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Opinión
Así ha cambiado el coronavirus nuestra relación con la muerte
Sin posibilidad de acompañar ni antes ni durante la enfermedad. Sin poder hacer un ritual de despedida. Asumir el duelo en confinamiento. La muerte sigue entre nosotros pero hay que afrontarla de otra manera
En Tana Toraja, al oeste de Indonesia, la gente ha aprendido a convivir durante muchos años con los muertos. Según su religión, en el tiempo que pasa entre el fallecimiento de alguien y su funeral pueden haber hasta siete años. La familia sigue durmiendo con el muerto cada noche y, por la mañana, lo visten y y lo sientan en la mesa del comedor durante todo el día. Se le ofrece comida, se habla con él y hasta se le da de fumar si así lo hizo mientras vivía. Durante todo este tiempo el cadáver se va momificando y tienen que pasar una serie de innumerables rituales hasta que se le coloca en el ataúd y se le despide, hasta nuevo aviso. Puede ser perfectamente que después de ser colocado en su casa féretro el cadáver quiera ser recuperado y visto por alguno de lo familiares, con lo que, tres años después, se le saca de nuevo de la caja y se presenta al pueblo como si fuera uno más.
Esta peculiar forma de relacionarse con la muerte nos la explica la youtuber Caitlin Doughty, activista tanatopractora que en 2011 fundó el colectivo “The Order of the Good Death”, impulsando el movimiento de la muerte positiva. Lo que nos demuestra la anécdota es que existen muchas formas de morir y de convivir con la muerte. En el libro se describen rituales de paso y acompañamiento de diferentes culturas: mexicana, española, india, japonesa, boliviana, californiana. Todas ellas con un tema en común: como honrar a los muertos para que su relación con los vivos siga siendo fructífera.
La crisis del coronavirus representa una alteración de todas las prácticas funerarias conocidas hasta el momento. El cadáver, al ser un cuerpo aún “en riesgo”, no ha podido ser acompañado durante su enfermedad, ni velado durante su agonía, cosa que hace también que el duelo comunitario al que estemos acostumbrados también se haya desecho. Cada uno se despide como puede en la soledad de su casa, de una persona con la que ha convivido toda su vida, incapaz de abrazar a la familia o amigos, a causa de la peligrosidad médica que supone.
Tal y como nos recuerda la Osasu Mentalaren Elkartea, asociación de salud mental del País Vasco en España, el duelo consta de cinco fases: negación, enfado, negociación, dolor o depresión y aceptación, y es en ésta última que te despides de la persona fallecida recolocándole en tu vida en un nuevo lugar, con la consciencia de que ya no podrás hablar con ella. En una situación normal, estos pasos se dan poco a poco y son acompañados colectivamente por quienes quisieron a la persona fallecida, encontrando las fuerzas entre todos para seguir honrándola. Sin embargo la pandemia nos ha colocado en una situación inédita: cada uno debe tratar su dolor de manera individual.
Acompañando la explosión comunicativa a través de tecnologías varias de estos días, han aparecido algunas estrategias inventadas sobre la marcha para hacer de este trance un momento más llevadero: la funeraria de Madrid, por ejemplo, ofrece ceremonias religiosas y funerales online para quienes lo necesiten. Pero estoy seguro de que los usuarios, pese a encontrar consuelo, se han sentido extraños viendo por YouTube como se despedía a sus familiares.
Guillermo Mattioli, decano del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña señaló recientemente algunas de las dificultades que supone no poder afrontar el duelo colectivamente: “la prohibición de celebrar los ritos habituales agrava muchísimo la situación. En un duelo normal, la sensación de vacío te queda y tu mapa mental del mundo tiene un agujero, pero se va llenando de memorias, recuerdos e historias. Ahora, esta sensación es mayor, porque no se puede llenar con la presencia de otros ni con la despedida tal y como esperamos tenerla”.
El rostro del otro, la mano que te consuela y el llanto en común nos han servido como especie para integrar de manera natural un proceso que muchas veces nos parece increíble. Pero ahora mismo nada de eso es posible. Existe pues una doble sensación de falta, la de la persona fallecida y la de no poder salir de casa, que ha alterado enormemente nuestra relación con la muerte.
Es importante, sin embargo, saber adaptarnos también a esta situación en situaciones extremas. El peligro de cronificar el duelo es grande y los muertos están ahí para ser honrados, no para que nos persigan en nuestros sueños por no haber podido despedirnos adecuadamente de ellos. Quizás es por ello que cuando salgamos del confinamiento, me decía la presidenta al Comité de Ética de Servicios Sociales Begoña Román en una de tantas conversaciones por videocall que nos llenan el día durante este momento, es probable que tengamos que hacer algo tan contracultural en esta sociedad festiva y consumista en la que estamos instalados como manifestaciones comunitarias de tristeza. Será como si las ciudades se transformaran, por momentos, en pequeños pueblos donde todos los vecinos y vecinas salen a la calle a honrar la vida de quien nos ha dejado.
Las situaciones son infinitas y no es posible describirlas todas en un artículo: había gente que ya estaba en duelo cuando empezó la pandemia y éste se vio bruscamente interrumpido, personas que no han podido hablar por última vez con ese ser querido porque hacía tiempo que vivían en el extranjero y la pandemia los ha encerrado fuera de casa, hay otros que sí que han podido despedirse, eso sí, rodeados de guantes, gorros, mascarillas y gel antiséptico por todas partes; todos ellos han sentido que algo se les hacía extraño. Cambiar de hábitos ya es difícil, como para que no lo sea enfrentarse a la muerte en estos momentos.
Así que urgen estrategias para aliviar el dolor, el estrés y la fatiga por compasión que tanto atenaza las emociones de quienes se sienten atrapados en casa con un dolor tan difícil de procesar.
Si bien es cierto que, como nos muestra el libro de Doughty, todas las culturas tienen formas distintas de relacionarse con la muerte, de lo que hablamos aquí es de un esfuerzo planetario por ajustar nuestro sentir a las exigencias de un virus que aún no conocemos. Por suerte, el virus pasará, pero lamentablemente dejará muchos muertos a su paso. Quizás sea un buen momento para buscar dentro de nosotros la fuerza que hace falta para planear un momento de gozo en la tristeza cuando acabe todo esto, pero esta vez sí, acompañados de quienes más queremos, para honrar así la memoria y la sangre de aquellos que siguen vivos en nuestras venas.
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