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¿Por qué está mal apuñalar a un ultra que amenazaba con fusilar personas?

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Imagen: Reuters
 

La agresión contra Jair Bolsonaro abre muchas preguntas: ¿está bien golpear a un nazi pero no apuñalarlo? ¿Por qué aprobamos la agresión y no el asesinato? ¿No estaría justificado asesinar a un nazi si con ello prevenimos un mal mayor? Repasamos algunos de los principales argumentos morales que se han utilizado para justificar la violencia

Eudald Espluga

07 Septiembre 2018 18:01

Antes de recibir una puñalada, el ultra brasileño Jair Bolsonaro era considerado una amenaza para la democracia. El candidato a la presidencia, que actualmente lidera las encuestas de intención de voto, había dicho públicamente que la dictadura militar no asesinó a suficientes comunistas, había amenazado con "fusilar" a los miembros del Partido de los Trabajadores y había defendido la legalización de las armas: "el único bandido bueno es un bandido muerto".

Sin embargo, después de que este jueves un ex militante del Partido Socialista lo apuñalara en el abdomen durante un acto de campaña en el Estado de Minas Gerais, la oposición se ha mostrado unánime en la condena de la violencia, que ha sido tratada, también, como una amenaza para la democracia.

Se trata de una contradicción aparente que reproduce un dilema moral muy conocido: ¿está justificado utilizar la violencia para detener una violencia mucho mayor?, ¿o siempre debemos condenar la violencia en sí misma?

"Apuñala a un nazi"

En la cultura popular, este dilema se ha vehículado a través de un tópico literario bien conocido: el "punch a nazi".

Basta con recorrer brevemente la literatura de superhéroes americanos para descubrir que por lo menos Superman, Wonder Woman, Black Panther, las tortugas ninjas, Capitán America, Batman, HellBoy y Daredevil han aparecido golpeando a ultraderechistas, nazis y hasta al propio Hitler.

Estos cómics explotan el placer -y el alivio- que los espectadores con sensibilidad antifascista experimentamos al ver cómo los superhéroes apalean sin piedad a los supremacistas. Es la consumación de una fantasía de venganza que Inglorious bastards, la película de Quentin Tarantino, llevó hasta sus últimas consecuencias.

En estos casos, se aprovecha la ficción para coquetear con una violencia que la mayoría no parecemos estar dispuestos a aceptar a la práctica. El miedo a transformarnos en aquello que estamos criticando —imaginar a nazis gaseados en campos de concentración— conlleva que una agresión menor como es el puñetazo se haya convertido en el límite simbólico de violencia permitida.

Pero, ¿qué pasa cuando el "punch a nazi" se hace realidad?

Hace poco más de un año, con el auge de la extrema derecha en EEUU, la agresión en directo contra el supremacista blanco Richard Spencer se volvió rápidamente viral. Apenas unos días después, en Seattle, un hombre que llevaba un brazalete con una esvástica era perseguido y golpeado.

A pesar de que los grandes medios condenaron las agresiones —"No golpeéis a los nazis"; "Por favor no golpeéis a los nazis"; "No, no golpeéis más a los nazis"—, fueron muchísimas las personas que celebraron y compartieron las imágenes del ataque. En ambos casos el puñetazo se ajustaba perfectamente al imaginario del "punch a nazi" y, igual que en la ficción, resultaba fácil empatizar con este tipo de violencia.

Sin embargo, la puñalada a Bolsonaro resulta mucho más incómoda de tratar bajo este mismo esquema, ya que hace tambalear nuestro sentido de la justicia: ¿Por qué está bien golpear a un nazi pero no apuñalarlo? ¿Por qué la agresión sí y el asesinato no? ¿No estaría justificado asesinar a un nazi si con ello prevenimos un mal mayor?

El caso Bolsonaro

Cuando se plantean dilemas morales como el de "punch a nazi", acostumbramos a discutir desde lo visceral, ya sea por el rechazo absoluto a la violencia —"la violencia nunca está justificada"—, por la convicción que la violencia es un concepto secuestrado por el poder —"no llamamos violencia a la violencia de estado"— o por la atención exclusiva al contexto en el que la discusión se produce —"la puñalada convierte a Bolsonaro en un héroe y le favorece electoralmente"—.

Si condenamos la puñalada superficial contra Bolsonaro porque le favorece electoralmente, ¿quiere decir que estaríamos a favor de una puñalada que acabara con su vida?

Sin embargo, si queremos poner en claro los argumentos que recorren esta discusión, debemos atender al tipo de teoría moral que subyace a nuestras opiniones: si condenamos la violencia en un sentido absoluto, ¿quiere decir que no aprobaríamos el asesinato de un dictador fascista para acabar con su reinado?; si condenamos la puñalada superficial porque favorece a Bolsonaro, ¿quiere decir que estaríamos a favor de una puñalada que acabara con su vida?

Para escapar a estas discusiones circulares, proponemos un esquema con los principales argumentos morales que se acostumbran a utilizar para discutir los "punch a nazi".

1. Argumento universalista

Cuando afirmamos que "la violencia nunca está justificada" o "la violencia siempre es mala", estamos formulando una regla. Creemos que para saber si algo está bien o no, debemos preguntarnos por su validez universal: ¿querría que la máxima de esta acción se convirtiera en una ley para todo el mundo?

En el caso de Bolsonaro, quienes simpatizan con la posición universalista, responderán negativamente: no quieren que la violencia pueda convierta en una respuesta universal.

Pero hay otras reglas universales que pueden aplicarse en este caso, como por ejemplo "detener la ultraderecha está siempre bien" o "la violencia siempre está mal, excepto cuando contribuye a detener a la ultraderecha".

El universalismo no nos compromete con la dicotomía entre violencia siempre / violencia nunca, pero nos obliga a pasar por alto las consecuencias particulares de las acciones que decidamos tomar: si creemos que la violencia está universalmente justificada si sirve para detener a la ultraderecha, no podremos quejarnos del hecho que la puñalada a Bolsonaro haya favorecido electoralmente a la ultraderecha.

2. Argumento finalista

En vez de fijarnos en reglas, y decidir si pueden aplicarse universalmente, podemos juzgar la bondad o la maldad de una acción atendido solo a la bondad o la maldad de la finalidad que persigue.

En uno de los libros más importantes que escribió Hannah Arendt, titulado Sobre la violencia, la pensadora alemana afirma que, a diferencia del poder o la fuerza, la violencia siempre necesita herramientas. "La verdadera sustancia de la acción violenta es regida por la categoría medios-fin cuya principal característica, aplicada a los asuntos humanos, ha sido siempre la de que el fin está en peligro de verse superado por los medios a los que justifica y que son necesarios para alcanzarlo".

Es una forma interesante de abordar el debate, ya que va más allá de la manida formula "el fin justifica los medios". En el caso de los puñetazos a supremacistas, por muy polémica que resulte la agresión, parece que los medios difícilmente pondrán en peligro el fin: luchar contra los nazis. Pero en el caso de Bolsonaro, una puñalada es suficientemente grave como para que la finalidad que se perseguía al principio quede completamente desdibujada.

3. Argumento consecuencialista

Por último, podemos no tener en cuenta ni la regla universal que guía nuestra acción ni la finalidad que se persigue, y atender solamente a las consecuencias. Dicho de otro modo: una acción será buena o mala según si las consecuencias que se deriven de ella nos satisfacen o no.

A diferencia de los anteriores, no es un argumento que pueda formularse sin tener en cuenta el contexto. Golpear a un nazi estará bien o mal según si el hacerlo acaba contribuyendo a nuestros intereses. Y lo mismo podríamos decir de la puñalada a Bolsonaro: si las consecuencias que se derivan de la agresión terminan favoreciéndonos, puede considerarse que la acción ha sido correcta.

Esta posición parece especialmente arbitraria y subjetiva, por lo que algunas teorías filosóficas han tratado de refinar el argumento y defienden que serán buenas aquellas acciones cuyas consecuencias aumenten el bienestar del mayor número de personas. Por lo tanto, si entendiésemos que la muerte de Bolsonaro favorece a más personas de las que perjudica, entonces intentar asesinarlo sería lo correcto.

Sin embargo, este argumento, como todos los consecuencialistas, es especialmente peligroso: permite justificar cosas tan horribles como... el propio nazismo.

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