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Vida de ‘swinger’: relaciones abiertas en países cerrados

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06 Septiembre 2019 18:36

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Separando el lavado del planchado

Conocí a una pareja en relación abierta y aficionada al swinging. No puedo decir sus nombres, así que los llamaré Adán y Eva. En estos tiempos en que el amor y el placer parecen cada vez más harinas de diferente costal, quería descubrir si vale la pena estar en una relación que permita acostarse con otras personas o si, por el contrario, es mejor reciclar la rutina de siempre con la misma persona.

Adán y Eva no tienen nada especial. Digo, no es como que los ves en la fila de las palomitas antes de entrar a ver en 3D Mi Pobre Angelito 7: La Venganza y pienses “éstos han de ser swingers”. Él es alto, canoso y guapo nivel “te cuerneo cuando sea”, y ella se ve como la típica mamá de un par de chiquillos que juegan en el arenero de su club social deportivo entre mocos, babas y gritos de otros niños y sus nanas. Son como cualquier otra pareja, solo que ellos optaron por separar el lavado del planchado.

El principio de la entrevista fue difícil, ya que todos sabíamos a lo que íbamos. Sin embargo, para la segunda chela, las bocas se soltaron y caímos en una familiaridad etílica llena de bromas, albures y verdades.

Ella fue la que propuso un intercambio de parejas. ¿Será que la heteronormatividad es el principal enemigo de las relaciones, convirtiendo a los hombres en máquinas de sexo mediocre y a las mujeres en reprimidas emocionales, entre otras cosas? Parece que sí, porque nos contaron que su relación empezó a deteriorarse después de que la etapa de enamoramiento había pasado, dejando un castillo de naipes tambaleándose en medio de un valle estéril. Ni el cuento de “felices para siempre” ni los regalos del 14 de febrero tenían la fuerza suficiente para detener lo inevitable. Entonces, cansados de pasar por una miríada de psicólogos, sacerdotes, videntes, temazcales y un maratón de películas románticas protagonizadas por exmiembros del Club De Amigos Del Ratón Miguelito, a ella se le ocurrió la idea de ir a “una de esas fiestas”.

Obviamente, a él le pareció una locura.

Preguntas como “¿qué le pasa?”, “¿no soy suficiente?” o “¿por qué mejor no nos divorciamos y ya?” inundaron la mente de nuestro atormentado Adán. Sin embargo, la esperanza es cabrona y como no tenían nada qué perder, decidieron intentarlo.

Y les funcionó. Salvaron su relación.

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Todo indicaba que habíamos encontrado la lámpara mágica de las relaciones, cuando me dijeron que la cosa no era tan fácil: al tratarse de intercambios de pareja, el drama se multiplicaba por dos.

Nos contaron de una pareja con la que habían tenido tan buena química que casi, casi los hace pensar en una relación de cuatro. Todos se caían bien. Había un montón de temas en común. El sexo era increíble y todos masticaban con la boca cerrada y tenían sus uñas bien cortadas. Sin embargo, cuando Adán y Eva comentaron casualmente que otra pareja se les hacía interesante, sus cuartos de naranja les hicieron un berrinche de escuincle de secundaria por andar sabroseándose a otros y el chistecito se acabó.

GettyImages-119679123 "OK,entonces,¿quién va primero?"

Nos contaron también de una vez que abrieron Tinder y encontraron a un jovencito bien parecido que venía de Holanda. Empezaron a platicar y después de mucho ji-ji-ji ja-ja-ja, acabó metido en las sábanas. Todo muy bien, todo muy lindo, tenían un nuevo amigo y siguieron frecuentándolo hasta que, un día, Eva le contó a Adán que el mendigo holandés le mandaba mensajes "fuera de lo normal".

Básicamente, le estaba tirando el pedo, buscando pasar del plano meramente físico al emocional.

Ambos decidieron expatriar a Holanda de su cama.

Nos cerraron el bar, así que continuamos la entrevista en su casa. Al entrar, les pregunté si sus vecinos sabían de su relación. Me dijeron que no. Volví a preguntar si creían que los vecinos podrían sospechar algo al ver frecuentemente parejas entrando y saliendo los fines de semana, a lo que contestaron que todas las parejas se juntan con otras parejas a cenar y/o ver el partido del Atlas (es evidente su ignorancia en lo que respecta al futbol). Una vez más, les pregunté qué pasaría si un vecino los cachaba, pero ninguno contestó. Su relación era de clóset: ni familia ni amigos ni vecinos ni el mismísimo Gran Hermano tenían por qué enterarse de lo que pasaba entre ellos.

Obviamente, nadie vería con buenos ojos una relación abierta en México. Para el común de la gente, cualquier persona que se salga de la norma y juegue diferente a lo establecido, debe ser quemado en la hoguera. Lo desconocido asusta y, en un mundo en el que estamos acostumbrados a catalogar cosas y personas en “malo” o “bueno”, apenas hay lugar para lo diferente.

Seguimos platicando hasta que los bostezos de Eva hicieron que me diera cuenta de la hora. Les pedí una conclusión para acabar, pero no me la dieron. No porque tuvieran sueño o estuvieran hartos de mis preguntas, sino porque en realidad no había una conclusión.

Cada quien es libre de hacer con su cuerpo lo que quiera y no importa si estás en la mejor o peor relación: las decisiones de pareja se toman entre dos. Que a ellos les funcionara una relación abierta no quiere decir que esa sea la solución a una relación disfuncional o aburrida. Nada es norma. Quizá los dos se sentían atraídos por explorar su sexualidad de otras formas, pero nunca tuvieron la valentía de decir lo que realmente sentían dentro de la pareja. Quién sabe. Qué importa.

Cada quien sus asuntos.

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