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De verdad: nos da igual si Jane Austen era lesbiana

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Parece que cualquier excusa es buena para debatir acerca de la orientación sexual de Jane Austen. Pero no hay nada de inocente en esa discusión: si no esconde un machismo latente, sí implica una normalización innecesaria

Eudald Espluga

02 Junio 2017 06:00

Este artículo debería ser muy corto.

Tendría que empezar diciendo que, de nuevo, se ha desatado la polémica en torno a la orientación sexual de Jane Austen. Explicaría, también, que el detonante esta vez ha sido la interesada sobreinterpretación de una afirmación de Lucy Worsley en su nueva biografía de Jane Austen.

Pero debería terminar aquí, bruscamente, diciendo que sí, que lo sentimos: simplemente nos da igual si Jane Austen era lesbiana.

Pero nos da igual no porque no sintamos curiosidad por las vidas de nuestros escritores preferidos o porque el cotilleo literario nos parezca una actitud impropia y ridícula. Lo que molesta, en este caso, es la fijación morbosa con la supuesta asexualidad de Austen, como si todo el edificio del amor romántico se fuera a caer porque la escritora británica se negara a casarse.

Además, el hecho es que apenas sabemos nada de la intimidad de Jane Austen. Durmió con mujeres, ok. Quizá tuvo sexo con mujeres. Quizá. ¿Y qué? ¿La convierte eso en lesbiana?

El subtexto de esta preocupación por etiquetar la conducta sexual de Austen se parece demasiado a un si-no-quería-estar-con-hombretones-como-yo-seguro-seguro-seguro-que-era-lesbiana. Porque ya sabemos que, en todo caso, si no es por raritas, las lesbianas lo son para excitar a los hombres. En caso contrario, ¿cómo una mujer se iba a negar a estar con cualquier hombre?

No hay ninguna necesidad de nombrar, clasificar y categorizar. Pensemos en el polémico caso de Djuna Barnes, cuando dijo: “No soy lesbiana, simplemente amo a Thelma”. Su afirmación ha sido objeto de incesante hermenéutica, y algunos han querido relacionarlo con su rechazo a ciertas categorías de crítica literaria que pudieran encasillarla como “escritora lesbiana” o “escritora feminista”.

Sin embargo, también puede verse de otro modo: su rechazo a cerrar su identidad bajo una etiqueta podría ser un acto político. Por un lado, la naturalización del concepto permite el reconocimiento como colectivo y la consiguiente reclamación de derechos. Pero por el otro, supone una normalización de las prácticas, una regulación disciplinaria las conductas.

Así lo entendía el filósofo Michel Foucault, quien dijo que escribía para perder el rostro, para no quedar sujetado a una identidad, y por ello siempre se negó a etiquetarse como homosexual. De hecho, sus reflexiones sobre la historia de la sexualidad están en la base de la teoría política queer desde la que se ha querido leer el gesto de Djuana Barnes.

Entonces, ¿es Jane Austen una heroína queer? No, por supuesto. Pero la fijación monomaníaca con su lesbianismo, si no es síntoma de un machismo latente, sí revela nuestra incomodidad ante modelos de sexualidad que no se ajusten a los esquemas preestablecidos. De hecho, Foucault rechazaba incluso el término "sexualidad", ya de por si limitador, y se dedicaba a contrastar distintos "usos de los placeres".

De modo que no: no nos importa cómo gozara de sus placeres Jane Austen.

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