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Lit
"Fascista y macho son para mi sinónimos".
18 Diciembre 2018 16:09
"Fascista y macho son para mi sinónimos". Quien dispara es Nati, una de las cuatro protagonistas de Lectura fácil, la novela con la que Cristina Morales ha ganado el Premio Herralde de Novela. Nati enuncia esta conclusión durante una clase de baile, en la que un alumno, que "es un hombre pero sobre todo un macho, un demostrador constante de su hombredad" se decide a corregirla sin miramientos, voluntarioso, condescendiente. "Va vestido con descoloridos colorines, mal afeitado, con el pelo largo y la apelación a la comunidad y a la cultura siempre a punto. O sea, un fascista".
La identidad entre macho y fascista no es para Nati —y tampoco para Cristina Morales— un silogismo excepcional, reservado para nostálgicos del franquismo y ultraderechistas de estética paramilitar. Bien al contrario, es una sinonimia que agota casi todos los recovecos de la masculinidad y se extiende desde el comunista libertario que suelta un "puta" en una asamblea hasta al intachable funcionario, que apela a la ciudadanía, a la libertad de expresión, al espíritu democrático.
Sin embargo, el bicondicional fascista/macho no funciona en ambas direcciones: todos los machos son fascistas, sí, pero no todos los fascistas son necesariamente machos. El fascismo desborda lo macho, y hace metástasis en el lenguaje, en las costumbres y especialmente a las instituciones, que a través de los ojos de las protagonistas descubrimos que son siempre —y casi por definición— instrumentos de opresión y normalización. Es sobre este fascismo, sobre esta ideología que encubre el hecho que los intereses de los dominadores no son nunca los mismos que los intereses de los dominados, que Cristina Morales construye un artefacto narrativo y político impresionante.
Empiezas el libro a carcajadas. La potencia destructiva de la primera persona te sacude durante 40 páginas, en las que te topas con una inteligencia inusitada, tan lúcida como violenta, capaz de sistematizar en unos pocos párrafos cómo el silencio se utiliza como instrumento patriarcal de exclusión y sometimiento. Es Nati quien habla. Está relatando el desenlace de la escena de baile con el macho:
"Después ocurrió lo de siempre en estos casos: el macho te dice que estás loca y que no tienes educación y las hembras te agarran amorosamente los hombres y te dicen que no te pongas nerviosa. Entonces tú te las sacudes y respondes que no estás ni nerviosa ni loca y que la educación no te hace falta para nada, que lo que estás es harta de que se le rían las gracias machas al macho y de que ninguna se dé por aludida. Todas te acusan en silencio de haber reventado la clase. Todas conduelen en silencio al macho por los excesos sufridos por tu culpa. Esperas la complicidad de alguna hembra pero solo encuentras miradas bajas, incluida la de Eleonora Stumpo. Cuando se te saltan las lágrimas, todas lo toman por arrepentimiento o por estallido de los nervios crispados a causa de dios sabe qué íntimos conflictos personales que a ellas les ha tocado pagar esa mañana sin comerlo ni beberlo. Ninguna lo toma por rabia o por frustración o por humillación inmediatas e inmanentes a esa mañana, a esa clase de danza y a ellas mismas".
Pero poco después descubres que Nati no es la única narradora. Tampoco la única protagonista. Paulatinamente aparecen sus parientas: Marga, Patri y Àngels. Todas ellas han sido clasificadas por la administración pública catalana y el sistema judicial estatal como personas con "diversidad funcional", "discapacitadas intelectuales". Durante años han vivido recluidas en residencias especializadas, y ahora comparten un piso tutelado en Barcelona. Todos sus movimientos, deseos y acciones son disciplinados, vigilados y normalizados como condición indispensable de su libertad condicional.
Lectura fácil se convierte entonces en una novela coral, rota en cuatro perspectivas distintas —que se enuncian desde premisas formales diferentes: las actas de un ateneo anarquista, declaraciones judiciales y una novela escrita por partes en un grupo de WhatsApp—, cuyo punto ciego es el poder represor de la ideología que divide a las personas entre normales y anormales, entre ciudadanos y monstruos, entre chicas sanas y peligrosas dementes. Sin embargo, lejos de articular un discurso antipsiquiátrico al uso, repitiendo las manidas críticas a la medicina mental que hicieran autores como Thomas Szasz y Michel Foucault, Cristina Morales parte de un anarcofeminismo radical mediante el que escenifica como nosotros, los lectores, también contribuimos activa y pasivamente a perpetuar ese poder represor, a blanquear y naturalizar el fascismo cotidiano.
La risa se convierte lentamente en una incomodidad, porque sentimos que ese macho fascista contra el que disparaba Nati al principio de la novela somos precisamente nosotros. Que lo somos cada vez que asumimos acríticamente y reproducimos el lenguaje disciplinario que incapacita a las protagonistas; que lo somos cuando aceptamos el marco de la superación personal y la "lucha contra su discapacidad" para hablar de ellas; que lo somos en todos los momentos en el que nuestro silencio e indiferencia se convierte en una agresión hacia las mujeres.
La novela va mutando a medida que avanza la lectura, y la cuádruple estructura que había solidificado a lo largo de 200 páginas se va deconstruyendo hacia el final —con un fanzine mediante— para fundir las cuatro perspectivas de la historia en un clímax final. La novela implosiona en ese punto ciego que es la ideología, y somos nosotros los que creemos que vamos a estallar.
"La crítica no debe ser constructiva, debe ser destructiva", explicaba Cristina Morales en una entrevista sobre Lectura fácil. "No sé si lo he conseguido, pero en la novela no quiero proponer reformas, todo lo contrario, quiero destruir lo que existe. [...] Eso de alerta fascista es un simbolismo, no tiene ningún contenido. Es como lo del dique de contención. Aquí tiene que haber una pira".
Una pira que tiene que empezar con las listas de "los mejores del año", porque independientemente de si Lectura fácil es o no es "la mejor novela de 2018", está claro es que el libro es una bomba y una invitación, una herramienta politizadora que no tiene nada que ver con cualquier otra cosa que se haya publicado. Quemad todas las listas: este diciembre ha llegado Cristina Morales.
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