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Artículo El hijo. La chusma. Desnudando un mundo feo a través de Karim Sports

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El hijo. La chusma. Desnudando un mundo feo a través de Karim

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Icono generacional. Reflejo incómodo de las guerras de clase y raza de una sociedad contradictoria. Símbolo de una integración exitosa solo si se comporta como los demás quieren. El deportista francés más seguido tras tres años de veto en la selección. Bienvenidos al puzzle Karim Benzema

Ignacio Pato

01 Junio 2018 08:14

18 años es una edad en la que tomar decisiones. A veces sobredimensionadas por la presión del entorno, otras minimizadas necesariamente para no sentir el vértigo paralizador. Casi siempre suelen estar relacionadas con un futuro no demasiado lejano. Qué estudiar y de qué te va a servir, para los que pueden. Karim Benzema tuvo que escoger mucho más que con la camiseta de qué país quería jugar.

"Argelia nunca me llamó", dice el jugador en el reciente documental que ha estrenado Netflix. Sin embargo, sí que se reunió con el entrenador argelino en suelo francés. Intentó convencerle sin éxito. Benzema eligió Francia y dijo que Argelia era el país de sus padres pero que elegía su país de nacimiento por cuestiones deportivas. Para él, hijo de un padre de la Cabilia cuyo pueblo está a 20 minutos del de la familia Zidane —la salida de este 'hermano mayor' de Karim puede abrir la puerta a las especulaciones con el futuro próximo del jugador—, no había dudas en que todo era perfectamente compatible. Sin embargo aquella frase se la volvió a sacar no hace mucho Marion Maréchal-Le Pen, una de las líderes del partido fascista Frente Nacional.

"Debería jugar para 'su país' si no está contento" o "Se ha hecho multimillonario gracias a una Francia a la que escupe, indigno", dijo la política de extrema derecha hace solo dos años, recuperando y descontextualizando unas palabras pronunciadas diez años atrás.

¿Qué media entre ambas?

Es el puzzle Benzema. El hijo, la chusma, el espejo del conflicto, el delantero con 4 Champions pero solo un título sub-17 con Francia.

El hijo

Karim es el cuarto de nueve hijos. Wahida y Hafid tuvieron otros tres chicos y cinco chicas. Todos nacieron, como Wahida, en Lyon. La ciudad a la que Hafid llegó desde Tighzert, en la Cabilia argelina, con tres años. A Tighzert, Benzema no ha ido en sus 30 años y medio.

"Yo era el favorito de mamá. Hasta mi padre podría decir hoy que soy su favorito", dice. Ese "hasta" es elocuente. Si Wahida "jugaba de portera" para intentar detener los tiros del pequeño Karim y le defendía siempre, Hafid comenzó a hacerlo más, reconoce el jugador, cuando el hijo empezó su carrera profesional.

En efecto, el padre quería que Karim, con 14, entrase en el internado del Olympique de Lyon. Le preocupaba que no fuera por el buen camino. Era una manera de protegerlo, de darle un mejor futuro. "No quiero historias", admite el futbolista que le dijo Hafid. Hoy Benzema, el hijo, dice serio que solo ha sido en los últimos tres o cuatro años cuando el padre le ha dicho que lo hace bien.

Para cuando entró en la escuela del Lyon, Benzema ya tenía en su cuarto algunos souvenirs guardados de la selección francesa que ganó el Mundial del 98. Él tenía 10 años. Y de donde su padre quería sacarle era de las calles de Bron, el barrio popular al que pertenece en toda la extensión del verbo. El mismo al que Florentino Pérez iría a buscarle personalmente para convencerle de fichar por el Madrid por 35 millones, con 21 años. Tanto Pérez como Jean-Michel Aulas, presidente del Lyon, le han considerado siempre "un hijo".

Con el Lyon había funcionado como un tiro. En un año, de los 16 a los 17, había pasado de un sueldo de 1.500 a uno de 15.000 mensuales. Por el camino había triunfado con la camiseta de la selección bleu. Ganó la Eurocopa sub-17 en un equipo en el que estaban con él Hatem Ben Arfa y Samir Nasri.

La generación del 87. La esperanza, el post-feliz Francia black-blanc-beur oficialmente multicultural del 98. Bien, este sería su reverso.

La chusma

"Jóvenes y estúpidos a la vez", literalmente se podía leer en algún titular de la prensa nacional. Comparados con líderes anteriores y posteriores como Thierry Henry o Kylian Mbappé -ni que decir tiene que con el elegante Zidane o el pizpireto blanco Antoine Griezmann-, Benzema, Nasri y Ben Arfa representaban otra cosa. Desde luego estaban lejos de ser un póster inspirador que colgar en el Ministerio de la Juventud.

Ellos acababan de estrenar mayoría de edad justo cuando Sarkozy verbalizaba a voces, con las cámaras en directo, la palabra racaille. La chusma. Hijos de la emigración norteafricana nacidos en las periferias de las tres ciudades más grandes del país. La generación del 87 no iba a ganar títulos ni, sobre todo, eran como se esperaba que fuesen. La versión francesa de nuestros ni-nis, juzgados de arriba abajo.

Arrogantes y eléctricos, Benzema fue quien mejor y más pronto explotó. La Eurocopa de 2008 marca el primer punto de inflexión negativo: Francia hace el ridículo y cae eliminada tras perder los tres partidos. No será mucho mejor su primer año en el Madrid, donde la adaptación no fue fácil y le hizo quedarse fuera del Mundial 2010. El Mundial del motín de los jugadores contra el seleccionador Raymond Domenech, acusado de racista por muchos de ellos. El escándalo en Francia fue mayúsculo. Como observa el historiador Pascal Blanchard en Le K Benzema, "la sombra de los jóvenes de los barrios populares sobrevolaba el escándalo. Aunque Benzema no hubiera estado allí". Él va en el pack.

En 2011, una frase suya sacude más de dos siglos de estado-nación: "cuando marco goles con la selección soy francés, cuando no marco soy árabe".

Karim con la camiseta azul del gallo es el reflejo de un conflicto no resuelto, de una guerra racial y de clases que no ha escrito su última página. Sus labios sellados cuando atruena La Marsellesa son el cuarto oscuro de la République. El defensa más pegajoso que Benzema ha encontrado en su carrera ha sido el jacobinismo nacionalista, tanto conservador como progresista.

"Tened un poquito de dignidad y moved al menos los labios", les exigía el entonces responsable de comunicación de la Federación Frank Tapiro. "Cantas si quieres. No puedes venir y decirme que cante", responde hoy Benzema.

Era como si todo encajara en las portadas cuando, tras otra Euro y Mundial sin título -a pesar de haber demostrado muy buen nivel en Brasil'14-, estallaba el caso del chantaje de la sextape de Benzema a su compañero de selección Mathieu Valbuena. El 8 de octubre de 2015 marca el último partido hasta hoy de Benzema con Francia. El 4 de noviembre fue detenido para declarar como presunto cómplice por intento de chantaje y participación en grupo delictivo. El presidente de la Federación decía públicamente que "Benzema no ha roto con su pasado". Era un dedo señalando a uno de los presuntos cabecillas de la trama, amigo íntimo del jugador, que había pasado nueve años en prisión.

La Eurocopa de 2016, jugada además en Francia, iba a ser una línea roja que las autoridades no estaban dispuestas a cruzar. Mientras el seleccionador Didier Deschamps le aseguraba en privado a Benzema que iría convocado, el primer ministro Manuel Valls no se cansaba de pedir su no inclusión en el grupo. Le acusaba de "no ser ejemplar". De nuevo, el fantasma del examen constante, de la integración, la desigual exigencia para los que se llaman François que para los que se llaman Karim.

Deschamps le dejó fuera y según Benzema el propio seleccionador le reconoció que fue por presiones externas. Pero el jugador dio un puñetazo sobre la mesa. "Deschamps ha cedido a la presión de una parte racista de Francia", llevaba por título una entrevista concedida solo días antes de la Euro. Benzema recordaba, textualmente, que el Frente Nacional había pasado a segunda ronda de las dos últimas elecciones presidenciales. La extrema derecha recuperó sus frases sobre Argelia e incluso se inventó que Benzema había escupido al himno la primera vez que sonó tras los atentados de París. Benzema le había colocado a Francia un espejo en la cara y el reflejo no era bonito.

En el puzzle Benzema, las apariencias cuentan. Mover o no los labios con el himno, callar la boca o no a Mourinho cuando dice en público que lo mejor que tiene para cazar es un gato como tú o mostrar o no coches deportivos o a tu propia hija en las redes sociales. Su entrenador en el Lyon Paul Le Guen llegó a pedirle que se cortase con eso.

No es tanto tenerlo -Benzema ingresa unos 16 millones anuales actualmente- como enseñarlo. Demostrar que el chico de Bron ahora conduce ese coche y no otro, y que aparece en vídeos como en los de su amigo el rapero Booba y no en otros. Y no es tanto disfrutar lo que tienes sin hacer mucho ruido, en círculos íntimos, como volver cada vez que puedes a tu barrio y que para alguien de fuera sea imposible distinguir quién es el millonario dentro del sistema y quién el trapi al que le va bien.

Leer encuestas que dicen que alrededor del 80% de los franceses no te quieren en la selección no debe ser agradable. Posiblemente no estén hechas en barrios como Bron.

"Puedo tener amigos en París o Madrid, pero nunca serán como mis amigos de Lyon", dice Benzema.

"Engorroso entorno", llamaba Le Monde a sus amigos. "Malas compañías, barrio: por qué Benzema se complica la vida", a todo lo que da un titular.

Cada vez que vuelve, Benzema se quita la gorra para hacerse selfies con ellos.

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