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Esta es la cruda historia de muchas mujeres colombianas que quieren olvidar, pero que también quieren que su historia se conozca
22 Marzo 2017 06:00
Ana Mindinero, secuestrada y encerrada por un grupo armado, y su hijo
Tatiana fue violada con apenas siete años. Un hombre armado decidió marcar su vida para siempre al amparo de la impunidad. Nadie le frenó. Nadie hizo justicia. En Colombia, el miedo es más fuerte que la ley.
Su caso es sólo uno entre miles. El país quiere dar pasos hacia una paz todavía muy lejana en comunidades rurales más afectadas por el conflicto armado. La violación, convertida en arma de guerra, continúa siendo un flagelo para las mujeres del país.
La madre de la pequeña es quien cuenta lo sucedido. Quiere que su voz se escuche. Con convencimiento. Pasando por encima del dolor. Yolis Makol apenas puede sostener la mirada. Su voz se desliza por las paredes de la escueta salita como un delgado hilito de agua. Tenue, como si fuera a desaparecer en cualquier momento.
La joven madre, de 24 años, jamás podrá olvidar aquella mañana. Sucedió hace un par de meses. La escuela de su pequeña comunidad había llamado a matricular a los niños. Yolis dejó a su pequeña Tatiana, de siete años, en su humilde domicilio.
Fue el inicio de una pesadilla: “Un hombre llegó a la casa mientras yo estaba fuera. Agarró a la niña. Le tapó la boca y se la llevó” explica, tragando saliva tras cada palabra.
Tatiana fue violada con apenas siete años. Un hombre armado decidió marcar su vida para siempre al amparo de la impunidad.
Los vecinos se dieron cuenta de lo sucedido y dieron la voz de alarma: “Me trajeron a la niña. Estaba mal, sangrando. La llevamos rápido al centro de salud”. No tuvo tiempo ni para pensar en denunciar. El violador iba tras ellas: “andaba buscándonos con unas granadas, para tirárnoslas a la casa. Nos tocó salir sin ropa y sin nada”, rememora Yolis.
Dejaron su comunidad. Se refugiaron en Tumaco, el núcleo urbano más cercano a su comunidad campesina y una de las ciudades más peligrosas de Colombia. Yolis y sus cinco hijos se habían convertido en desplazados. Una familia más fuera de su hogar. Víctimas de un conflicto armado de más de cinco décadas.
“Él pertenecía a un grupo. Dicen que a unos paramilitares, no sé. Me da miedo volver a mi pueblo y que me hagan algo a mí o a mis hijos. A mi marido ya lo habían matado anteriormente, hace unos tres meses”, desvela con fortaleza, dando cuenta de su doble tragedia.
12 años: la edad media de las víctimas
Las cifras son aterradoras. El instituto de Medicina Legal colombiano atiende cada día a más de 60 personas víctimas de ataques sexuales. Contó 22.155 casos en 2015. Un millar más que el año anterior. 18.876 eran mujeres. 3.279, hombres.
Los casos como el de Tatiana son mayoría. La edad media de las personas atendidas por las autoridades en casos de abuso sexual es de 12 años.
La mayor parte de los casos se registra entre los 10 y los 14. La violación en Colombia no entiende de edades. Unas 2.500 víctimas eran menores de cuatro años, según los registros oficiales.
“Ni podía ni mirar a los hombres. Les corría. Pensaba que me iban a hacer lo mismo. Ni siquiera podía estar con mis hermanos”, explica Cindy Madrid, violada por dos hombres a los 13 años de edad. Tiene jaquecas desde entonces. Vive tomando pastillas para aliviar el dolor.
“Hay niñas que quedan tan traumatizadas que no quieren ni entrar a colegios mixtos”, lamenta la activista Mireya Obiedo, fundadora de la Asociación de Lideresas del Pacífico Nariñense (Asolipnar), una asociación que ayuda a las mujeres víctimas de abuso sexual en Tumaco.
"No podía ni mirar a los hombres", Cindy Madrid.
"Viví amordazada durante tres años"
Una de las personas a las que la asociación ha asistido es la joven Ana Mindinero. Fue secuestrada y encerrada por un grupo armado. Vivió atada y amordazada durante tres largos años. Era una esclava sexual. La violaban a diario.
“Tenía 14 años cuando me separaron de mi mamá. Nos llevaron por unos montes durante dos horas. Éramos unas 20 muchachas. Casi todas de 9 a 14 años. Nos violaban. Nos maltrataban. No nos daban de comer. Vivían pegándonos”, recuerda casi sin vacilar, mirada al frente. Quiere olvidar, pero también que se conozca lo que ocurrió.
No sabe qué grupo la secuestró. Vivía en una comunidad rural, profunda en el Río Tapaje. Por allí se movían guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes: “casi no veíamos a quienes nos secuestraron porque nos mantenían con los ojos tapados”, rememora la joven.
Una vecina de la zona la ayudó a escapar. Antes lo había intentado una niña. La descubrieron y la mataron.
El drama de Ana no terminó con el fin de su cautiverio. Malvive ahora en las calles de Tumaco, buscando trabajo para alimentar a su hijo, producto de una de las violaciones: “A pesar de todo le tengo que querer. Tenemos que salir adelante. Ahora casi no comemos. Necesitamos ayuda”, pide la joven.
"Solo la muerte me saca sus voces de la cabeza"
Ana habla mientras su madre y su hermana escuchan con atención. Ellas también fueron secuestradas. Era el mismo grupo armado: “Llegaron a la casa y se llevaron a mi hija Ana. Mi esposo se enfrentó a ellos y se lo llevaron. Lo mataron. Quince días después volvieron y nos llevaron a mí y a mi otra hija, que por aquel entonces tenía siete años”, recuerda Yeiner Mindinero entre lágrimas. Tiene 36 años, pero la tragedia la hace parecer mucho mayor.
Ambas fueron violadas repetidamente. “La niña no consiente ahora que nadie se le arrime. Comienza a gritar. Ella fue amarrada y quién sabe cuántos la tocarían”. Las cicatrices en el cuerpo de la joven dan cuenta del infierno relatado por su madre.
Ellas dos corrieron más suerte que Ana. Yeiner sacó fuerzas de donde no podía haber y se lanzó al río con la pequeña a cuestas. Les rescató un pescador. Pudieron quedarse en su casa.
Ni siquiera allí acabó su calvario: “Encontré trabajo en una discoteca y dejé a la niña en el domicilio. Llegó el hijo de un vecino, de 16 años. Volvió a violarla por un bocado de plátano que la niña estaba pidiendo. Ya es el destino de nosotros vivir así”, se obliga a recordar Yeiner.
Arrastra un severo trauma por lo vivido: “Sólo la muerte me saca de la cabeza la voz de esa gente. Nunca voy a olvidar lo que me hicieron. Vivía feliz y alegre. Nunca me faltaba la comida y ahora tengo que estar mendigando. No tengo nada. Mi hija cumple 15 años hoy y no tengo ni para una libra de arroz. El miedo la mantiene encerrada en su casa.
Yeider Mindinero y su hija.
En el 88% de los casos denunciados en 2015 el agresor estaba cerca. Era familiar, amigo, pareja o vecino.
A Betty Bonilla la violó su padrastro cuando tenía 11 años. “Mi mamá no estaba. Él me llamó al cuarto. Entré y me agarró por la fuerza”. Tuvo que desplazarse cientos de kilómetros para vivir con su padre natural. Consiguió el permiso mintiendo a su madre. No le contó que había sido violada: “El violador me dijo que si yo le contaba lo que sucedió a ella, la mataba”.
Betty tiene ahora 43 años y vive desplazada en Tumaco. Hace seis meses fue violada otra vez. Alguien se coló en su casa y abusó de ella. “Andaba con un arma. Me dio golpes y me amenazó”.
No denunció. Su agresor conocía a sus hijos. Le amenazó con hacerles daño si contaba lo sucedido.
Sólo la quinta parte de las mujeres violadas en Colombia acude a las autoridades para denunciar su caso. Las cifras de abusos sexuales publicadas por Medicina Legal son sólo las de los casos que han llegado a manos de la policía.
"Aquí, quien denuncia muere"
Las víctimas no denuncian por miedo a su agresor. “Les aterra las represalias. Las ejecutan, las matan, las cortan en pedacitos o se tienen que desplazar”, explica la activista Mireya Obiedo, amenazada en Tumaco por su defensa de los Derechos Humanos.
Las víctimas temen también la estigmatización. Es el caso de Guadalupe Castillo, una vecina de la peligrosa barriada conocida como Viento Libre, en Tumaco. Fue violada a los 12 años: “No denuncié. Aquí quien denuncia se muere. Tampoco quería hablar con nadie. No quería que me discriminasen”, apunta.
Obiedo da fe de la exclusión que enfrentan las mujeres agredidas: “Nadie quiere ser amiga de ellas”, lamenta. “En la misma casa, cuando se dan cuenta de que una mujer ha sido violada, la mamá o el papá las rechazan. Las sacan del hogar. Ellas se reúnen en grupos de tres o cuatro y empieza otro foco de problemas como es el de la prostitución. Al saber que no tienen quién les ayuden, quién les de comida o dónde dormir, se tienen que prostituir para salir adelante y comer”, apunta la activista.
Denunciar tampoco garantiza Justicia. El 97% de los casos de violación relacionados con el conflicto queda en la impunidad.
La mayoría de casos se da en zonas de clase media baja. No son los únicos. Bogotá continúa consternada por la violación y asesinato de la pequeña Yuliana Sambolí, de tan sólo 7 años, el pasado 4 de diciembre. El homicida, Rafael Uribe Noguera, es un acaudalado arquitecto capitalino. Se encuentra en prisión preventiva. Podría ser condenado a 60 años de prisión. Un caso excepcional, difícilmente posible en las remotas comunidades del campo colombiano.
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