PlayGround utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de navegación. Si sigues navegando entendemos que aceptas nuestra política de cookies.

C
left
left
Artículo Navajazos, metanfetaminas y heroína: así es el narcoturismo en el Raval de Barcelona Now

Now

Navajazos, metanfetaminas y heroína: así es el narcoturismo en el Raval de Barcelona

H

 

¿Especuladores inmobiliarios que permiten la presencia de narcotraficantes para echar a los vecinos y así reconvertir los edificios en negocios turísticos? Nos adentramos en las cloacas de un barrio que se sale de control.

Germán Aranda

12 Agosto 2017 06:00

Vecinos calle Roig

Creía haber encontrado en el narcotráfico y en las molestias que generan los consumidores de droga en las calles del Raval una problemática social en Barcelona sin relación directa con el turismo y el encarecimiento de la vivienda.

Me equivocaba. En pocos minutos conversando con vecinos del Carrer d’en Roig, aparecen actores que me suenan familiares: mochileros de varios países de Europa (que, en este caso, viajan a Barcelona para buscar drogas); fondos buitres que compran pisos y los dejan vacíos; y vecinos que se han ido por el precio del alquiler o por la degradación del barrio.

Una palabra que suena más bien a Colombia o México emerge con especial fuerza entre esta maraña de jeringuillas, escombros, peleas, redadas, amenazas y protestas vecinales: narcoturismo.

Todo esto en el barrio del Raval, donde también hay numerosos pisos turísticos (muchos en pésimas condiciones) y algunos de los restaurantes y coctelerías de moda de la ciudad, a muy pocos metros de la Rambla, el Gòtic y el centro más turístico de la ciudad.

El mejor pico y el mejor sushi de Barcelona pueden estar a dos calles de distancia.

Mientras Emi, la peluquera de la calle Roig, me cuenta cosas como que “el otro día se apuñalaron dos y salió uno con el cuchillo clavado” o que “amenazaron a un vecino con una jeringuilla en el cuello”, un ir y venir de personas de diferentes perfiles y nacionalidades pasan por nuestro lado con un mismo destino: el número 22 de la calle Roig.

No hay día sin que se registre algún episodio de escándalo público o violencia por estos lares. No hay paz para el Raval.

Cada día, educadores de calle limpian de los suelos de la vía pública decenas e incluso centenares de jeringuillas usadas. Vecinos relatan también haberse llevado buenos sustos al encontrarse a personas pinchándose en sus rellanos. En Roig, incluso, cuentan los vecinos haber visto sacar cadáveres de los pisos.

Acció Raval

Uno de los vecinos que se ha organizado para protestar contra la presencia de traficantes y drogadictos en el barrio, Lluís, que tiene un comercio en Roig, me explica que muchos de los consumidores de droga van directos al piso sin levantar la cabeza del móvil, por lo que entienden que alguna app, red social o marca en Google Maps les indica dónde están los puntos de drogas.

Los vecinos del Raval, a través de la plataforma Acció Raval, también han trazado en Google su propio mapa para localizar hasta 17 puntos de venta de drogas (la mayoría pisos vacíos propiedad de bancos ocupados por traficantes), dos lugares habituales de robos y cinco nichos de suciedad y basura, entre la que no es difícil encontrar jeringuillas.

Policía y fondos buitres

Todos en el barrio saben que en Roig 22, como en otros edificios, hay desde hace meses varios pisos ocupados por narcotraficantes que venden metanfetamina, cocaína y heroína a unos 20 o 30 euros la dosis.

También lo sabe la policía, pero necesita una orden judicial para entrar en una vivienda y, por el momento, no lo ha conseguido con este pero sí con otros locales del barrio. La droga, dicen, no se concentra en grandes cantidades en los apartamentos, por lo que cualquier operación podría acabar en agua de borrajas ante lo que consideran tráfico "de poca monta", según les han dicho los agentes a los propios vecinos.

"¿Y si fueran de mucha monta? ¿O si crece y se convierte en algo mayor?", se pregunta Carlos, uno de los residentes en un piso de al lado.

Fuentes de los Mossos detallan a PlayGround que, desde el principio de año, han intervenido en 21 domicilios en el Raval que se han saldado con un total de 20 detenidos, la mayoría de ellos relacionados con el tráfico de drogas en el barrio.

La última redada conjunta entre la Guàrdia Urbana y los Mossos tuvo lugar el 10 de agosto en la calle San Gil y se tapiaron tres pisos. La anterior, apenas dos semanas antes, entre el 26 y el 27 de julio. Las quejas vecinales favorecieron entonces la detención de tres personas y el tapiado de dos pisos desalojados.

Los propios Mossos reconocen que cuando tienen información de una actividad ilegal contactan con los propietarios de los inmuebles ocupados para ver si quieren poner una denuncia o qué medidas prefieren tomar, pero reconocen que esto se hace más difícil cuando los propietarios son bancos privados o fondos buitre.

Vecinos Carrer Roig

El diario La Directa desveló hace un par de semanas que los pisos de Roig y de Riereta ocupados por traficantes son del fondo buitre Budmac Investments, controlado por Blackstone, y Catalunya Banc. Desde esta última entidad, sin embargo, apuntan a PlayGround que ese piso está ahora en manos de Anticipa, a la postre, también filial de Blackstone, como explica un reportaje que publicamos recientemente.

Los vecinos van más allá y, al ser preguntados, la mayoría no descarta la opción de que esos fondos buitres estén cómodos con la degradación del barrio o incluso que les interese forzarla. Tener sus propiedades vacías ocupadas por narcos podría provocar que los locales vayan siendo expulsados del barrio, vaciando más alojamientos para apartamentos turísticos que encarezcan la vivienda.

“Pero no se puede demostrar”, se resigna Lluís. “A veces vienen hombres en traje que puede que sean de fondos buitres que quieren comprar más pisos”, comenta Emi.

Lo que sí se puede afirmar es que los fondos buitres y bancos propietarios muestran nula preocupación por lo que sucede en sus pisos, donde se realizan actividades ilegales, y en el barrio.

Eso, de todos modos, no les basta a los vecinos como disculpa para que no haya una mayor intervención policial. “Con todo lo que se ve cada día, de gente entrando, jeringuillas en la puerta y amenazas, hay de sobra para intervenir”, denuncia Carlos, otro de los vecinos de Roig más activos por la expulsión de los traficantes.

También se quejan de que, más allá de las operaciones en pisos, pocas veces acuden a los aledaños del número 22 de manera preventiva para evitar episodios de violencia como los que son habituales.

Ayuntamiento y Guàrdia Urbana

Los vecinos celebran, eso sí, que su presión sirviera para que una brigada el Ayuntamiento limpiara la semana pasada la terraza (de donde dicen los vecinos que salió más de una tonelada de escombros) y el portal lleno de sangre de Roig 22. En la azotea había tiendas de campaña, retretes y vigas de manera enormes, de tal tamaño que nadie sabía cómo habían podido entrar en el edificio, .

La regidora del distrito Gala Pin, con la que los vecinos se muestran en general decepcionados por la falta de acción, avisó en su Facebook de que también habrá “un refuerzo de la actividad policial”. Coincidiendo con el diagnóstico de los vecinos, apuntó a que se trata también de un problema de vivienda.

Pin apeló a que hay que “llenar de vida” los pisos vacíos y coincidió con los vecinos en que gran parte del problema proviene de que “se han roto los lazos comunitarios” en el barrio, lo cual les hace menos fuertes ante la entrada de actividades ilegales.

Vecinos Calle Roig

En un paseo con agentes de paisano de la Guàrdia Urbana, uno de ellos insiste a PlayGround en que “se está trabajando mucho” y en la dificultad de intervenir cuando no hay pruebas, sobre todo porque los “punteros”, que son los que invitan al transeúnte a comprar drogas (“marihuana”, “cocaína”, dicen) y te llevan a los puntos de venta no llevan las sustancias encima.

Un agente cuenta también como, además de los estupefacientes mencionados anteriormente, el shabú está siendo consumido de manera “peligrosa” por parte de la comunidad filipina del Raval. Es la misma droga con la que el presidente Rodrigo Duterte justifica en Filipinas una oleada brutal de terrorismo de estado con miles de muertos por año.

En medio de la conversación con el policía, un chico apoyado en la pared delante de uno de los puntos de venta de droga localizados pregunta la hora al agente. “Lo hace para saber si soy policía y ver cómo respondo”, explica antes de responder a suy pregunta. Son las 19:34.

Vecinos Calle Roig

El gesto del joven hacia el policía, sin ser agresivo, tiene un cierto tono de provocación y muestra de impunidad. Es como si dijera: “Estoy aquí, sabes lo que estoy haciendo y no puedes hacer nada contra mí”. Cuando saco una foto del portal, el chico me pregunta “si ahora los turistas sacan fotos de las porterías”.

“Hombre, turista no soy”, respondo.

“Ya lo sé, que tienes tu número de placa y todo”, contesta entre risas.

Seguimos andando y el guardia aborda a una mujer muy delgada y demacrada que acaba de salir de Roig 22. Está muy nerviosa y enseguida insulta al policía, que mantiene la calma de forma segura.

Cuando le pregunta qué lleva en la bolsa —después de negar que consuma drogas—, desparrama jeringuillas nuevas, aún envasadas en plásticos, y dice: “Esto me han dado, que ni un Cola-Cao dejan que me tome”.

Violencia y consumo

Días más tarde, cuando regreso a la calle Roig, la drogodependiente continúa en la calle insultando e incluso amenazando con agredir a los vecinos e incluso a los narcotraficantes. Está descontrolada y es un peligro, sobre todo para ella misma.

De hecho, Emi, la peluquera, relata que un narcotraficante la arrastró de los pelos por la calle, cansado de sus provocaciones, un día antes. "A veces los consumidores se sientan en la puerta de la peluquería y no dejan entrar a los clientes y, si se lo dices, se ponen violentos. Ahora tengo un palo por si me vuelven a agredir", añade.

Horas después, me informan de que la chica, la drogodependiente descontrolada, ha sido ingresada de emergencia en un psiquiátrico.

Además de la adicción, sufre un trastorno mental y su caso no puede tomarse como representativo del comportamiento de los usuarios, pues muchos entran y salen sin hacer ruido del piso de los narcos.

Pero sí es una de los señales más claras de los riesgos que se generan, y que pueden ir a más, en un entorno tomado por el tráfico y el consumo de drogas.

Vecinos Calle Roig

Preocupa mucho más a los vecinos la violencia de los narcotraficantes que la de usuarios, cuyos brotes agresivos se limitan a momentos de descontrol. Las amenazas de los narcos son constantes y más de una vez cuentan con cuchillos, sobre todo contra los vecinos más activos que se manifiestan contra ellos.

Con algunos de los consumidores, en cambio, los vecinos mantienen conversaciones distendidas en la puerta de un bar de la calle. “Este es muy educado”, dicen de un usuario, que critica a los policías secretos porque “no saben camuflarse, enseguida se ve que son agentes, tendrían que ser vagabundos hasta el momento en que sacan la placa”. Lo dice después de pensar que soy uno de ellos.

“Yo he venido a ver a un amigo”, dice otro usuario al salir del piso y asegura que está “totalmente de acuerdo” con las quejas de los vecinos. “Aunque yo también tengo mis problemas, la verdad es que esta situación está muy mal”, dice al salir de un bloque en el que ya solo quedan traficantes.

Mochileros

Mochila enorme, aspecto de turista joven entre hippie y punk venido a menos y la compañía de un perro son rasgos comunes entre algunos de los consumidores de droga del Raval. Muchos son turistas de Italia o del Norte de Europa que vienen a Barcelona exclusivamente a comprar drogas. Son narcoturistas que andan con la mochila a cuestas porque duermen en la calle.

El consumo se ha disparado en verano por el narcoturismo, pero no así en términos generales en Barcelona en relación a años anteriores, según apunta un educador de calle que trabaja desde hace diez años por el barrio, minimizando los riesgos de los consumidores y su relación con los vecinos.

Esta opinión la defiende la regidora Gala Pin, pero no así los vecinos del barrio, que creen que “nunca ha estado tan mal”. Puede que sea la ocupación de pisos vacíos la que acentúe esta sensación por su poder acumulador de problemas.

Germán Aranda

Como sucede en las favelas de Río de Janeiro, en algunas esquinas de Baltimore o en los barrios controlados por las mafias en Italia, muchas veces lo que genera miedo y violencia no es el consumo y la venta, sino el control de un territorio. Narcos y vecinos, estos últimos con la ayuda insuficiente de las autoridades, se lo están disputando a día de hoy en el Raval.

Aunque en el origen del aumento del consumo está el cierre en 2004 de la zona de tráfico y consumo de Can Tunis —en la Zona Franca— la sensación es de que, en los últimos años, la heroína ha vuelto con más fuerza.

En junio del año pasado, en efecto, El País publicó un reportaje sobre el regreso a España de la heroína, que coincide con un ‘boom’ del consumo mundial, especialmente grave en los Estados Unidos.

Movilización

La intervención de la policía y del Ayuntamiento depende, en gran parte, de las pruebas que aportan los vecinos del Raval y su presión a las administraciones. Aunque la tradición vecinal ha menguado por el gran éxodo de vecinos expulsados por los precios y la degradación, aún quedan vecinos (y también hay nuevos) dispuestos a luchar.

Se coordinan también con vecinos de otras calles del barrio como Riereta o Lancaster, con problemas similares por el tráfico de drogas pero que también se quejan de la presencia masiva de turistas bebiendo la cerveza que venden los lateros hasta altas horas de la madrugada, especialmente en Lancaster. "Es habitual ver a turistas gritando y cagando cuando salen de la discoteca y pasan por Lancaster", relata un vecino durante la reunión para preparar una manifestación mayor de todo el barrio de cara a septiembre.

Lancaster, además, fue la calle en que el Ayuntamiento acabó comprando tres fincas para que una inmobiliaria no desalojara a sus vecinos.

Para coordinar las protestas, tienen que limar algunas diferencias ideológicas con tal de que se impongan los objetivos comunes. Por ejemplo, deciden si incluyen o no a los especuladores inmobiliarios y a los lateros entre sus consignas o si se limitan a pedir que se eche a los narcos. Y discuten también el tono en que dirigirse a las autoridades, para que los cánticos sean exigencias y no ataques.

También preparan folletos informativos en urdú, árabe, bengalí e inglés, con tal de que se impliquen en las movilizaciones las diferentes comunidades que integran el multicultural barrio.

Vecinos Calle Roig

Los grupos de Whatsapp son otra de las herramientas principales de movilización e información. En uno de ellos, los de calle Roig comparten la última hora del barrio y las movilizaciones. “Hace un segundo un narco estaba en la calle con un cuchillo”, expresa uno de los miembros poco antes de que se publique este reportaje. "Casi lloro de la emoción", dice otro después de la última operación policial. Y comparten fotos de jeringuillas y suciedad.

Llevan un mes con caceroladas diarias, que han reproducido vecinos de otras calles, bajo el grito “fuera los narcos” a pesar de que muchos de los días a las diez de la noche, cuando se celebra, no hay una sola farola que alumbre la calle. Los narcos, según les ha contado el propio Ayuntamiento, se ocupan de cortar la luz para operar mejor en la sombra.

Carlos y Lluís, junto a otro par de vecinos, golpean fuerte sus cacerolas y sartenes desde la calle en la noche cerrada y sin luz del Raval. Pocos minutos pasan y se van sumando otros vecinos haciendo ruido desde los balcones de sus casas.

Uno de los narcos lo observa de arriba hacia abajo, con mirada desafiante y media sonrisa, desde el balcón de Roig 22. Incluso da golpecitos lentamente con una botella de agua vacía, casi como si estuviera participando en la protesta.

share