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Artículo Ronaldinho patriota, o cómo Brasil se asoma al pozo de la extrema derecha Sports

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Ronaldinho patriota, o cómo Brasil se asoma al pozo de la extrema derecha

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Año de elecciones. Entre guiños de futbolistas y llamadas a quemar a las feministas, el quinto país más grande del mundo puede ser gobernado por un millonario que haría pasar a Trump por progresista

Ignacio Pato

03 Enero 2018 16:23

En octubre de este año hay elecciones presidenciales en Brasil. Todas las encuestas reducen la lucha a dos antagonistas: el izquierdista Lula da Silva -que ya fue presidente de 2003 a 2010- del Partido de los Trabajadores y el líder de la extrema derecha, Jair Bolsonaro. Este último parte tras Lula en las encuestas, pero con una gran ventaja: los tribunales podrían invalidar la candidatura del líder del PT, inhabilitándolo por corrupción. En redes sociales, Bolsonaro también está mucho más presente que Lula.

Bolsonaro es una especie de Trump brasileño. Exmilitar defensor de la dictadura que asoló Brasil de 1964 a 1985, racista, homófobo y machista. Su partido Patriota, que no deja lugar a la imaginación con el nombre, es también un reducto ultramontano de la familia tradicional para la iglesia católica.

Como detalla Jacobin, parece un raro compañero de viaje para el hedonista y anárquico Ronaldinho Gaúcho, pero hace unas semanas el exfutbolista protagonizó titulares en su país tras fotografiarse con un libro de Bolsonaro. Corrieron incluso rumores -desmentidos de momento- de que el antiguo 10 del Barça podría presentarse como candidato de ese partido al Senado.

En realidad, el Ronaldinho jugador era de todos menos alguien a quien poder etiquetar con conceptos como "orden" o "disciplina" tan queridos por la derecha. Tampoco su background personal es acomodado, al revés: nació y creció en una de las favelas más pobres de Porto Alegre. No es tampoco por raza el típico votante de Bolsonaro, mucho más favorito entre las clases medias y altas blancas brasileñas. Y sobre los valores familiares a lo Bolsonaro habría que preguntar en todas las discotecas de moda que se preciasen de serlo en Barcelona y Milán, donde el brasileño pasó tres años.

Sin embargo, el que parece estar solo en su defensa de posiciones más progresistas es el exjugador del Lyon Juninho Pernambucano, que hace no mucho se las tuvo en Twitter con uno de los hijos de Bolsonaro. Del resto de futbolistas brasileños, el flirteo de Ronaldinho con la derecha no es el único desvío de una tradición brasileña de historias de fútbol comunitario, multicultural y no precisamente clasista. Aquí hablamos de dos: el seleccionador comunista -y ganador moral del mundial 70- Joao Saldanha y la Democracia Corinthiana de Sócrates. El internacional del Palmeiras Felipe Melo también ha apoyado las tesis neofascistas de Bolsonaro, y en un perfil políticamente más bajo, Neymar y Ronaldo Nazario apoyaron a Aécio Neves, que bajo el paraguas de una supuesta socialdemocracia de centro fue uno de los mayores azotes de Lula y Dilma Rousseff. El senador Romário secundó lo que la izquierda denomina como golpe de estado contra la expresidenta.

Quizá simplemente es que el dinero del fútbol cada vez llega más, y en mayor cantidad, a los futbolistas de todo el mundo. También a los brasileños, claro. Quizá distorsiona lo que podía quedar de conciencia de clase. Aun procediendo de una favela, desde fuera quizá es más fácil ver con buen ojos la mano dura en ellas que predica Bolsonaro. "Habrá medallas y no juicios para los policías", ha dicho en una frase que parece sacada de la película Tropa de élite. También desde fuera del país -corre la leyenda de que no hay liga del mundo en la que no juegue un brasileño- parece siempre tener más peso la visión conservadora, cuando no reaccionaria.

La antipolítica y el populismo de derechas se abren paso en el quinto país más grande del mundo. El discurso antipetista (anti Partido de los Trabajadores) de Bolsonaro les casa bien a muchos con ese axioma -que la experiencia se empeña en demostrar falaz- que dice que para qué va a ser corrupto un rico metido a política si ya es rico. Su poco concreto programa se parece más al de un cowboy vengativo fuera de tiempo que al de un político, sin embargo.

Promete "armas para todos" contra la delincuencia. Es un recuerdo doloroso hacia ese Brasil que hace décadas dejaba datos como 445 niños y adolescentes asesinados en las calles de Río -solo de Río- en 1990 por los escuadrones de la muerte. Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, el 63% de los niños de entre 9 y 12 años que morían en el país lo hacían asesinados. Un 80% de la población reclusa tenía entre 18 y 25 años.

También diagnostica que la dictadura militar brasileña fue inefectiva porque tenía que haber torturado menos y haber matado más. Una de las supervivientes fue la propia Rousseff y más de la mitad de votantes de Bolsonaro, según las encuestas, son menores de 34 años y no conocieron esa época.

El exparacaidista tuvo que indemnizar a una diputada a la que le dijo, como suena, que no la violaría por fea.

Y decreta "el fin de lo políticamente correcto". Hace menos de un mes, decenas de personas acusaban a la feminista Judith Butler de promover la pedofilia y la zoofilia y estuvieron a punto de agredirla. "Quememos a la bruja", gritaban. Brasil, 2018, siglo XXI.

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