Gracias a la viralización de estas imágenes, el raptor acabó entregándose a la policía
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La violencia contra los menores es una lacra mundial. En las distintas civilizaciones y sociedades, elementos fuera de la ley intentan aprovecharse y dañar a menores en distintas y retorcidas formas. Nunca se está bastante alerta.
El vídeo que nos ocupa muestra cómo un niño chino de seis años, de nombre Xiao Long, es abducido por un hombre que rondaba la zona en la que unos pequeños jugaban en una calle de la ciudad de Kunming, en la provincia china de Yunnan. Se aproxima a él, le habla, le acaricia la cabeza. Trata de ganarse su confianza en pocos segundos. Luego lo levanta del suelo y se lo pone al hombro como si fuera un saco de patatas y se lo lleva.
La historia, ya de por sí terrible, empeora si pensamos que su padre estaba tan solo a diez metros de distancia, trabajando en un puesto de venta de fruta y que no se dio cuenta de lo que ocurría y del peligro que corría su hijo. Es casi imposible mantener seguros todo el tiempo, en cualquier sociedad, a los niños.
La única parte buena de la historia es que toda la secuencia de los hechos fue grabada por cámaras de seguridad y la búsqueda se puso en marcha. Esta caza del hombre probablemente influyera en que el secuestrador, que había sido fácilmente identificado —pero del que solo se ha proporcionado públicamente el nombre de Liu y su edad, 53 años—, decidiera devolver al niño y entregarse a la policía en Baoshan, a casi 500 kilómetros del lugar del rapto.
Lógicamente, hay preocupación por el trato sufrido por el crío durante su secuestro. El perpetrador afirma que para mantenerlo tranquilo estuvo simplemente leyéndole y jugando con él. Por inocente que pretenda parecer ahora en su actitud, se llevó al niño y eso le hará enfrentarse a una sentencia de cinco años de cárcel.
El crío ha aparecido junto a sus padres ante las cámaras de prensa. Sonriente (y pixelado) y sin traumas aparentes. Pero esto no deja de ser una historia de terror y no sabemos cómo le marcará en el futuro. Para los padres —para cualquier padre en cualquier rincón del mundo— no hay historia de horror que supere a la desaparición, por dos días o dos horas, de un hijo al que además sabes en manos de un desconocido.