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Lo de menos era Europa: lecciones de la última aventura procesista

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Lo de menos era Europa: lecciones de la última aventura procesista

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Con la partida delegada en Alemania, el resultado se dejó al azar. Ahora ya lo sabemos todos.

Decía Enric Juliana que tanto a los del bando del 155 como al de los independentistas les interesaba que su disputa se resolviese en Europa.

Desde hace meses con el conflicto catalán, el Gobierno de Mariano Rajoy y los defensores de la Unidad de España habían confiado en que Europa les diese la razón. Su argumento era que la Unión Europea es garante de derechos, del orden y de la democracia y lo de Puigdemont había sido un golpe a la democracia y a todo lo demás. También decían que la Unión Europea defendía la soberanía de los estados miembros, y no de las regiones que se querían separar. Les fue bien: la Comisión y los grandes estados centralistas —Alemania y Francia— se habían limitado a una más que suficiente neutralidad: "Es un asunto interno español". El gozo en los defensores del 155, con la élite europea sin oír las reivindicaciones separatistas era inmenso. Tuvo su clímax cuando Puigdemont cruzó la frontera de Dinamarca con Alemania. El país de Angela Merkel no era una pequeña democracia escandinava sin peso en la Unión, sino el representante de todo lo que Rajoy pretendía defender. Las banderas europeas de Twitter cambiaron a montones por banderas alemanas. Hasta el jueves pasado.

En el bando contrario sucedió algo parecido, con más vaivenes. Ante el muro del estado, la única opción con la que contaba el separatismo era venderse en Europa y dejar a España retratada como todo lo contrario que representan los valores de la Unión. Los exilios a Bélgica y a Suiza, las charlas en universidades de pequeños países del norte... Todo funcionaba hasta que el poder fáctico de la UE dejó tirado a Cataluña. "La UE es un club de países decadentes", contestó Puigdemont. Sin poder hacer mucho más, el procés tuvo que apretar los dientes y volver a plegarse al europeísmo. Pero la detención de Puigdemont en Alemania hizo que el independentismo repitiese aquellas palabras de Piugdemont y volviese al separatismo euroescéptico, a pesar de que algunos —pocos— confiaban en que sería la europa garantista la que les daría la razón.

Ambos bandos habían dejado en manos de un tercer actor, más en concreto, en un tribunal regional alemán (la audiencia de Schleswig-Holstein) la decisión sobre nada menos que el futuro del procés. En Schleswig-Holstein posiblemente sepan que en España se come paella y hay sol, pero nada más. Y así, como si se tratase de un asunto más, no interpretaron como rebelión lo que hizo Puigdemont el 1-O porque no hubo violencia.

A partir de el jueves, el silencio de la tuitesfera de bandera europea era sepulcral. "Habrá que confiar en Francia", decían algunos ahogados en sus últimos manotazos. Quien más suena ahora en el lado de los del 155 es la derecha punki de Vox, que siempre ha defendido su euroescepticismo. A partir del jueves también, quienes pensaban que Europa era un club de países decadentes se han reafirmado en que Europa es la cuna de la democracia y la salvadora del procés.

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