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Artículo Existen pasteles normales y luego está EL PASTEL mongol Food

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Existen pasteles normales y luego está EL PASTEL mongol

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Decidieron crear un pastel en honor a una montaña mágica, pero se les fue de las manos

Rosa Molinero Trias

05 Diciembre 2016 18:37

Durante el año nuevo mongol (“Tsagaan Sar”) solamente se consumen platos que tengan un color blanquecino para simbolizar la pureza y simular los paisajes nevados de la estepa.

Entre ellos, se encuentra un pastel colosal, el ul boov, que tiene más de altar a los dioses (o de mesita de noche) que de postre.

Su nombre quiere decir “pastel de suela de zapato”, en referencia a los bizcochos que lo construyen, que tienen la forma de las huellas que quedan al caminar por la nieve.

Estos bizcochos están hechos con harina de trigo, agua, shar tos (una mantequilla mongola condimentada con azúcar y sal) y un molde con unos grabados que son únicos en cada familia. Luego se fríen en grasa de ternera.

Y una vez listos, se organizan de manera que se recree el monte Shambhala, el pueblo mítico del budismo tibetano, o el Meru, una montaña simbólica del hinduismo de 450 mil kilómetros de altura, rodeada por siete océanos y siete muros, donde viven 33 millones de dioses, entre ellos el dios Shivá.

Un mandala del monte Meru

En la cima se suelen añadir terrones de azúcar de distintas formas, aarul, un requesón seco de leche de yak, camello o oveja, urum, una crema densa, y a veces hasta caramelos, algunos envueltos en plástico.

El pastel se sirve en la víspera de año nuevo, cuando todas las generaciones de la familia se juntan y llevan a cabo una serie de rituales: limpiar la casa, pagar las deudas, deshacer las rencillas que se han creado durante el año y construir el pastel ul boov.

El gobierno mongol en el Tasagaan Sar de 2011

Según la edad se dispondrá un número determinado de estos pasteles, que siempre será impar para que traiga buena suerte: los jóvenes pondrán tres capas, los mayores cinco y los abuelos de siete al infinito. La construcción del pastel es toda una tradición y un juego de equilibrio que, en algunas ocasiones, adquiere proporciones irreales.

Tiene tanto simbolismo incorporado que muchas familias no se lo comen y lo dejan como altar para honrar a los dioses. Casi como una mesita de noche.

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