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Artículo MIRA 2017: Cuatro días de inmersión en el paraíso del arte digital Culture

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MIRA 2017: Cuatro días de inmersión en el paraíso del arte digital

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Esto es lo que hemos experimentado en la séptima edición del festival MIRA de Barcelona

Franc Sayol

13 Noviembre 2017 17:09

“¿Qué preferirías, ser imbécil o parecer imbécil?”. La pregunta la lanza un doble de Sandro Rey desde el interior de una sala oscura y humeante en la que se decidirá si mereces ir al cielo o el infierno. Poco antes, podías cruzarte con el Sandro Rey real paseando por el recinto mientras te preguntabas por el significado de esos drones neones oscilantes de la instalación“Quantum Chromody” y dudabas entre sumergirte en la inmensa pantalla del escenario principal o los 32 altavoces de la 3D Sound Room. El MIRA, queda claro, es un festival de electrónica en el que ocurren cosas distintas.

Para cualquier aficionado a la electrónica el MIRA es un regalo. Un evento de agitación multisensorial cuyo primera victoria es saber aprovechar el eterno idilio entre sonidos electrónicos y espacios industriales. La antigua fábrica Fabra i Coats es uno de sus mayores activos, así como sus fechas otoñales y su formato comedido. Lo primero te ahorra el sudor, y lo segundo las aglomeraciones y la ansiedad de creer que siempre te estás perdiendo algo. En el MIRA todo es fácil.

Este año el festival ha contado por primera vez con un concierto inaugural. Y uno con un invitado de lujo: GAS. Desde 2016, Wolfgang Voigt ha multiplicado las apariciones en vivo de su proyecto de culto. Verle en directo ya no resulta tan excepcional como solía, pero poder hacerlo en un marco como la sala mediana del Auditori justificó de sobras el abandonar el sofá el primer martes realmente frío de la temporada.

Sabíamos lo que esperar, pero no por ello su show resultó menos fascinante. Una masa vaporosa de sonidos orquestales desgastados nos paseó por los rincones más abismales del ambient. Las imágenes de bosques tratadas digitalmente hasta la abstracción ofrecían el contrapunto perfecto para perderse en la inmensidad. Tanto de la música como de tus propias tensiones internas. Quizá faltó algo de volumen para que el viaje tuviera un componente más físico. Pero, en todo caso, tuvo la virtud de encapsular en una hora lo que se convertiría en el gran leitmotiv del festival: la inmersión.

La idea de inmersión también ha sido la razón de ser de la otra gran novedad de la edición de 2017: la 3D Sound Room, un nuevo escenario que busca presentar la música electrónica de baile con un sonido multidimensional que emana de 32 altavoces repartidos alrededor de la sala. La propuesta acabó quedando a medio camino, no porque el sonido no fuera bueno -de hecho era impecable- sino porque el efecto tridimensional acabó siendo más una pirueta puntual que no una experiencia sostenida. Aunque es cierto que el sábado el efecto inmersivo era más patente, probablemente faltó algo de rodaje y más colaboración con los artistas para poderle sacar el máximo partido.

Más allá de las cuestiones técnicas, la 3D Sound Room acogió algunas de las mejores actuaciones que pudieron verse en el festival. El viernes destacaron especialmente Toulouse Low Trax, quien armado con una MPC convierte sus directos en descargas de ritmos poliédricos con los que se alcanza una hipnosis primitiva y visceral, los rumanos Khidja, presentando la vertiente más techno, afilada y contundente de un sonido que navega entre lo industrial y lo oriental y el alemán Vril, adalid del sello de culto Giegling y poseedor de uno de los directos más inconmensurables del techno actual.

El sábado la propuesta ganadora fue la del dúo canadiense Essaie Pas. Marie Davidson y Pierre Guerineau sorprendieron con un directo que esquiva la vertiente synth-pop de su sonido para potenciar el músculo EBM y los ambientes tóxicos. Despacharon un sonido oscuro y amenazante, que se contrapone con el carisma lánguido de Davidson sobre el escenario. Más tarde, la propia Davidson explicaba que el directo está especialmente pensado para presentarlo en el Berghain, la gran meca del techno mundial. Todo entendido.

En la nave central de la fábrica, el escenario principal ofreció tres jornadas de lo que es la seña de identidad del festival: actuaciones de nombres punteros de la electrónica mundial con visuales -en muchos casos creados especialmente para la ocasión- proyectados en una inmensa pantalla de 42 m2.

El viernes, con una sala todavía a medio llenar, Suso Saiz recogía el guante de GAS para ofrecer un set de ambient altamente planeador, que invitaba a sentarse en el suelo, cerrar los ojos y dejarse llevar por los colchones sintéticos y los tonos de guitarra sostenidos por enjambres de delays infinitos. Algo parecido propuso Julianna Barwick y sus drones celestiales.

La actuación más esperada de ese día era la de James Holden, quién presentaba nuevo álbum y nueva banda, ambos con el mismo nombre: The Animal Spirits. Desde que se cansó de pinchar por clubes de medio mundo, el músico inglés se ha centrado en su banda de directo, que ahora ya alcanza los seis miembros. La experiencia es algo así como una jam de free-jazz guiada por sintetizadores modulares. Holden, sentado en el centro, ejerce de gurú, modulando la amalgama de percusión intricada, vientos que abrazan la cacofonía y secuencias sintéticas tan vivaces que casi pueden tocarse. Todo ello invita al trance espiritual, aunque en algunos momentos resulta un tanto caótico.

Si con Holden estuvimos cerca de la trascendencia cósmica, un par de horas antes The Bug nos había llevado por el camino de la distopía con su muro de distorsión, frecuencias graves que removían los intestinos y un volumen que ponía a prueba tanto la resistencia del sistema de sonido como de los tímpanos de los asistentes. Junto las actuaciones de Emptyset y la abrasión bailable de Powell, probablemente fueron los momentos más extremos de un festival que nunca ha dejado de lado las propuestas más desafiantes.

Para escapar de los excesos sensoriales, el MIRA Dome permitía un momento de desconexión e ingravidez. Convertida en un clásico del festival, la cúpula inmersiva proyecta imágenes en 360º que el espectador recibe completamente estirado en el suelo. Gracias a ello acabas por olvidarte de que estás viendo una pantalla y puedes perderte en las figuras abstractas y oníricas que proponían las distintas piezas de videoarte que se proyectaban. Sin duda, otra de las grandes experiencias del festival. Hubo que pasar algo de frío en la cola, pero valió la pena.

La actuación que más unanimidad despertó en esta edición fue la µ-ZIQ. Miembro de la santísima trinidad de la IDM británica junto a Aphex Twin y Luke Vibert, Paradinas lleva más de dos décadas instalado en la avanzadilla de la música electrónica. Su show fue, precisamente, un repaso transversal a todos los sonidos que ha cultivado durante su carrera. Desde los acentos pop de los compases iniciales de la actuación, a los breaks raveros pasando por la locura drill'n'bass o, claro, las melodías de júbilo naíf. La combinación de su bagaje, la maestría de la ejecución y la euforia inherente a las 23h de un sábado noche convirtieron su directo en el cenit del festival.

Tras µ-ZIQ, el MIRA se convirtió definitivamente en una rave. Una rave civilizada -no se vio ni un solo vaso en el suelo en todo el festival- pero que no da la espalda al instinto escapista en el corazón de cualquier evento electrónico. Tanto Paranoid London como I-F ofrecieron exactamente lo que se esperaba de ellos. El directo del dúo inglés con una descarga de acid house sin miramientos y la sesión del veterano DJ holandés su habitual mezcla de clásicos de Chicago, techno crudo y momentos de puños en alto y karaoke colectivo como el que provocó el imperecedero clásico italo-disco 'Take A Chance' de Mr Flagio.

Un fin de fiesta que puso el colofón hedonista a un festival que ha sabido encontrar el equilibrio entre innovación y diversión, experimentación y baile. Un evento que, en definitiva, sabe perfectamente lo que quiere ser y que queda año que ejecuta su visión con más eficiencia. Aunque nuestras respuestas al falso Sandro nos acabaron mandado al infierno, en su séptima edición queda claro que el MIRA está cómodamente instalado en el olimpo de los festivales más logrados del país.

Todas las fotos: Toni Rosado y Carol Xrln

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