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Ampliar el sujeto del feminismo no es traición

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Ampliar el sujeto del feminismo no es traición

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“El enfrentamiento teórico sobre el sujeto del feminismo no tiene por qué acabar en transfobia. Por ello resulta tan triste que cualquier aportación al debate -incluso cuando está bien argumentada y es respetuosa- sea simplificada, ridiculizada, polarizada y tachada de traición antifeminista”

"¿De qué manera estamos entendiendo el sujeto 'mujeres' para acabar pensando que una mujer que se dice a sí misma mujer, en realidad, es un hombre que ha venido a usurparte el discurso?"

Se lo preguntaba este sábado Sam Fernández, bióloga e investigadora de la Universitat Rovira i Virgili, en las jornadas organizadas por el Instituto 25M y Podemos, en el marco de una reflexión sobre el llamado feminismo trans excluyente (TERF por sus siglas en inglés), que es aquel que se niega a reconocer a las mujeres trans como mujeres.

Más concretamente, Fernández quería señalar lo dañino que resulta hoy que parte del feminismo hegemónico coqueteé con posiciones trans excluyentes, y proponía una revisión sin juicio de aquellas concepciones que tachan al transfeminismo de traicionero y disgregador. "Tenemos que arriesgar el sujeto del feminismo. Y arriesgarlo con un para qué, que es el anclaje. Es lo que va a hacer que no nos perdamos. Tenemos que tener clara nuestra apuesta política del feminismo para la transformación".

En vez de relajar la tensión del debate, el discurso de Fernández funcionó como una profecía autocumplida. En Twitter, los ataques transfóbos contra ella fueron brutales, y todos en la dirección que ella misma había apuntado: además de los muchos insultos, se la acusó de ser antifeminista, antimujeres y de estigmatizar la feminidad.

"¿Ampliar? ¿Ya no somos las mujeres el sujeto político del feminismo? ", se pregunta irónicamente uno de los primeros comentarios al vídeo que enlazó Podemos. "La que está alucinando soy yo. Ahora, ¿hay que incluir a tíos con barba?".

Aunque la cuestión del "sujeto del feminismo" pueda parecer muy teórica, es quizá el eje más polémico de los debates actuales. El feminismo trans excluyente, como teoría que defiende una concepción homogénea de la mujer y se opone a cualquier intento de romper la lógica binaria hombre/mujer, es un credo residual. Pocas feministas suscriben las palabras de Janice Raymond, una de sus principales representantes, que ve lo trans como un ataque contra las mujeres: "los transexuales que se convierten de hombre en mujer intentan neutralizar a las mujeres por medio de hacer innecesaria la mujer biológica".

El "para qué", el "anclaje" que reclamaba la bióloga, era precisamente este acuerdo de mínimos entre feminismo radical y transfeminismo para articular una lucha conjunta contra el patriarcado. Pero el resultado fue que su discurso fue utilizado para demonizar el activismo queer

Sin embargo, desde ciertos sectores del feminismo radical —y también desde el feminismo marxista— se critica duramente al transfeminismo y a la teoría queer, en tanto que consideran que pueden desembocar en un "feminismo sin mujeres" que blanqueé la naturaleza especial de la violencia contra las mujeres, es decir, que olviden que a las mujeres se las oprime por el hecho de ser mujeres, y no por su clase, su raza o su orientación sexual.

"¿Por qué tanto interés en sentenciar que las mujeres no son el sujeto del feminismo?", se pregunta Ana de Miguel en Neoliberalismo sexual, un libro que ejemplifica perfectamente la virulencia de los ataques contra la teoría queer, hasta el punto que llega a caer en la transfobia cuando, por ejemplo, ironiza sobre los cambios de nombre de Paul B. Preciado. Y en la misma línea van las reflexiones de Alicia Miyares sobre la cuarta ola del feminismo: "desenmascaremos a [Judith] Butler", decía en una conferencia el pasado 6 de octubre, "en El género en disputa lo único que hace es decir que el patriarcado no existe" y a continuación leía una cita de Butler en la que la estadounidense cuestionaba la universalidad de la estructura patriarcal —pero no la existencia del patriarcado—.

La metáfora es siempre parecida. A ojos del feminismo radical, la teoría queer sería un caballo de Troya, un infiltrado, un traidor, que estaría saboteando el movimiento desde dentro. Se le acusa doblemente: primero, de convertir la identidad en una quimera discursiva insensible a la realidad biológica sobre la que se asienta el patriarcado; y, segundo, de abandonar el feminismo en manos de la doctrina liberal, porque interpretan la lucha por la abolición del género como una invitación a un paradigma de libertad y elección radical.

Ambas ideas, pues, estarían presentes en la propuesta de "arriesgar el sujeto del feminismo": frivolidad y flexibilidad juntas en una misma idea, el transfeminismo estaría destrozando la base sobre la que el feminismo ha podido levantarse finalmente.

La objeción contra la teoría queer echa sus raíces en un rechazo más general: el de las mal llamadas políticas de la identidad. Aunque en sus formulaciones originales esta objeción se centraba en los profesores que, desde su privilegio universitario, vomitaban teorías que no podían llevarse a la práctica sin violentar a las personas a las que supuestamente debían ayudar, lo cierto es que las versiones más recientes de este argumento, en la práctica, acaban cuestionando los movimientos sociales que han conseguido hacer de estas ideas una herramienta de lucha.

Es lo que ha pasado en la polémica que siguió a la intervención de Sam Fernández. La investigadora reclamaba una ampliación estratégica del sujeto del feminismo, y llegaba incluso a relativizar el corazón teórico de la disputa, para dejar claro que su apuesta era pragmática y combativa. El "para qué", el "anclaje" que reclamaba la bióloga, era precisamente este acuerdo de mínimos entre feminismo radical y transfeminismo para articular una lucha conjunta contra el patriarcado. Pero el resultado fue que su discurso fue utilizado para demonizar el activismo queer y caricaturizar la teoría como una deslealtad y una injuria, que —en el contexto de las redes— desembocó en ataques contra las personas trans.

Las jornadas organizadas por el Instituto 25M se proponían literalmente "abrir melones", pero su objetivo era sentar las bases para una discusión serena. Y lo hacían precisamente porque el enfrentamiento teórico —más que legítimo sobre el sujeto del feminismo no tiene por qué acabar en transfobia. Por ello resulta tan triste que cualquier aportación al debate —incluso cuando está bien argumentada y es respetuosa— sea simplificada, ridiculizada, polarizada y tachada de traición antifeminista.

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