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Artículo 7 cosas horribles que pensé al leer por primera vez a Shintaro Kago Lit

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7 cosas horribles que pensé al leer por primera vez a Shintaro Kago

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Repugnante, cruel, excesivo, pero seductor: algunas ideas sobre el mangaka más bestia

Eudald Espluga

Era mi primera vez y nadie me había advertido. Compré Cuaderno de masacres, de Shintaro Kago, empujado por la ambigüedad de la cubierta. En ella una joven parecía lavarse las manos en una bañera llena de intestinos y órganos. Estaba cubierta de sangre oscura, empapada con ella, pero su rostro transmitía placidez. Cuando empecé a leer, esa imagen era mi única premisa: no sabía que Shintaro Kago fuese un mangaka de culto, dedicado a un humor tan cruel como conceptual, ni que existiese un género llamado "ero-guro", que mezclara lo erótico y lo grotesco, cuyo objetivo fuera transgredir los principales tabús de la sociedad japonesa. Lo leí con la inocencia radical de un niño, absolutamente ciego al contexto y al autor, sin expectativas de ningún tipo, y estas fueron algunas de las cosas que fui pensando:

1. Es un retrato asqueroso y crudo del sistema capitalista

Una alegoría de cómo las crisis son utilizadas por el gobierno para crear un estado de excepción en el que incluso los cuerpos de los ciudadanos se encuentran a disposición de las autoridades. Kago utiliza la ficción medieval de Tengai para hablarnos de biopolítica: frente a la amenaza de hambrunas, los brazos, los ojos, las piernas y hasta los hijos de los súbditos se convierten en donaciones a la monarca para asegurar la supervivencia de una región. Los cuerpos se convierten en meros recursos, y Kago teje una fantasía productivista en que la eficiencia capitalista penetra los organismos hasta el punto de transformarnos en carne para alimentar la máquina del consumo.

2. Cuaderno de masacres extiende su crítica biopolítica a cómo el saber científico ha utilizado los cuerpos de los marginados para experimentar con ellos

En el segundo capítulo, titulado 'Las maravillas de la medicina', la Princesa Sagiri prueba con la vivisección: manipula el cerebro de personas vivas hasta que descubre por azar la lobotomía. Un descubrimiento que tiene una traducción política directa en la llamada "reforma del lóbulo frontal": ahora el gobierno puede extraer los órganos de los ciudadanos y amputarlos a placer sin miedo a que se quejen o inicien una revuelta.

3. Quizá mis primeras impresiones son totalmente equivocadas

Quizá Kago no está planteado una crítica de ningún tipo, sino que simplemente se divierte jugando con el lector. Aprovecha los mecanismos de la distopía para crear gags surrealistas: en el momento álgido del intento de la revuelta que los campesinos han tramado contra la Princesa, uno de los personajes se reencuentra con su pene —miembro que le habían cortado por ser irrelevante para trabajar—. Al tratar de recuperarlo, se produce una disputa. Él y otro hombre persiguen el falo, que sale rodando. Entonces, sin saber cómo, nos vemos envueltos en una competición deportiva: se está jugando un partido de hockey sobre hielo, con dos equipos, sticks y porterías. El pene sirve de puck, y ya nadie se acuerda de la revuelta, de la opresión o de las amputaciones.

4. Las escenas horribles se suceden unas a otras. Quiero dejar de leer, porque soy aprensivo y lo paso fatal, pero me estoy riendo.

La violencia no tiene la frivolidad pop de las películas de Tarantino o del terror coreano al estilo Old boy —no tiene plasticidad ni coreografía—, y su radical gratuidad no está puesta al servicio de un relato maniqueo en el que unos buenos-muy-buenos buscan venganza contra unos malos-muy-malos. Las historias de Shintaro Kago son profundamente amorales. No por casualidad, si recupera el imaginario de los samuráis, es para recalar en asesinos sin honor: los guerreros matan sin seguir el Bushido ni ningún otro código ético. No hay finalidad en sus crímenes: se limitan a explorar parafílias y fetiches.

5. En Cuaderno de masacres hay un descenso progresivo de lo grave a lo cómico, pero también a la inversa: de lo bufo a lo trascendental

Kago es capaz de convertir lo ridículo —los pelos largos que inexplicablemente nos crecen en sitios inesperados— en algo terrible: una infección mortífera y angustiante. El libro es como un malicioso laberinto psicológico, en el que nunca sabes si reír o indignarte.

6. Pienso en las perversas fantasías sexuales que desfilan que aparecen en el cómic y en la corta distancia que la separa de las fantasías normativas, pornográficas, socialmente establecidas

A la práctica no son tan distintas, pero Kago introduce la muerte como elemento disruptivo y elimina todo tipo de tabú o prohibición. El sexo deviene violencia, destrucción, intento de fagocitar al otro. Hace buena la máxima de Bataille: "el erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte".

7. El infierno tiene forma humana y es profundamente racional

Quizá es la única conclusión clara que uno puede sacar del Cuaderno de masacres: lo abyecto —incluso cuando se revela cómico e histriónico— es una prerrogativa de seres con uso de razón. El sadismo de Shintaro Kago pide conciencia e ironía. Sus personajes no son animales brutos y salvajes, sino despiadadamente inteligentes. Quizá no estamos ante una crítica política al uso, pero su humor es una reprobación de una humanidad que se pretende especial, diferente, elegida.

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