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Artículo El hijo de Woody Allen y Mia Farrow defiende a su padre de las acusaciones de abusos sexuales Culture

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El hijo de Woody Allen y Mia Farrow defiende a su padre de las acusaciones de abusos sexuales

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Moses Farrow no está descabalgando #MeToo: sólo intenta sacarlo de su ecuación familiar

V.P.

24 Mayo 2018 18:06

Moses relata cómo su madre arrastraba a sus hermanos, algunos ciegos, algunos discapacitados, escaleras arriba. Cómo los encerraba en armarios, en el mejor de los casos. En el peor, como a Thadeus, en un cobertizo de jardín, en el que lo tuvo toda una noche como castigo. Thadeus, enfermo de polio, se terminaría suicidando con una pistola. a menos de diez metros de la que había sido su casa familiar. La casa de Mia Farrow.

Moses relata, porque lo de Moses es un relato. Uno en guerra, contra este otro: “Me llevó al ático”, recordaba la hermana de Moses, Dylan, durante una entrevista. “Me mandó que me tumbara bocabajo y que jugase con el trenecito de mi hermano... Mientras yo jugaba, me agredió sexualmente... Con 7 años, te habría dicho que había tocado mis partes íntimas. Con 32, puedo decirte que Woody Allen me tocó vulva y labios vaginales con su dedo”.

En un extenso post publicado en su blog, el hijo adoptivo de Woody Allen y Mia Farrow da contrarréplica a la historia de Dylan, saliendo en defensa de su padre y arremetiendo contra su madre, bajo el techo de la cual, asegura, vivió un infierno doméstico: las historias de humillación pública, manipulación malsana y maltrato físico se suceden línea a línea, a la vez que el bodycount aumenta —su hermanastro Tam, de que insinúa un suicidio con pastillas, o su hermanastra Lark, drogodependiente y muerta a los 35 años víctima de SIDA.

La artillería pesada, sin embargo, no necesita responso alguno: “No había ningún tren en el ático”, escribe Moses, contradiciendo a Dylan. “De hecho, no había manera de que ningún niño jugase allí, ni aún queriendo. Era una estancia a medio hacer, con techos muy bajos, con clavos y suelos levantados, rollos de fibra de vidrio, trampas para ratones, excrementos, bolas de naftalina, baúles llenos de ropa de segunda mano y viejos armarios de mi madre”.

Moses hace un repaso minucioso de día al que se ha remontó Dylan para señalar a Allen como depredador sexual. Él, que tenía 14 años y entonces se encontraba en casa, promete que, logísticamente, era imposible que algo así pasara. “Dylan estuvo sola con Woody numerosas veces sin que ocurriera nada y, hemos de creer, éste decidió convertirse, a sus 56 años, en un pederasta, estando además dentro de una casa llena de gente”, dice, de una jornada dónde se congregaron en casa de Farrow hasta tres adultos y hasta seis niños.

Apuntalando la versión que Allen viene aportando sobre estos hechos, todo se trata de una maniobra de Mia Farrow para, a través de Dylan, vengarse del director por haber iniciado éste una relación con Soon-Yi, otra de sus hijas adoptivas. Pese el tono sereno, la defensa de Moses no es parcial: su análisis y visión de unos hechos muy concretos, defendidos todavía hoy por Dylan, se entrecruzan con escenas de un Allen afable y paternal, así como de algunas manchas lúgubres con las que cuenta el árbol genealógico de Mia Farrow.

Velocidad, panceta, un tío-abuelo por parte de madre en prisión por pedofilia. Como si eso legitimase otro abuso. Como si eso deslegitimase otro abuso.

“En la era de #MeToo, cuándo pesos pesados de cine se enfrentan a docenas de acusaciones, mi padre sólo planta cara a una, lanzada por una expareja airada durante las negociaciones por la custodia”, escribe Moses. La primera lectura invita al desaire. Huele a régimen. La segunda, a pensar si el cruce de acusaciones multilateral entre Allen, Mia, Moses, Dylan, incluso Ronan Farrow, no hará más mal que bien a un movimiento tan determinante en lo cultural y en lo social como es #MeToo.

Lo entonamos con ligereza, pero a veces lo olvidamos: el “yo sí te creo” supone un salto de fe. Fe en Dylan. Fe en Moses. Un proceso interno que te hace reflexionar sobre por qué alguien, sin serlo, querría o no permanecer como víctima en la memoria colectiva. Sobre si es más consistente pensar en Allen como depredador, que en su hija como una víctima de síndrome de Estocolmo materno-afectivo. Hacia un lado, hacia el otro, pero siempre un salto de fe. Una filiación que se mide según nuestra capacidad para imaginar (o no) la existencia de un tren de juguete.

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