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Ugly Delicious: tienes derecho a saber si tu comida está rellena de racismo

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La nueva serie de Netflix sorprende con 4 formas de racismo encubierto. No es un racismo individual hacia nadie. Es algo más peligroso: racismo de ideas comprado a gran escala usando la comida

Marc Casanovas

26 Febrero 2018 15:53

Mirar una litografía de Escher es darse de bruces contra las leyes de la gravedad. La vista se obsesiona en recorrer escaleras que no van a ninguna parte. El desafío se convierte en un juego mental para encontrar una salida donde otros sólo ven muros. Así define su trabajo el cocinero David Chang, pieza crucial de Ugly Delicious, la nueva gran apuesta de Netflix que construye escaleras imposibles hacia el significado de la comida sin mostrar ni una sola receta durante los ocho capítulos de la docu serie.

Pese a que resucitar a una revista de culto como Lucky Peach era algo así como querer reanimar a un muerto sin desfibrilador, Ugly Delicious logra salir con medalla del embrollo. De buenas a primeras, parecía un marrón de proporciones bíblicas pretender crear un collage de contenidos donde tuvieran cabida el documental, la entrevista, la infografía e incluso la comedia ficcionada, pero los capítulos avanzan con sorprendente naturalidad con una estética pop adictiva característica de la revista que nos dejó el pasado verano.

Afortunadamente, no es una serie perfecta ni pretende serlo. No buscan tener la razón en nada ni convencer a nadie. Seguramente es todo lo contrario: de Ugly Delicious se sale con más dudas que antes de empezar el visionado. Expone puntos de vista arriesgados con los que fácilmente uno puede estar en desacuerdo (por ejemplo la defensa a ultranza del glutamato sódico o el compararlo todo con la cocina asiática). Pero todo se hace con honestidad y una sinceridad pasmosa buscando generar debate.

De Ugly Delicious se sale con más dudas que antes de empezar el visionado.

La fealdad buena que propone el título se respira en cada secuencia. Por fin una serie de comida ha entendido que se debe poner fin al exhibicionismo del food porn. Hablando en plata: hemos soportado demasiado tiempo todas las video recetas de Tasty sin mirar por el retrovisor. Entendíamos que si tenían millones de views era la única manera de hablar de comida en imágenes. El plano detalle de miles de capas de queso fundido, la carne de vacuno supurando grasa al fuego o la explosión de la yema de huevo en la boca son placeres efímeros condenados al olvido si no se explica ninguna historia sólida.

Y David Chang y Peter Meehan, bajo la batuta del director Morgan Neville, se sacan de la chistera historias enquistadas en la subcultura norteamericana. Nadie había utilizado el pollo frito o la sandía como un motor de mil revoluciones para denunciar el racismo hacia la comunidad negra. Como si el pollo frito fuera lo único que les gusta ( y lo único que merecen). Por eso, aún a día de hoy, es complicado ver a un negro comiendo pollo frito rodeado de blancos. Hay algo de "no os voy a dar el placer". A este nivel, extraña ver a un chef negro cocinando pato en lugar de pollo porque aún no se siente cómodo con la implicación racista de la receta original.

Nadie había presentado la humildad de un plato de arroz frito como hilo conductor para entender los perjuicios hacia la comunidad asiática. ¿Por qué los norteamericanos pagan cualquier precio por un plato de ravioli italianos y se quejan si unos dim sum suben un dólar? "Porque no son blancos", dice la periodista Serena Dai.

Nadie había visto ni olido que las rígidas recetas centenarias con langosta escondían historias maquiavélicas del Ku Klux Klan contra la población vietnamita. Pocos quieren recordar los ataques racistas a las barcas de los pescadores vietnamitas que lo único que hacían mal era ser mejores pescadores que los blancos.

Nadie se había servido del taco como alimento de resistencia cultural y política para mostrar los problemas de ciudadanía de los mexicanos. Es irónico que el mejor restaurante de Philadelphia sea la taquería de Cristina Martinez, una cocinera irregular sin papeles que en cualquier momento podría ser deportada pese a dar trabajo a más de veinte personas y ayudar a fomentar la comunidad en su ciudad.

No es racismo individual hacia nadie en particular. Es algo mucho más peligroso: racismo de ideas comprado a gran escala. .

En definitiva, son 4 formas de racismo. No es racismo individual hacia nadie en particular. Es algo mucho más peligroso: racismo de ideas comprado a gran escala.

Ugly Delicious propone preguntas incómodas y busca respuestas reales que, a veces se encuentran y otras veces sirven para generar nuevas preguntas aún más necesarias. Todo para demostrar que algunos platos vinculados a ciertas comunidades esconden una intrahistoria que nadie había puesto en duda por temor a la autenticidad.

Al final de la serie queda claro que no se puede cambiarla la política de nada ni nadie por la fuerza, pero se puede hablar de la pizza, de los tacos, de la comida casera, de las gambas o la langosta, de la barbacoa, del pollo o el arroz frito y de la pasta rellena para introducir una nueva visión de sus comunidades gracias al poder de la comida. Porque la buena cocina tiene que ser por y para todos, ¿Verdad?

David Chang lo sabe y lo intenta con mucho riesgo para su integridad personal. El mediático cocinero utiliza esta docu serie como terapia para espantar sus demonios interiores. No se esconde de nada ni de nadie. Más bien se desnuda sin miedo al precipicio. Quizás demasiado. Aparecen sus miedos de la infancia, sus dudas por ser un niño coreano entre familias blancas, su rechazo visceral del pasado, su relación especial con su madre, los sabores que no soporta y los que teme, sus errores como aprendiz de cocinero y como chef de éxito. Incluso muestra lo más íntimo y sagrado de uno mismo: el despertar en casa junto a su mujer o el día de Acción de Gracias con toda la familia.

Cuando vemos a un cocinero que duda de si mismo, que desconfía de sus decisiones, que sospecha de lo aprendido, es cuando vemos a un cocinero en el mejor momento de su carrera profesional.

En toda esta recopilación de momentos personales reside la magia de Ugly Delicious. Cuando vemos a un cocinero que duda de si mismo, que desconfía de sus decisiones, que sospecha de lo aprendido. Es aquí cuando vemos a un cocinero en el mejor momento de su carrera profesional dispuesto a desaprender para llegar a las emociones: “Prefiero olvidar la vanguardia y hacer comida nutritiva y deliciosa. Centrarme en las emociones”, dice mirando a cámara.

Nada de esto sería posible sin un presupuesto millonario. Sorprende ver tal exhibición de medios para una serie de comida. No hay precedentes: la producción es excelente con viaje spor todo el mundo, la investigación de referentes rigurosa, la selección de entrevistados precisa con historiadores, escritores y críticos gastronómicos al servicio del interés periodístico, la aparición justa de famosos con valor añadido para la trama y lo mejor: la comida es protagonista por su valor histórico independientemente de su precio o su elaboración. El mismo valor tiene un taco que una langosta. Igualdad en la mesa.

Con el visionado de Ugly Delicious no aprenderás a cocinar mejor, pero entenderás por qué comes lo que comes y por qué en tu casa se cocina lo que se cocina.

Por ese motivo a nadie tendría que sorprenderle que aparezcan los mejores chefs del mundo como René Redzepi o Massimo Bottura mezclados con cadenas de comida basura. Taco Bell, Domino’s Pizza, Panda Express, Kentucky Fried Chicken forman parte de nuestra sociedad y millones de personas comen en sus locales. Nos guste o no han logrado asentarse en nuestros hábitos por algún motivo. Y sociológicamente tiene una interés altísimo para entender el comportamiento humano.

“Así es como siempre se ha hecho”. No hay frase mejor para esta serie para entrar en el debate de la autenticidad e intentar preguntarse el por qué de lo sacralizado. Lo que está claro es que con el visionado de Ugly Delicious no aprenderás a cocinar mejor, pero entenderás por qué comes lo que comes y por qué en tu casa se cocina lo que se cocina. Quizás algunos de los motivos no resultarán agradables, pero saldremos ganando porque lo mejor para todos puede ser deliciosamente feo.

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