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Hoy se cumplen 50 años del asesinato del reverendo en Memphis
04 Abril 2018 09:08
Cincuenta años después del asesinato de Martin Luther King, sería inútil mirar al pasado y decir que nada ha cambiado. Pero también lo sería ignorar que son muchos los que piensan, todavía hoy, que nada necesita cambiar.
En un texto escrito pocos días antes de su muerte, King llamó a este recelo conformista "la ilusión de los condenados". Creía que la rebelión negra era inevitable, pero se quejaba de la persistente cegera que impregnaba gran parte del tejido social. Eran los primeros días de abril de 1968, y el reverendo estaba exhausto.
La presión sobre su figura se había intensificado después de que las manifestaciones organizadas por los sindicatos de trabajadores en Memphis terminaran en disturbios. La criminalización del movimiento por los derechos civiles era un peligro constante, y King se encontraba doblemente expuesto: el hostigamiento y las amenazas de muerte iban en aumento. La gira por Estados Unidos que había empezado con motivo de la Campaña de los Pobres —cuyo objetivo era movilizar grandes masas para exigir una reducción de la desigualdad, creación de puestos de trabajo, una renta mínima y alquileres bajos— no estaba yendo como se esperaba.
"No estoy triste porque los negros estadounidenses se estén rebelando", escribía, pero en sus palabras percibimos la amargura queda de quien sabe que las cosas no van bien. "Quizá tenemos que reconocer que el día de la violencia ha llegado, y quizá tenemos que retirarnos y dejar que la violencia siga su curso. La nación no va a escuchar nuestra voz, quizá prestará atención a la voz de la violencia."
Es fácil imaginar que, cuando los empleados negros del servicio público de limpieza le pidieron que intercediera en su favor, King viera en ello una oportunidad para cerrar la gira con una nota positiva. Se trataba una protesta menor: a diferencia de los trabajadores blancos, ellos no habían cobrado unas horas de trabajo suspendidas. Así, en contra de los consejos de sus acompañantes y amigos, King decidió cancelar su regreso a Washington, programado para la mañana siguiente.
Dadas las circunstancias, muchos esperaban que el reverendo pusiera el piloto automático y ofreciera un discurso sencillo, efectivo y corto. Pero hacia al final de su alegato, el torrente verbal desbordó por mucho la retórica laboral y el predicador eclipsó al activista. Sabiendo como sabemos hoy que este sería su último discurso, tanto el tono como el como el sentido de sus palabras resultan extrañamente proféticos. Era la primera vez que mencionaba en público las amenazas a las que se veía diariamente expuesto. Ya no hablaba del futuro, hablaba desde el futuro, y el balance sonaba a despedida.
"No sé lo que va a suceder ahora. Nos esperan días difíciles. Pero eso ahora no me importa, porque he estado en la cumbre de la montaña. Como a cualquiera, me gustaría tener una vida larga. La longevidad es importante, pero eso ahora no me preocupa. Sólo quiero hacer la voluntad de Dios. Y Él me ha permitido subir a la cima de la montaña. He mirado a lo lejos y he visto la tierra prometida. Quizá no llegue allí con vosotros. Pero quiero que sepáis esta noche que nosotros, como pueblo, alcanzaremos la tierra prometida. Así que esta noche estoy feliz. No estoy preocupado por nada, no le temo a ningún hombre, ¡mis ojos han contemplado la gloria de la llegada del Señor!”
Tras esta última exclamación, el reverendo se desplomó. Su cansancio era tan atroz que ni tan sólo podía sostenerse en pie. Era una conclusión terrible y heroica: a la mañana siguiente, el 4 de abril de 1968, Martin Luther King sería asesinado.
En un volumen de casi 800 páginas, James M. Washington recogió los discursos, entrevistas, notas y escritos autobiográficos en los que Martin Luther King reflexionaba sobre temas centrales de su lucha como la no violencia, las políticas sociales, la integración el nacionalismo negro o la ética del amor. Lo tituló Un testamento de esperanza.
"La revolución negra", escribió en uno de sus últimos textos, "es mucho más que una lucha por los derechos de los negros. Consiste en forzar a Estados Unidos a enfrentar todos sus errores interrelacionados —racismo, pobreza, militarismo y materialismo—. Es exponer los males que están enraizados profundamente en la estructura global de nuestra sociedad".
Hoy, en el aniversario de su muerte, nos vemos obligados a preguntarnos si esa esperanza era infundada, especialmente cuando sus palabras resuenan tan actuales. Apenas 15 días después del asesinato de Stephon Clark, el jovén afroamericano que fue tiroteado por la policía de Sacramento, el optimismo resulta imposible. No podemos sino repetir las palabras del propio King: "Estados Unidos no ha cambiado aún [...] Estados Unidos debe cambiar".
Este mismo balance negativo y cansado, sin embargo, fue el que ese 3 de abril animó a Martin Luther King a quedarse en Memphis un día más, salir al estrado y defender la causa más nimia. También él sabía que estábamos mejor que antes, pero ni mucho menos bien. Fue esta necesidad —combatir la ilusión de los condenados— la que motivó uno de sus discurso más importantes, quizá incluso más que el famoso "I have a dream", porque el suyo nunca fue un testamento para la esperanza, una promesa fácil y autcomplaciente: era un testamento de esperanza.
La lucha siempre fue el mensaje.
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