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Artículo “Por poner un hotel de cinco estrellas no vamos a desaparecer”: las prostitutas del Raval también sufren la gentrificación Culture

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“Por poner un hotel de cinco estrellas no vamos a desaparecer”: las prostitutas del Raval también sufren la gentrificación

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Colectivos vecinales y trabajadoras sexuales denuncian que las medidas de 'limpieza' del Ayuntamiento solo provocan más precariedad

anna pacheco

20 Septiembre 2017 12:02

Imagen vía Getty

La semana pasada siete trabajadoras sexuales del Raval se quedaron sin lugar de trabajo. Una orden cívica del Ayuntamiento desalojó y precintó un burdel en el número 21 de la barcelonesa calle Robadors, epicentro de la prostitución en la ciudad condal y uno de los últimos reductos de lo que una vez fue el barrio chino. Las trabajadoras se encontraron, a la mañana siguiente, al llegar a su lugar de trabajo, con el apartamento tapiado y completamente vaciado. Nadie les había avisado del día concreto del desalojo, aunque la administración sí les reclamaba desde hace un año del cese de la actividad. Para el Ayuntamiento es innegociable que el piso pueda seguir operando sin licencia de actividad.

“Nos obligan a cerrar los pisos porque no tenemos licencia de actividad, pero para que eso ocurra primero tienen que reconocer la prostitución como actividad. Eso es una contradicción. Es el juego sucio de la administración”, denuncia Janete, portavoz del colectivo de Prostitutas Indignadas. “¿Qué hacemos? ¿Dónde trabajan ahora las chicas? ¿En la calle? ¿En un portal?”. Esta activista y trabajadora sexual, que vive en el Raval desde hace más de 20 años, denuncia que el cierre de los pisos de trabajo implica una desprotección para las trabajadoras que se ven forzadas a sobrepoblar el resto de pisos existentes. Actualmente, las trabajadoras sexuales del Raval tienen alquilados otros dos pisos más, que funcionan a modo de cooperativa, y cuyas habitaciones se distribuyen entre las trabajadoras para la práctica de sexo.

“Somos alrededor de cuarenta mujeres trabajando en Robadors. Si nos tenemos que repartir en solo dos pisos hacemos nuestro trabajo rápido y mal, sin cumplir con las condiciones higiénicas necesarias”, crítica. Este vídeo, difundido por el propio colectivo, pone en alerta a las autoridades de los riesgos que implica que las trabajadoras sexuales no dispongan, por ejemplo, de un bidé para limpiarse las zonas íntimas.

“Todo esto tiene mucho que ver con la gentrificación del barrio”, denuncia Janette. “Por un lado, se nos quiere expulsar y limpiar de las calles. Pero, por otro lado, tampoco se nos da una solución o alternativa para no estar en la calle. Nosotras solo queremos trabajar”. La portavoz del colectivo de Putas Indignadas persevera en la idea, además, de que en los últimos años se han instalado “nuevos vecinos” en el barrio que no comparten o conocen la identidad tan propia de Raval. “También se pensaron que por poner un hotel ahí al lado de lujo las prostitutas iban a desaparecer, pero eso es imposible”.

Algunos nuevos vecinos de Isla Robadors —la zona que comprende la citada calle, la plaza que rodea la nueva sede de la Filmoteca desde 2012 y la plaza Vázquez Montalbán—  “empezaron a vivir en un barrio sin conocerlo, engañados por la ordenanza cívica [de 2006] que les prometía ‘limpiar la zona’ e incluso comprando sobre plano y ahora se han encontrado con que la realidad no se corresponde con las promesas”, explica.

La activista y trabajadora sexual recuerda que el Raval es “un microclima, un barrio muy distinto a cualquier otro y con una individualidad particular. Aquí la vida se hace de puertas para afuera, no para adentro. Y hay gente que esto no lo entiende. Pero nosotros llevamos muchos años de convivencia pacífica”, asegura. Un rato después dos compañeras que miran el móvil sentadas en la acera la saludan y un hombre de unos sesenta años, vecino del barrio de toda la vida, le da una palmada en la espalda y le sonríe divertido. “¿Qué? ¿Cómo va todo?". El colectivo de trabajadoras denuncian que con tal de disuadir a las prostitutas de la calle  —y a los potenciales clientes—  se ha incrementado la vigilancia policial. “Hay furgones de policía que se dedican a mirar, a inspeccionar o caminar por la Calle Robadors. Son técnicas para espantar al cliente”, explica.



“Nos obligan a cerrar los pisos porque no tenemos licencia de actividad, pero para que eso ocurra primero tienen que reconocer la prostitución como actividad. Eso es una contradicción. Es el juego sucio de la administración”



Recientemente, cerca de este mismo piso tapiado, un colectivo diverso del barrio del Raval ocupó un piso cercano, el del número 43 de la misma calle. Diversas asociaciones del barrio, sindicales y activistas, denuncian que el Raval se está convirtiendo en objetivo de inmobiliarias, bancos o fondos de inversión que usan los pisos para especular y desatienden las necesidades de sus vecinos. En este nuevo piso ocupado, propiedad del Ayuntamiento y vacío desde hace 10 años, Prostitutas Indignadas ha abierto una pequeña sede, compartida con otros colectivos como una organización de jóvenes de Ciutat Vella y un casal independentista. Desde el Ayuntamiento recalcan que precisamente desde julio existía una orden para empezar a rehabilitar este edificio y crear vivienda social.

A pocos metros de Calle Robadors, la terraza de La Monroe (detrás de la Filmoteca) está repleta de gente, ajena a todos los dramas. La mayor parte de ellos jóvenes de entre 20 y 30 años, muchos de ellos turistas que están de paso por la ciudad. En esta terraza, adornada con sillas de colores y algunas plantas, un mix de olivas te cuesta 3,50 euros y una ensalada verde 8. La gente del barrio no está ahí. No se lo puede pagar. Las trabajadoras sexuales desfilan a pocos metros ante la mirada indiferente de algunos; la complicidad de sus vecinos de toda la vida; y la curiosidad de otros tantos, que incluso sacan la cámara para tomar alguna foto y subirla luego a su Instagram.

“Hay cierto fetiche por lo folclórico también. El fetiche de pasar por la calle de las putas, por la calle peligrosa. Es un flujo constante de personas no implicadas en el barrio, que básicamente pasan cinco minutos y hacen fotos. Fotos de pobres simplemente”, relata Maricarmen, conocida activista transgénero y prostituta que también ha trabajado durante muchos años en esa misma zona. También denuncia que alguna vez, aunque no siempre, se viven episodios de acoso por parte de grupos de chavales, no clientes, que se sobrepasan con las trabajadoras. "Es como, ah, qué bien, vamos a tocar culos o a decir cosas a las chicas de Robadors".

Ella misma me explica uno de esos episodios “parque temático” que ha vivido en primera persona. Un día se encontró en las redes sociales una foto de ella besándose con un chico en el Raval subida en el perfil de un periodista. La foto se viralizó un poco. Nadie le había pedido permiso. “El periodista intentaba justificar que la foto era muy bonita, el encuadre. Pero yo traté de explicarle que esa foto me exponía mucho a mí y a la otra persona. Ese hombre no conocía nada de mí, ni de mi situación personal, ni si había salido del armario, e incluso si le estaba poniendo los cuernos a mi novio”, sostiene.



Hay cierto fetiche por lo folclórico también. El fetiche de pasar por la calle de las putas, por la calle peligrosa. Es un flujo constante de personas no implicadas en el barrio, que básicamente pasan cinco minutos y hacen fotos. Fotos de pobres simplemente



Los vecinos del Raval de toda la vida denuncian que no quieren seguir siendo figurantes en su propio barrio. La especulación inmobiliaria y turistificación se está cargando todo el tejido social y una comunidad que hasta hace relativamente poco vivía en relativa armonía. Los pisos y comercios de toda la vida se apagan para dar paso a pisos turísticos, Airbnb a 30 euros la noche o lujosos hoteles como el Barceló Raval. Emblemáticas tiendas de ropas y tejidos, como El Indio, se convierten en restaurantes; mientras no para de extenderse como un virus coworking con palés y cactus, tiendas de artesanía ‘cuqui’, jabones orgánicos y restaurantes como el Dos Palillos cuyo menú más barato te sale por 80 euros.

“Quede claro que esto no es un enfrentamiento personal con los turistas o con algunos nuevos vecinos. El tema fundamental aquí es la especulación. Raval ha adquirido ahora cierto interés porque es un barrio cercano al centro. Los vecinos nos quejamos porque desde el 92 se han hecho medidas ‘positivas’ para regenerar el barrio, pero el resultado de fondo es la expulsión de la gente mayor. El mercado dice que la gente común no puede vivir en el centro y nos expulsa a otras zonas como Hospitalet o Trinitat. Evidentemente nos oponemos a esa lógica capitalista”, explica Iñaki García, vecino del barrio y miembro activo en asociaciones del barrio como Assamblea del Raval y El Lokal.

García asegura que el tema de la prostitución nunca ha sido un problema: “Son vecinas del barrio. Las conocemos de toda la vida. Van a comprar, como todo el mundo, y llevan a sus hijos a la escuela, van al médico". Frente a posturas que defienden limpiar la calle mediante la persecución y la erradicación, y que se han demostrado ineficaces, otro sector del barrio considera que hay que buscar una solución de raíz para ellas. “Hay que reconocer su trabajo, garantizarle unos mínimos de seguridad e higiene. Hay que tomar conciencia”, subraya. García también considera que desde algunos sectores se intenta vincular el trabajo sexual con la trata o incluso con los narcopisos, “pero esto no tiene nada que ver”, insiste.



Los vecinos del barrio somos los primeros interesados en que los pisos vacíos no se ocupen por mafias ilegales de narcotraficantes porque esto solo beneficia a las inmobiliarias. Al final lo que consiguen es expulsar a la gente del barrio, por culpa de la violencia y del miedo; y luego las inmobiliarias reaquilaran por mucho más dinero



“Los vecinos del barrio somos los primeros interesados en que los pisos vacíos no se ocupen por mafias ilegales de narcotraficantes porque esto solo beneficia a las inmobiliarias. Al final lo que consiguen es expulsar a la gente del barrio, por culpa de la violencia y del miedo; y luego las inmobiliarias reaquilaran por mucho más dinero”, explica. Desde hace algunos meses los vecinos del Raval se están organizando, con concentraciones y caceroladas, para exigir responsabilidad de la Administración y poner freno a la plaga de narcopisos que desde hace algunos meses inunda el mapa del barrio y ha provocado un repunte en el consumo de heroína y más violencia. La ruta ya tiene hasta nombre: la ruta decadente.

A pocos metros del mítico Marsella, una taberna con dos siglos de historia, cuelga del balcón de una vivienda una pancarta que ya es habitual en muchos de estos barrios gentrificados o en proceso de hacerlo. “Volem un barri digne” (Queremos un barrio digno). Al poco, pasa una pareja de franceses de unos 30 años que hace poco que se ha instalado en el barrio, junto a su bebé de 7 meses. “Hombre, preferimos que no hubiera prostitución en la calle para que los niños no lo vean”. Al poco, se acerca Marcela, una septuagenario que estaba escuchando la conversación. “No, las trabajadoras sexuales no son el problema. Nunca lo han sido. A mí me molesta el ruido de los turistas, de las terrazas y los borrachos hasta las tantas en la Rambla del Raval”, espeta, mientras se aleja repitiendo aquello de que el Raval ya no es lo que era.

Pero, ¿qué es realmente lo que no es digno? ¿qué haya mujeres trabajando en la calle? ¿o que esas mismas mujeres y sus vecinos no puedan tomarse una coca-cola porque la mayor parte de locales tiene precios abusivos? ¿O qué les expulsen de sus casas porque, en el mejor de los casos, están pagando 1300 euros por 50m?”. “Claro, el tema de la dignidad es muy ambiguo. El mismo señor que quizás sale al balcón para exigirnos dignidad a nosotras, por trabajar en calle, es el mismo que quizás tiene a su hijo entretenido jugando a un videojuego de guerra en el ordenador”, critica Maricarmen.

Al final, una pancarta de 'quiero un barrio digno', ¿qué significa? ¿qué no queremos pobres en este barrio? ¿qué no queremos las consecuencias colaterales que se derivan de un barrio pobre? Entonces me parecería mucho más acertado poner un cartel sobre erradicar la pobreza. Seguramente sería un cartel en el que estaríamos todas de acuerdo y no atentaría contra la dignidad de nadie”, concluye.



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