PlayGround utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de navegación. Si sigues navegando entendemos que aceptas nuestra política de cookies.

C
left
left
Artículo “A muchos clientes del bar les tenía que quitar las llaves del coche y el TMEO” Lit

Lit

“A muchos clientes del bar les tenía que quitar las llaves del coche y el TMEO”

H

 

El fanzine TMEO cumple 30 años. Hablamos con colaboradores, distribuidores, lectores y agentes de la política vasca sobre una publicación 'punki' que abrió frentes de libertad

víctor parkas

14 Julio 2017 12:00

Según la Wikipedia, “TMEO es una revista de historietas, de periodicidad bimestral, publicada en Vitoria por Ezten Kultur Taldea y fundada en 1987. Su nombre es un juego de palabras con la clásica revista de historietas española TBO y el verbo 'mear'. La revista se caracteriza tanto por su afición por el humor escatológico como por la acidez de sus sátiras políticas”.

Este mismo sábado, cabe añadir, celebra sus 30 años de existencia.

Hace justo diez años que compré mi primer TMEO; concretamente, se trataba del número 94, el ejemplar con el que celebraban su 20 aniversario. La portada, de Santi Orúe, satirizaba la entrada en prisión de Isabel Pantoja, después de que ésta se viese envuelta en un caso de corrupción urbanística. La tonadillera, caricaturizada, daba un concierto ante un público punk, lanzadores de lapos y botellas, con los que buscaba la complicidad mediante gritos anti-autoritarios.

“Todos juntos: ¡¡Policía no!!”, declamaba, el trasunto de folclórica.

El fanzine costaba 2,80 euros. Está en un armario, en casa de mi madre. Se parece bastante a esto.

“Ése es el justo el número en el que yo empecé a colaborar con ellos”, me dice Xavier Àgueda, más conocido en la industria del cómic como El Listo. “Mauro Entrialgo, uno de los miembros fundadores del fanzine, me animó a enviarles algo, y les pasé una selección de mis viñetas más guarras, mi material mas escatológico; los chistes más bestias”.

“Era lo que me pareció que encajaba más con su línea editorial”.

Aunque El Listo no forme parte del núcleo duro del TMEO —Kini o el propio Entrialgo son caras mucho más visibles dentro de la revista—, entrevistarlo a él es una elección tan buena como cualquier otra para entender, al menos, cómo funciona por dentro. ¿La razón? “En el TMEO no hay jefe”, me explica Xavier.

Con un consejo de redacción que funciona de forma horizontal y asamblearia, el TMEO ha conseguido, contra todo pronóstico, mantenerse en pie durante tres décadas. Detrás de esa retórica activista, sin embargo, también juega parte importante el kaos y el azar. “Yo me enteré que estaba en el consejo de redacción al leer los créditos de uno de los últimos números”, dice Àgueda entre risas.

En el TMEO no hay jefe

“Lo que pone en el cartel de la fiesta que hacemos para celebrar los 30 años no es ningún chiste”, dice Xavier, queriendo hacer hincapié en ese descontrol inherente al TMEO. Se refiere a frases como “charla con dos o tres autores del TMEO que se hayan despertado a esa hora” o “concierto de Cameron Webster seguro y a lo mejor se apunta más gente”.

“Eso es realmente así”, dice el autor. “El TMEO es un descontrol”.

“Aunque cuando llega al lector tiene un acabado muy profesional, el TMEO funciona como un fanzine, y ninguno de los que publicamos cobramos por ello”. Repasando la lista de colaboradores del último número, encontramos nombres como Juarma, Mamen Moreu o el propio Entrialgo, todos ellos autores publicados. Si las colaboraciones no son remunerados, ¿qué aliciente puede tener para un autor profesional publicar en el TMEO? “Te permiten cruzar líneas que otras publicaciones jamás te permitirían”, responde Xavier.

“En el TMEO puedes hacer lo que te salga del coño”, me dice Mamen Moreu, que colabora con el fanzine desde 2013. También publica, desde hace más tiempo aún, en el Jueves. “Es lo que me da de comer”, admite, “pero es una empresa y, como tal, te pueden pedir que modifiques cosas. Hubo una ocasión, por ejemplo, en la que se negaron a publicarme una cagada. Quiero decir: era un dibujo de una chica cagándose encima del pecho de un tío”.

“En el TMEO, sin embargo, no me piden que me corte: si mis personajes se tienen que cagar encima de algo, se cagan”, asegura. “En El Jueves no me dejan meter tantos fluidos como en el TMEO”.

Mamen nacía solo dos años antes de que el primer número del TMEO viese la luz, lo que la convierte en una de sus pocas colaboradoras millenials, con todo lo que acarrea ese status. “Publicar una viñeta en Facebook puede funcionar, y ahora quizás te de más visibilidad tener muchos seguidores en Instagram; pero el rollo romántico del fanzine me tira mucho”, cuenta.

En el TMEO no me piden que me corte: si mis personajes se tienen que cagar encima de algo, se cagan

“El TMEO es mejor que Twitter, porque puede publicar lo que quieras sin que nadie te censure por ello”.

Moreu, aunque no forma parte del consejo de redacción y solo colabora en la revista de forma puntual, forma parte de esas voces que están renovando la sensibilidad de una revista eminentemente masculina. “No me gusta nada la palabra sensibilidad”, reacciona la autora.

“Por mi tipo de humor, siempre he sido la tía entre tíos”, señala Mamen, “aunque me siento muy cómoda entre autores bestias como Furillo o Piñata”, dice, de los de los colaboradores más vitriólicos del TMEO.

“El TMEO tiene demasiados chistes de pollas para mí gusto”, me dice Irantzu Varela, aspirante a senadora en las últimas elecciones generales, en representación de EH Bildu. “A veces se han pasado con según que chistes machistas u homófobos, pero creo que eso está cambiando, como está cambiando la sociedad”, reflexiona la militante, que también presenta el micro-espacio feminista El Tornillo en La Tuerka, de Público TV. “Me alegra ver a gente como Mamen publicando allí, y espero que vengan muchas más como ella; autoras que hagan humor feminista popular”.

La manera de abordar la actualidad política en el TMEO, con un humor cáustico y amoral, los ha convertido en objeto de críticas por militantes de todo signo político; también, por parte de la izquierda abertzale en la que milita Irantzu. “En el País Vasco, que es donde nace esta fanzine, es muy difícil que no se te tache o de una cosa o de la contraria”, reflexiona, “pero no creo que el TMEO pueda considerarse la publicación oficial de ningún grupo político concreto”.

Si Irantzu tuviera que definir el humor del TMEO con una sola palabra, esa palabra sería “punki”.

“En ese fanzine se han dibujado y se han dicho cosas muy bestias, pero es que los 80 y los 90 en el País Vasco fueron muy duros”, recuerda Varela, sobre los años en los que la actividad armada de ETA fue más elevada que nunca. “Aquí, de toda la vida, hemos hecho chistes con la policía, las torturas, los atentados, las bombas. Los hacíamos para sobrevivir. Y a puerta cerrada, para no acabar en la Audiencia Nacional. La diferencia del TMEO es que esos chistes los hacía en público, y eso es un ejercicio de valentía”.


Aquí, de toda la vida, hemos hecho chistes con la policía, las torturas, los atentados, las bombas. Los hacíamos para sobrevivir. Y a puerta cerrada, para no acabar en la Audiencia Nacional



De alguna manera, el TMEO abrió el camino a productos que, más tarde, se atrevieron a hacer humor con la coyuntura vasca: programas como Vaya Semanita; películas como Ocho Apellidos Vascos; grupos como Lendakaris Muertos, cuyo cancionero incluye temas como Gora España, Veteranos de la Kale Borroka o ETA, deja alguna discoteca.

“El contexto en el que nació el TMEO, aquí pasaban cosas muy chungas, y el mejor humor siempre ha nacido en circunstancias extremas”, considera Irantzu. “La gente blanca, burguesa, heterosexual, hace un humor de mierda; aburrido. El humor más divertido nace de la opresión, el margen, lo disfuncional; lo incorrecto. El humor vasco tiene que ver con su contexto, y el nuestro ha sido muy cañero y muy duro”, añade. “Hemos tenido que aprender a reírnos de todo eso para sobrevivir”.

Varela, desde el principio de nuestra charla, me reconoció que nunca había comprado el TMEO. ¿Dónde lo leía, entonces? “¿Yo? Lo gonorreaba en el Muga de Bilbao”.

Muga, que desde el 28 de junio de este año, día del Orgullo Gay, cambió de propietarios y pasó a llamarse La Muga, fue un bar imprescindible para la noche bilbaína. Juankar, que ha estado 33 años al frente del negocio, dice haber vendido el TMEO en el bar “desde su primer número”. En la barra del Muga, el TMEO compartía espacio con discos, cassettes, cedés y entradas de conciertos.

“En Euskadi, el circuito por el que se vende el TMEO son los bares”, me explica Juankar. Antes de la explosión de las tiendas de cómic, la distribución de productos alternativos tenía que hacerse de también de forma poco ortodoxa. En el caso del TMEO, decidieron apostar por distribuirse en los mismos bares y gaztetxes que anunciaban en sus páginas, consiguiendo así también un método de financiación complementario al de los beneficios obtenidos por la venta directa del fanzine.

¿Handicaps de convertir un bar en una librería? “La gente, en un bar, se pone como se pone; muchas veces, vendía un TMEO un sábado noche y tenía que guardárselo al cliente hasta el lunes siguiente, para que no lo perdiera camino a casa. A muchos clientes del Muga, a parte de quitarle las llaves del coche, tenía que quitarles el TMEO”.

La gente, en un bar, se pone como se pone; muchas veces, vendía un TMEO un sábado noche y tenía que guardárselo al cliente hasta el lunes, para que no lo perdiera camino a casa

La banda sonora de estos forcejeos entre Juankar y los clientes eran Eskorbuto. Zarama. Hertzainak. ¿Hasta qué punto guarda relación lo que sonaba en el Muga, esos grupos de Rock Radical Vasco, con el espíritu del TMEO? “Los dos mamábamos de la misma fuente: compartíamos espacios y vivencias idénticas”, contesta Juankar. Tirando de hemeroteca, descubro que la primera vez que se comercializó un TMEO fue, precisamente, en un concierto de Cicatriz, Kortatu y La Polla Records.

En los últimos años, sin embargo, la juventud peleona que se acercaba al Muga a escuchar punk-rock, tomarse una, dos, tres y llevarse a casa el TMEO ha desaparecido. “En los últimos años, eran los hijos de éstos los que venían a compararle el TMEO al padre. 'Oye, si vas al Muga, tráeme el TMEO', les decían. Yo mismo, ahora que he dejado el bar, no lo venderé; pero pienso buscar y comprar cada nuevo número”.

Juankar define a los dibujantes del TMEO como “militantes de la nada”, lo que refuerza el hecho de que no tenga “anuncios institucionales” y haya conseguido autofinanciarse y mantenerse independiente con la colaboración desinteresada de sus autores. “Esta gente no has vendido su trabajo: lo ha regalado. Porque esto no es ni El Víbora, ni El Jueves, donde cada uno tenía su sueldo”.

“A ellos les apetecía, podían, sabían hacerlo; lo han hecho. Y lo han regalado”.

“Los primeros TMEO los compré en el Muga de Bilbao”, recuerda el agitador cultural Borja Crespo, remontándose a sus 18 años; “sentía que había encontrado algo que encajaba con mi sentido del humor”. Crespo, que les dedicó una oda en su 25 aniversario, bromeaba en aquel texto con el hecho de que jamás quisieron publicarle. "En cambio, me publicaron en el Paté de Marrano, que era como una marca blanca del TMEO hecha en Madrid”.

“Lo interesante del TMEO es que su público no era el público del cómic; era algo parecido a El Jueves, pero más vinculado al Rock Radical Vasco”. Borja, de hecho, dice que la filosofía del TMEO es exactamente la misma que la de un grupo como Eskorbuto. “Son anti-todo”, resuelve. “Si no eres vasco, la radicalidad del TMEO podría hacerte creer que es un producto de la izquierda abertzale, cuando en realidad siempre ha metido caña a todos por igual, sin casarse con nadie”.

Para Borja, si hay algo reivindicativo en el TMEO, es su apuesta por la libertad de expresión sin paliativos ni peros. “Ahora mismo, hacer humor de sal gorda también es un acto reivindicativo, porque vivimos en la era de corrección política”, considera. “En su defensa de lo crápula, de la vida nocturna, también están haciendo, en cierto sentido, una reivindicación”.

El Jueves lo leían tus padres y tú leías el TMEO. Si El Jueves era contestatario, el TMEO lo era mucho más; mataba al padre; mataba a El Jueves. Era más sucio. Más arriesgado. Más políticamente incorrecto

Crespo no parece sorprendido ante el hecho de que la publicación haya cumplido tres décadas, sino que en todo este tiempo hayan tenido una “periodicidad matemática”, cumpliendo con su cita bimensual de forma rigurosa. “Otros fanzines, no tan longevos, se mantienen; pero lo hacen sacando un número al año. El TMEO, sin falta, saca seis”.

El zine, sin embargo, no tiene una tirada tan abultada como antes: si del primer número se imprimieron 10.000 ejemplares, del último la tirada no ha sido superior a 4.000. “Hay revistas de cómic, con editoriales detrás, que no llegan ni a los 4.000”, aporta Borja. “Esa cifra no te la venden muchas revistas que tienes en los kioskos. Para el circuito de distribución que tiene el TMEO, 4.000 ejemplares está muy bien”.

De entre esas revistas de kiosko, Borja vuelve a El Jueves para establecer una analogía interesante. “El Jueves lo leían tus padres y tú leías el TMEO. Si El Jueves era contestatario, el TMEO lo era mucho más; mataba al padre; mataba a El Jueves. Era más sucio. Más arriesgado. Más políticamente incorrecto”, termina. “Lo que no te contaba El Jueves, te lo contaba el TMEO”.

Lo que no te cuenta El Jueves, ni tampoco el TMEO, te lo cuenta Un Amante Complaciente, la autobiografía de El Listo en la que, entre otras cosas, relata algunas anécdotas sobre el fanzine en el que colabora desde 2007

Sobre su distribución alternativa, por ejemplo, escribe que “básicamente consiste en una persona con un carrito de la compra y una camioneta que va recorriendo los pueblos del País Vasco y visitando sus bares”. Aunque ahora los reparte una chica, el repartidor original respondía al mote de Sapo; lo hacía incluso antes del siguiente episodio: “En una ocasión, el tío saltó desde el escenario de un concierto de rock y cayó mal y la publicación del TMEO de ese mes se aplazó hasta que recuperó la movilidad del tobillo”.

En una ocasión, el repartidor saltó desde el escenario de un concierto de rock y cayó mal y la publicación del TMEO de ese mes se aplazó hasta que recuperó la movilidad del tobillo

El año de la boda de la infanta Elena, recuerda también Un Amante Complaciente, “los organizadores del Salón del Cómic de Barcelona encargaron la inauguración de la feria a la duquesa de Lugo, y el recorrido de la comitiva oficial, encabezado por la propia infanta, pasaba por delante del stand del TMEO, que estaba repleto de revistas con una portada dedicada a “la boda de la elefanta”.

El equipo de protocolo de la Casa Real pidió ocultar las revistas para “evitar disgustos”. Tras la petición, “los ejemplares controvertidos fueron escondidos debajo del stand. El desfile real pudo realizarse sin contratiempos y después del paso de las autoridades volvieron a ponerse los TMEO sobre la mesa, como si España fuese un país libre”.

Otra de las anécdotas que recoge Un Amante Complaciente es aquélla que hace unos días le contaba Mauro Entrialgo a Pablo Iglesias durante su ya famosa entrevista, cuando el TMEO se topó con la Audiencia Nacional. Todo ocurría cuando unos agentes de la Guardia Civil detuvieron la furgoneta del repartidor del TMEO, donde “encontraron un montón de revistas en cuyas páginas vieron indicios de pegatinas injuriosas”, cuya función era adherirse en inodoros para “micciones y defecar” sobre “políticos y miembros de la Casa Real”.

“El principal problema con el que se topó de morros el fiscal fue la absoluta inexistencia de las presuntas pegatinas”, pues éstas eran en realidad “un producto ficticio que aparecía publicitado en un anuncio de broma”. Así, “una denuncia contra unas pegatinas de broma no pudo prosperar, ni siquiera en el loco contexto judicial del País Vasco de finales del siglo XX”.

La lista de anécdotas sigue —aquella vez que casi se arruinan al intentar pagar a los colaboradores; el hecho de que no exista número 11 porque la persona que lo llevó a imprenta dijo 12 en su lugar—; la publicación ha pasado tantas desventuras que merecerían un artículo por sí mismas. La mejor, sin embargo, me la cuenta Xavier Àgueda mientras tomamos un café.

“En una ocasión”, me dice Àgueda, “la policía descubrió un zulo de ETA, y montó la típica mesa con el material incautado. Entre las pistolas, las balas y el material explosivo, en una esquinita, había un número del TMEO. Les habían incautado a los etarras un TMEO”.

La anécdota, lejos de cargar de ideología al TMEO, lo que hace es vaciarlo de ella. El TMEO tiene tanta ideología como la tiene una pistola o una bomba: depende de quién y para qué la utilice. Pero, lo que está claro, es que el TMEO es un arma; lleva 30 años siéndolo. Militantes de la nada. “Francotinadores”, dice Juankar. ¿De quién? “Del poder establecido”, concluye Irantzu.

share