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Izquierda Unida acaba de expulsar al Partido Feminista de España por sus declaraciones sobre los derechos de las personas transgénero.
27 Febrero 2020 17:08
Un remolino viene azuzando las redes estos días en España a propósito de la expulsión del Partido Feminista de España (PFE) de las filas de Izquierda Unida (IU), actualmente en el ejecutivo español, a causa de una propuesta de regulación de los derechos de las personas trans. La guerra está abierta y no parece que ninguno de los colectivos quiera dar un paso atrás.
De buenas a primeras no parece razonable sacarse de encima tantos años de lucha feminista, sobre todo cuando queda tanto trabajo por hacer en lo que se refiere al reconocimiento de las mujeres en su lucha por la igualdad frente a los hombres. Sin embargo, las posturas esgrimidas han sido tan agresivas en sus formas, tanto por parte del Partido Feminista, que representa una parte muy concreta del feminismo español, como de algunos sectores del colectivo LGTBIQ+, tan diverso como sus siglas expresa, que parece imposible plantear cualquier tipo de dialogo entre ellas.
La noticia entristece sino fuera porque abre de par en par una de las preguntas más importantes a las que se enfrenta el feminismo en la actualidad: ¿cómo incluir dentro de las reivindicaciones feministas elementos que se refieren a otros colectivos aparentemente no vinculados directamente a las mujeres?
Desde que Judith Butler le diera la vuelta completamente al enfoque de los estudios de género parece que vivimos en una confusión (buscada) que no nos permite encontrar elementos comunes de reivindicación. Mientras tanto, las trincheras se hacen cada vez más profundas.
Trincheras como la que viene cavando desde hace un tiempo Lidia Falcón, cabeza visible del PFE, quien el pasado diciembre publicó un comunicado en el que arremetía durísimamente en contra de la propuesta de ley que reconoce y protege a la personas trans, acusando a la coalición morada de invisibilizar a las mujeres, desplazar la teoría feminista hacia los postulados de la teoría queer y favorecer, de paso, los intereses del “lobby gay” en lo que se refiere, por ejemplo, a los vientres de alquiler.
IU interpretó este comunicado como un ataque directo a las directrices del partido y, después de invitar al PFE a rectificar sus postulados, expulsó a la formación feminista de sus filas al no cumplir con la tarea.
Podríamos ahora limitarnos a recoger las diferentes reacciones que ha provocado dicha declaración pero, la verdad, de poco serviría. En mi opinión, estamos ante una disputa de consecuencias muy profundas. Así que vale la pena plantear de manera sosegada el debate, no fuera que la izquierda perdiese, a causa de tanto exabrupto, a uno de sus principales activos, la lucha feminista.
¿Qué preocupa al Partido Feminista? Perder el foco. Según éste, las siglas LGTBIQ+ no deberían ensombrecer la oposición frontal que se ha hecho durante tanto tiempo contra una idea de mujer entendida como objeto instrumentalizado al servicio de la explotación patriarcal. Algo con lo que cualquiera estaría de acuerdo.
¿Qué dice, en cambio, la proposición de ley que tanto revuelo ha causado? El texto propone “un sujeto de derecho trans plural y abierto desde una visión no patológica, no binaria y no reduccionista de sus identidades, su corporalidad y el libre desarrollo de su personalidad”. ¿Reconocer la realidad de quién se siente así, nos convierte a todxs en personas trans por el resto de nuestros días? Claro que no. Sabemos lo duro que es asumir ciertas identidades, ¿por qué no defenderlas?
Ambas posturas no parecen en absoluto incompatibles. Ni la teoría queer vacía de sentido la idea de mujer asociada a un cuerpo concreto, más bien la completa, ni el feminismo impide desarrollar nuevas formas de identidad asociadas a un género con el que cualquiera puede identificarse, sino que las reconoce a su lado y las afirma.
Hace falta crear un espacio donde estas ideas puedan ponerse en discusión, claro que sí, pero tan cierto es que “las mujeres de los barrios, villas y asentamientos son las que desaparecen y a las que el Estado no busca ni protege”, como que el colectivo transgénero presenta unas cifras de paro absolutamente inaceptables, aproximadamente del 85%.
Los números hablan por sí mismos. En 2018 Naciones Unidas publicó un informe que afirma que cada día un promedio de 137 mujeres alrededor del mundo mueren a manos de su pareja o de un miembro de su familia. Por su parte, según el informe de la FELGTB, La cara oculta de la violencia hacia el colectivo LGTBI, en 2017 se registraron, solo en España, un total de 623 incidentes de odio contra personas en base a su orientación sexual o identidad de género.
A lo que yo me pregunto, ¿de qué va esta disputa, de ver quién tiene más muertes en sus filas? Ni el feminismo debería renunciar a poner el foco en un problema como es la violencia contra las mujeres, sí, específicamente contra ellas, ni los colectivos LGTBIQ+ deberían dejar de hacer lobby, en el buen sentido, para conseguir que la ley reconozca la asombrosa paleta identitaria de la que afortunadamente, aunque más lento de lo que nos gustaría, gozamos.
Quizás ya va siendo hora de afirmar que la mujer no es el sujeto exclusivo del feminismo, como tampoco la lucha contra la LGTBfobia es la propietaria de cualquier tipo de reivindicación asociada a las identidades sexuales. La vida es cuerpo. Y el cuerpo sufre. Aunque a veces no sepamos ni por qué lo hace. Ello nos obliga a abrir el foco y situarnos, desde la pansororidad, del lado de cualquiera que sufra los violentos latigazos de un sistema poco proclive a la diferencia. Ese es el verdadero enemigo. Los niños de azul, las mujeres de rosa, los gays y las lesbianas en la cabalgata, las trans sin ser escuchadas.
Lo que nos recuerda esta disputa es que dos enormes transatlánticos, cuando chocan, provocan un oleaje lo suficientemente intenso como para que ambos se desvíen de la dirección correcta. La cosa es si serán capaces de ponerse en algún momento a remar en la misma dirección. De lo que no tengo ninguna duda. Pero para ello habría que aclarar ciertas preguntas que, sin ánimo de ser exhaustivo, me atrevo a recuperar aquí.
Empiezo por las más delicadas, ¿sigue siendo la mujer el sujeto exclusivo del feminismo? Y desde el otro lado de la disputa, ¿son las siglas LGTBIQ+ un triunfo del liberalismo capaz de mercadear con cualquier tipo de identidad?
Ahora cerrando un poco más el foco, ¿pueden los intereses de un colectivo concreto modificar los derechos de la mujer en casos, por ejemplo, como el de la gestación subrogada? Y desde la otra parte de la ecuación, ¿puede el feminismo dejar atrás una realidad tan dramática como la que sufren en muchos casos las personas trans y no luchar por erradicarla?
Existen decenas de tesis doctorales sobre feminismo y estudios de género que intentan desentrañar algunas de estas preguntas. Así que me limitaré a señalar algo que me parece que debería estar en la base de todas esas respuestas, la escucha. Y lo haré de la mano de Hans-Georg Gadamer:
“Quien escucha al otro, escucha siempre a alguien que tiene su propio horizonte. Ocurre entre tú y yo la misma cosa que entre los pueblos o entre los círculos culturales y comunidades religiosas. Por doquier nos enfrentamos al mismo problema: debemos aprender que escuchando al otro se abre el verdadero camino en el que se forma la solidaridad”.
Ni insultos, ni reprimendas, y mucho menos amenazas o cazas de brujas ayudarán a construir la solidaridad que tanto necesitamos. El feminismo tiene su pasado y sería una irresponsabilidad total poner en juego su futuro. Pero también el colectivo LGTBIQ+ lleva décadas luchando. Así que unámonos.
Como dice Rita Segato, “el cruce entre el pensamiento decolonial y la crítica del patriarcado es probablemente la más creativa y sofisticada de las contribuciones del feminismo contemporáneo”. ¿No son éstos objetivos compartidos por ambos movimientos de liberación? Pues eso. No hay tiempo que perder. Y menos peleando.
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