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Cómo huir de la ciudad escondido en la propia ciudad

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"Siempre me ha atraído plantearme qué haría si me tocara vivir en la calle"

claudio moreno

28 Agosto 2017 06:00

Bajo el puente de una gran ciudad esperas encontrar basura apilada, latas vacías, condones y unas cuantas firmas grafiteadas sobre la pared. Es un espacio incómodo, asociado simbólicamente a lo marginal, al que nadie le pide mucho más. O, mejor dicho, casi nadie. El valenciano Fernando Abellanas ha aprovechado la intimidad que encierra el vano de un puente –indeterminado– para construir una suerte de oficina flotante y movible adosada mediante raíles a la estructura de hormigón.


Indeterminado porque sólo él sabe dónde está: “El hecho de no contárselo a nadie va con el carácter del proyecto. Siempre he visto este tipo de espacios en desuso con una mirada un poco infantil; lugares donde jugar o escondernos, como cuando de niños, en una celebración cualquiera, nos levantábamos de la mesa para encerrarnos en el armario. Quedábamos aislados, pero seguíamos escuchando y viendo lo que ocurría a nuestro alrededor”.  

Un razonamiento estético que va de la mano de otro mucho más prosaico: “También es verdad que el sitio donde está montado no es del todo legal, no se ha pedido ningún permiso. Si empieza a ir gente va a terminar visibilizándose”.

El estudio de este diseñador de 33 años es en realidad un artefacto performativo que aspira a resignificar el mapa urbano para convertirlo en un tablero de juego. La misma idea que en su día manejaron surrealistas, primero, y situacionistas después.


Siempre he visto los espacios en desuso de la ciudad con una mirada un poco infantil; lugares en los que esconderme y jugar.



Los últimos convirtieron la experimentación en una fuerza emancipadora de la concepción utilitarista de la ciudad; escapando, además, de la lógica competitiva y profundamente capitalista que rige al juego en la adultez.

De este modo vemos que, mientras las expresiones lúdicas asociadas al dinero y la competencia están perfectamente legitimadas, todo lo que aspira a dialogar con el entorno entra en la categoría de vandalismo. Inventar plataformas o pintar en las paredes es violencia, dejarse el salario en las casas de apuestas se llama juego. Luego, a ver cómo se le explica a un niño que su padre está ingresado por “jugar demasiado”.

En definitiva, imaginar una ciudad distinta exige cierta rebeldía: “Nunca he querido relacionar las intervenciones en espacios públicos con mi imagen de diseñador, porque no sabía si la gente lo iba a entender. Ya no me da miedo mostrarlo, el que lo entienda bien, el que no…”


El sitio donde está montado no es del todo legal, no se ha pedido ningún permiso.



Deja colgando la frase como quedaron colgando los proyectos urbanísticos en los que interviene, remanentes de la crisis inmobiliaria: “Hace unos años aproveché unas vías de metro que estuvieron muchos años paradas en Valencia por el tema de la crisis. Me construí un coche a motor y recorrí todo el trayecto con él. Hay un vídeo, si buscas ‘Metro Ride’ te sale”.

Dentro vídeo:

La manera en la que se entienden las políticas urbanísticas locales, mezcla de acumulación y falta de previsión, van dejando infraestructuras infrautilizadas e infraestructuras insuficientes; barrios masificados frente a otros despoblados; locales abandonados junto a pisos, pisos, pisos.

Tanta grúa y tanto cemento para hacinarnos verticalmente en zulos de 1200 euros. Le planteamos al diseñador que quizás su plataforma anticipe un futuro, no demasiado lejano, donde vivir debajo de un puente deje de ser una expresión. Pero no, no va por ahí: “Me interesa mucho la forma alternativa de vivir y todo lo que sea plantearse lo que nos viene dado por herencia, pero a este espacio le faltan cualidades para ser habitable”.

Y continúa: “Siempre me ha atraído la concepción cinematográfica del vagabundo, plantearme qué haría si me tocara vivir en la calle. Sé que pensamos en ellos como personas con problemas que les impiden buscarse la vida, pero a mí me atrae la libertad y la falta de ataduras. La posibilidad de tener un espacio con unas calidades mínimas por el que nadie te obligue a nada. Busco una vida sencilla”.

Una segunda cuestión subyace en el proyecto de Fernando; su estudio se parece a otros de su ámbito: mucha madera, silla de diseño nórdico, un cactus, varios retratos. Una composición tramposamente pulcra bajo la que operan dinámicas de exigencia extrema y sumisión. El detalle de echarse a dormir en el mismo suelo de la oficina quizás no sea casual.

Pero tampoco va por ahí: “No quiero dar imagen de estudio limpio, de producto muy bien puesto. En realidad yo no vivo de esto; soy fontanero. A los 17 años dejé de estudiar y de forma autodidacta aprendí la fontanería. Dos años después me puse de autónomo y hasta hoy. Empecé a finales del boom inmobiliario, cuando estaba todo el mundo loco con el trabajo, y desde entonces tengo unos clientes y unos ingresos que no me interesa perder porque gracias a ellos puedo hacer lo que me da la gana. Entre otras cosas dedicar tiempo y recursos al diseño o el arte".


Va con el carácter y yo soy bastante solitario.



12 años de trayectoria, dice, en los que la soledad del autónomo no le ha hecho mella. Incluso la busca: “Eso va con el carácter y yo soy bastante solitario, me viene mucho mejor trabajar solo. Además, en el diseño hay que estar continuamente tomando decisiones y a mí me costaría tener que preguntarle al grupo todo lo que hago. Trabajar para que los demás den su aprobado. Yo trabajo muy rápido, para mí sería un problema”.

La soledad de la que habla queda patente en los dos minutos y medio que dura la pieza. Indiferente al ruido externo (de fondo pasa un tren de cercanías), Fernando come y lee; después extiende un edredón, se acomoda la almohada, cierra las puertas de su caseta y apaga el candil escapando también del espectador. 



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