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Cuando Italia ganó el mundial sufriendo casi un muerto al día

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Acaba de morir Totò Riina, el capo de todos los capos. Su ascenso criminal se produjo a la vez que Italia ganaba el mundial de España

Ignacio Pato

17 Noviembre 2017 16:24

Este verano, a más de un italiano se le revolvieron las tripas con la decoración de un restaurante de Tenerife. Salvo Riina subió orgulloso a su Facebook una foto de una pared del local. En ella compartían protagonismo Fabio Cannavaro levantando la copa del mundo de 2006 y el retrato de un viejo con gafas, el padre de Salvo.

Solo que el viejo que sale en la imagen rodeado de policías no es un actor de comedia ni el pizzaiolo de la casa. Es 'U Curtu, La Belva, el capo di tutti capi, Salvatore Totò Riina. El hombre que ha muerto hoy con 87 años en un hospital de Parma con 26 cadenas perpetuas a cuestas por haber liderado Cosa Nostra. Por ser responsable, directo o indirecto de la muerte de 150 personas. Para Italia, una fiera resumida mediáticamente en los 1.000 kilos de TNT con los que voló a los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino.

Aquella onda expansiva que llegó a todo el país en el 92 empezó a gestarse diez años atrás, justo cuando la selección tocaba el cielo en Madrid.

Fue en el verano del 82 cuando Riina comenzó a ser Riina, como dice uno de los mayores especialistas de la mafia, Attilio Bolzoni. Una cosa no cambió en él en ese momento: siguió siendo, hasta hoy mismo, un campesino miserables, de mirada hueca, austero hasta el final. Cambió que entonces, se hizo al mando de la cosca, de los Corleonesi, con el control de Cosa Nostra.

Algunas la han llamado Segunda Guerra de la Mafia, para diferenciarla de la de 1962, pero en realidad lo que hubo fue una deliberada estrategia de la tensión culminada por Riina aquel 1982.

Italia era un país deprimido, y no era solo mérito de la mafia. Los escándalos de las apuestas ilegales habían herido de muerte el calcio. Los niños coleccionaban en el patio cromos de convictos estafadores, literalmente. Uno de ellos iba a ser la gran estrella en el mundial, Paolo Rossi. El terrorismo de extrema derecha hacía estragos -solo dos años la bomba de la estación de Bolonia mató a 85 personas en el mayor atentado desde la ocupación nazi-. El 30 de abril el secretario general del PCI en Sicilia, Pio La Torre, es asesinado por la mafia. Un cadáver con más peso político, seguramente, que con el objetivo prioritario de Riina: acabar con todos los miembros de los clanes Inzerillo y Bontate. No había ni escondite para los fugados a América: hubo alguna que otra decapitación en Nueva Jersey.

Los muertos se convirtieron en moneda tan corriente que ya ni los periódicos sicilianos los destacaban. Solo un conteo. Y calor. Y obsesión mirando los maleteros de los coches, recuerda Bolzoni. Si estaba muy caído, podía haber un cadáver dentro. En cualquier coche. La mafia ataba las manos y los pies de la víctima a su propia espalda y al moverse se ahorcaban. Eran los incapretatti, los encabritados.

El primer gran arrepentido de la mafia, Tommaso Buscetta, hasta entonces a las órdenes de Riina y que hablará y hablará y ayudará a caer como moscas a los delincuentes, no ayudaba a tranquilizar los ánimos.

Quizá España, donde se jugaba el mundial, suponía el contrapunto emocional a Italia. El país recibió a los Stones y al Papa, la Movida copó la tele y Tierno Galván se desvivió pidiendo a los madrileños que fueran los mejores anfitriones. Italia empezó como casi siempre, horrible. 3 empates contra Perú, Camerún y Polonia. A unos kilómetros seguía la carnicería, como la de la circunvalación de Palermo, donde murieron 5 personas el 16 de junio.

Acabó, Italia, como casi siempre, también. Se presentó en la final del Bernabéu contra Alemania. 3-1, campeona del mundo.

Esa victoria ha sido el único alimento emocional del aficionado italiano en casi tres décadas, y dejó dos imágenes imborrables. Las dos parecían tener un denominador común, aunque en ese momento no tuvieran Sicilia en la cabeza. Marco Tardelli y Sandro Pertini parecieron sacarse un peso descomunal de encima. Uno sobre el césped y como un enajenado, en lo que posiblemente sea la celebración más pura de un gol importante en toda la historia del fútbol.

El otro, el Presidente de la República, saltándose el protocolo con simpatía contagiosa. No iba a imponer ahora el rey Juan Carlos a un expartisano de casi 90 años.

Estaba hecho. Campioni del mondo.

Solo había que volar de vuelta a un país que acabó el año con 150 muertos en una de sus islas.

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