuerpo de 11 años
tirado en la cocina
pidiendo perdón.

Por no darle de comer
a mi abuelo de nuevo
con sus ojos lascivia.

Y para no defender la pureza
de falsos profetas consanguíneos
que me apretaron el pecho
hasta romperme.

Para que ningún malnacido
vuelva a restregar su cuerpo
en las piernas de mi prima
cuando vuelve de la escuela.

Y romper el maldito
maldito círculo vicioso
de los “secretos de familia”
manchados de pedofilia,
incesto, golpes y sangre.

Para que todas
podamos ser nombradas

Para que no deje
de retumbarnos
en la cabeza
hasta que gritemos.

Alzo la voz para no negarnos,
porque tenemos nombre
y no dejaremos que lo olviden.

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