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Opinion Queridos políticamente incorrectos: Culture

Queridos políticamente incorrectos:

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/OPINIÓN/ “Estaría bien que los adalides de la incorrección política subsanasen, con sus insultos, conflictos de los que no fueran parte”

“A (Gabriel) Rufián hay que contestarle en sede parlamentaria diciéndole”, reza una columna de El Mundo, “¿La polla, mariconazo, cómo prefieres comérmela: de un golpe o por tiempos?”. La línea, que ha catapultado a su autor al TT nacional, puede parecer de patio de colegio, pero no de un colegio cualquiera: “mariconazo”, “comérmela”, toda esa basura, son chascarrillos que se extinguieron tan pronto como lo hicieron los centros de Auxilio Social. Están maldiciendo, pero maldiciendo como unos criajos de Cuéntame.

Que la incorrección política sea la pausa para el café del machista, del racista, del homófobo —”si ya les dejamos casarse”, pensarán, “¿por qué no podemos tratarlos como mierda?”— no es ni bueno, ni tampoco malo: simplemente es. Y es, no tanto por una defensa del librepensamiento, sino porque revisarse requiere dedicación y tiempo. Como sacarse másters, sí: no es casual que los mismos políticos que mienten en su currículum militen en partidos fundados por columnistos liberal-malotes.

La derecha liberal española es vaga por inercia: siempre se encuentra la mesa puesta y el lavabo limpio, porque se deja a una madre para hacer madre a otra mujer. No le vengáis con novedades, a la derecha liberal española: una “polla” y un “mariconazo” es todo el ingenio que vais a sacar de ella.

Quizás sea la naturaleza destructora del insulto la que hace pensar en el género —el de poner verde a un tercero— como un cruce de caminos en el que debes escoger el mal menor: sintetizar en una sola palabra la difamación ajena siempre acabará incurriendo en algún tipo de opresión. “Subnormal” es capacitista. “Cabrón” es especista. “Lameculos” es LGTBfobo. La interseccionalidad es una herramienta útil, pero de uso complejo cuando la sensibilidad de uno sigue anclada en el especial nochevieja ¡Viva 86!

Pero, ¿se puede acaso ser de derechas, políticamente incorrecto y tener retranca en lo faltón? Federico Jiménez Losantos es, en algunas ocasiones, un intento. Dentro de su particular universo, Carles Puigdemont responde al nombre de Cocomocho, Manuela Carmena es la Abuela de la Lata, Nacho Escolar es Preescolar, Cristóbal Montoro es (no hay errata, no hay especismo) el Murciégalo, Pablo Echenique es Echeminga Dominga. ¿Pablo Iglesias? Pablenín, residente en el chalet, no de Galapagar, sino de Villa Tinaja.

Sí: Losantos ha hecho de la afrenta verbal un name-dropping con el que podrías bautizar a las marionetas de un programa evangelista.

El insulto, bien afinado, fue definido por Sánchez Ferlosio como “la forma más primitiva, originaria, de la diplomacia, en la medida en que esta es el arte de resolver por acuerdos de palabra lo que podría llevar a conflictos armados”. Estaría bien que los adalides de la incorrección política subsanasen, con sus insultos, conflictos de los que no fueran parte. Lo conflictivo de ser un “mariconazo”, lo conflictivo de “comer pollas”, lo conflictivo de debatirse entre si hacerlo “de un golpe” o “por tiempos”, ya solamente lo generan ellos.

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