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No es censura feminista, estúpido; se llama oferta y demanda

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No es censura feminista, estúpido; se llama oferta y demanda

/OPINIÓN/ Amazon se plantea dar la espalda a Woody Allen, la Fórmula 1 decide prescindir de sus azafatas y una galería de Manchester retira una obra como parte de una performance asociada al #MeToo. ¿Qué une estos tres hechos? En verdad, nada más que intercambios comerciales en medio de un mercado libre

Figura entre las alucinaciones más repetidas esta semana, otra vez más, la afirmación por la cual la censura feminista está acabando con la cultura: que si el cuadro de Manchester, que si Kevin Spacey —que ya no es parte de House of Cards—; que si Woody Allen, cuyo prestigio peligra sin que ningún juzgado haya dictaminado sentencia contra él… Es llamativo que sean presuntos adalides de la libertad quienes estén alimentando este nuevo mito del periodismo mágico que es el «puritanismo» y la «censura feminista». Censura, por si hace falta recordarlo aún, es que un gobierno impida la proyección de la película o la impresión de una obra, como le pasó a Cabrera Infante con Tres Tristes Tigres en Cuba, o como pasó con el 1984 de Orwell en el franquismo. En 2018, por el contrario, no existe ni un solo estado que haya impedido la distribución de obras de actores, directores o creativos señalados por el movimiento #MeToo. En cuanto a los contenidos cuyo consumo ha sido prohibido por las autoridades, el número se eleva a: 0. Cero. Ninguno.

No existe en 2018 ni un solo estado que haya impedido la distribución de obras de actores, directores o creativos señalados por el movimiento #MeToo.

Si Amazon, que es la quintaesencia del capitalismo en nuestro tiempo, se plantea romper su relación con Woody Allen, no es porque la empresa sea un vergel de progresismo, derechos humanos y buenas intenciones; es porque valora un impacto negativo en sus cuentas de resultados. Se trata de simple mercado. Es el mismo sistema que hace que en talleres asiáticos de condiciones misérrimas se impriman camisetas con lemas como «feminism» y «the future is female». Algo parecido ocurre si un museo o galería decide programar en una u otra dirección, en función de los intereses del público: la tuna no es un género frecuente en salas de conciertos, pero contra las tunas no existe ninguna censura, más que la que pueda haber en las cabezas de aquellos cuya capacidad de razonar haya sido lesionada de gravedad. A ojos del mercado, la imagen de un piquete feminista reclamando programaciones culturales progresistas tampoco difiere mucho de los codazos a la apertura de unas rebajas. Por eso mismo, la Fórmula 1 decide prescindir de sus azafatas: porque su imagen tiene de contemporáneo, agradable y natural lo que dos mucamos abanicando a un terrateniente.

Si Amazon se plantea romper su relación con Woody Allen es porque valora un impacto negativo en sus cuentas de resultados. El director ya no es rentable porque el público lo rechaza. Se trata de simple mercado.

Sobre el caso Spacey: un actor nunca es solo un actor sino que también es una marca, y en el capitalismo nadie quiere asociarse con una marca cuya reputación no genere un cierto consenso. Es por esta razón por la que los bancos prefieren anunciarse con Rafa Nadal, y no con Milo Yiannopoulos, Valerie Solanas, Charles Manson o Ignacio Arsuaga. La nueva película de Woody Allen, por lo demás, podrá ser vista por todo aquel que lo desee y esté dispuesto a pagar por ello. Fácil. Que existan voces que expresen su descontento hacia la obra del cineasta no implica acusar a sus espectadores de pedófilos en potencia. A este respecto, tal vez recuerden que hasta no hace mucho, y aún hoy, era habitual que ante una reivindicación feminista alguien respondiese con que no todos los hombres son violadores —correcto, nadie ha dicho tal cosa, es solo una alucinación, y además esto no va de ti; no eres el centro del mundo; sencillamente, no lo eres.

La Fórmula 1 prescinde de sus azafatas porque su imagen tiene de contemporáneo, agradable y natural lo que dos africanos abanicando a un terrateniente.

Comprenderán por tanto los adalides de la libertad la legitimidad de todas esas voces que están expresando su disconformidad hacia el autor de Annie Hall, incluso aunque ningún juez haya hablado: en general, rara vez necesitamos el veredicto de la justicia para hacernos una idea de lo que pensamos de las personas, nos basta con una sola impresión, incluso aunque no sea científica. Igualmente, los adalides de la libertad comprenderán también que una multinacional elija libremente trabajar con aquella persona que mayor rentabilidad le ofrezca. Al juguetear a cooptar el feminismo, la economía occidental ha asumido un riesgo, que no es otro que el riesgo del intercambio comercial; oferta y demanda. El público solo ha dicho que quiere más mujeres, y en papeles diferentes, y el mercado satisface esa demanda. Lo demás son invenciones.

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