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Artículo La muñeca sexual que puede decirte ‘no’... pero a la que puedes forzar Culture

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La muñeca sexual que puede decirte ‘no’... pero a la que puedes forzar

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¿Consentimiento en robots sexuales o cultura de la violación en plástico?

víctor parkas

25 Junio 2018 13:52

Las muñecas sexuales, aquéllas que han superado la tosca fase hinchable mediante inteligencia artificial, ahora son capaces de sudar, jadear, lubricarse. Si quién las ha fabricado es el catalán Sergi Santos, el dispositivo plástico antropomórfico será capaz incluso de sentir placer.

De alcanzar, llegado el clímax, algo parecido al orgasmo.

Samantha, la creación más famosa de Santos, ahora cuenta con un nuevo plugin: la muñeca puede ver activado su modo ‘torpe’ si considera que tu actitud para con ella está siendo demasiado irrespetuosa y agresiva, negándote verbalmente su consentimiento a tener relaciones sexuales contigo.

Si vas demasiado rápido, Samantha puede decirte ‘no’. También, si se encuentra cansada o si, simplemente, en ese momento, al algoritmo que la rige, no le apetece tener un encuentro sexual. En cualquiera de los tres casos, el propietario del robot puede desoír la negativa y forzar la muñeca a tener relaciones no consentidas.

Lo peculiar no es que Santos haya integrado el ‘no’ en las múltiples respuestas que puede darte su creación, sino que desmerecer su falta de consentimiento sea una de las posibilidades que el usuario pueda explorar con la muñeca. La mejora no parece tanto una táctica de educación sexual como una versión deluxe de un sometimiento que ya, de por sí, dispositivos como las muñecas sexuales llevan implícito.

Basta atender a cualquier web porno para cerciorarse que prácticas como ‘abuso’ y ‘violación’ son tan comunes como ‘interacial’ o ‘tríos’. Es decir: ‘abusar’ y ‘violar’ son dos prácticas sexuales despenalizadas en el ámbito privado, que es, precisamente, la trinchera desde la que batalla un robot doméstico como Samantha.

No es descabellado pensar que su ‘no’ tendrá una función similar a la de sus pechos de plástico o a la de su clit hiperrealista: excitar al cliente mediante la posibilidad de gestionar ese ‘no’ como prefiera y guste, sabiendo que Samantha no puede luchar, ni resistirse. ¿Cultura de la violación? En plástico de 10.000 dólares.

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