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Artículo No es una consulta interna: es la masculinidad de un líder en plena reconstrucción Life

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No es una consulta interna: es la masculinidad de un líder en plena reconstrucción

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Podemos está consultando a sus bases si Pablo Iglesias e Irene Montero deben seguir al frente de la Secretaría General y de la Portavocía Parlamentaria del partido, pero, ¿son un par de escaños lo único que está en juego durante este proceso?

víctor parkas

24 Mayo 2018 14:15

La puesta en escena estaba perfectamente dividida: Irene Montero intervenía primero, haciendo un balance sobre el acoso mediático al que les habían sometido a lo largo de la semana, a ella y a su pareja, por su futuro chalet, por su presente hipoteca, por sus pasadas declaraciones. “No deseamos a nadie una situación como ésa”, lamentaba la Portavoz, sobre la que había recaído la porción vulnerable de la comparecencia. Terminaba. Daba un paso, a la izquierda. Pablo tomaba el micro.

Anunció: “Deben ser los inscritos y las inscritas quienes decidan si debemos seguir siendo Secretario General y Portavoz Parlamentaria, si seguimos siendo diputados, y hemos decidido preguntarles”. Eso era lo importante, pero no lo fundamental: “Cuando se cuestiona la credibilidad de uno”, arrancaba Pablo Iglesias, en un masculino singular que contrastaba con el ‘nosotras’ empleado por Montero durante su intervención, “uno no se puede esconder; hay que dar la cara”.

Hay algo en los procesos participativos —mediáticos— de Podemos, quizás no revelado, pero sí latente: todos se resumen en un Pablo Iglesias contra. Podem Amb Futur, contra Albano-Dante Fachin. Vistalegre II, contra Iñigo Errejón. Sin revelarse, no deja de latir: “Hay que acabar con la telenovela de machos alfa en la que yo también participo”, dijo el anticapitalista Miguel Urbán, en las postrimerías de las segundas primarias de partido. Los inscritos, votando una u otra lista, no sólo decidían el futuro de Podemos: también cimentaban, a través de la democracia interna, la masculinidad de los candidatos a la Secretaría General.

La “telenovela de machos alfa” solo terminó cuando, únicamente, quedó uno de los machos en pie.

Pablo Iglesias contra. Es un formato, una fórmula, la entrega de una franquicia confortable en la que siempre gana el nombre que se enuncia primero. James Bond contra Goldfinger. Santo contra los zombies. La pregunta de la última consulta de Podemos — “¿Consideras que Pablo Iglesias e Irene Montero deben seguir al frente de la Secretaría General y de la Portavocía Parlamentaria de Podemos?”— tiene una mecánica diferente: no hay nadie con quién ir en contra, ni campaña de seducción. No hay telenovela, ni pausas publicitarias, ni banda sonora.

De mismo modo que auspició Vistalegre II porque sabía que iba a ganarlo, Pablo Iglesias lanza ahora una consulta a sus bases con la intención de perderla. De irse, no mediante un paso al lado, sino mediante la tutela de una Comisión de Garantías. Un “macho alfa” no dimite, pero sí puede plegarse ante sus bases si, claudicando, no sale reforzada por el camino —Errejón, Urbán, Fachin— ninguna otra figura masculina. Desde el miércoles, lo único que deben decidir las inscritas y los inscritos en Podemos es, o bien hacer click en un “sí”, o bien hacer click en un “no”.

Los votantes más airados de Podemos presionan la casilla de “no” con inquinia, con furia, con desprecio. “A llorar a vuestra mansión, casta”, bromeaba, al votar, Omar Crocs. Hay cierta ingenuidad en pensar que Iglesias y Montero no bendecirían un desaire así: negarles el cargo significa evitarles el trago de ver cómo el partido sigue hundiéndose en las encuestas. “Yo quiero ganar”, le decía Iglesias a Sergi Picazo en 2015. “Salimos a ganar”, insistía, durante los comicios de 2016.

Obedecer a tus bases no cuestiona virilidad alguna. Pero, ¿perder, volver a hacerlo, saberte en cuarto lugar cuando la precampaña todavía no ha empezado? Los co***es.

Durante estos últimos años, la masculinidad de Pablo Iglesias se ha construido y deconstruido con furia especuladora. “Hay que afrontar lo que representa ir a las elecciones de una manera masculina, con cojones”, pronunciaba en una ponencia, antes de saltar a la esfera pública. “Le decimos al poder: aquí estoy yo, y mis pelotas, frente a ti”. Esta masculinidad se volvía, todavía, más hiperbólica en la esfera privada: “La azotaría hasta que sangrase”, escribía sobre Mariló Montero, en un chat grupal no cifrado que hizo las delicias de la extrema derecha mediática.

El nerd de tu colegio ahora tiene un pitbull, porque el tiempo nos cambia: “Tengo la sensación”, sostenía el diputado, dos años más tarde, en un suplemento de La Vanguardia, “de ser menos masculino, en lo que a empatía se refiere, que buena parte de los hombres que conozco, siendo al mismo tiempo, por otra parte”, puntualizaba, “muy masculino: algo que se me nota hasta en la forma de moverme. Supongo que por haberme criado con tres mujeres he desarrollado ciertas sutilezas”. Esa tensión interna, entre lo sensible y lo semental, acabaría definiendo a Iglesias, tanto como las prendas de Alcampo, la coleta rizada y —ahora, a su pesar— el chalet de Galapagar.

En todo tira-y-afloja, la cuerda siempre vence hacia un lado: “El problema de la política es que sus reglas están determinadas por la testosterona”, le decía el político a Virginie Despentes. “El propio liderazgo político está construido en claves masculinas”, claudicaba. “En la izquierda, hay un elemento de poder que, inevitablemente, se tiene que masculinizar en ciertas formas. Nosotros hemos reflexionado mucho sobre el liderazgo, y el liderazgo está concebido a imagen y semejanza del varón: el levantar la voz, el gritar, el enfrentamiento en televisión”. Deconstruir la masculinidad parecía útil, sobre todo, para saber lo necesario que era, si se quería gobernar, volver a ensamblarla.

Cinco días antes de salir a la luz la noticia —Iglesias y Montero se habían hipotecado a 30 años para pagar un chalet con piscina a un precio de 600.000 euros—, el líder de Podemos publicaba, en su cuenta personal de Twitter, una foto en la que aparecía leyendo ¿Dónde está mi tribu? El ensayo, firmado por Carolina de Olmo, es uno de los títulos más influyentes en lo que maternidades (y paternidades) no-normativas se refiere. En manos de Iglesias, pronto padre de dos gemelos, era síntoma de una refundación: los marcadores de (la nueva) masculinidad quizás ya no había que buscarlos en el grito y el enfrentamiento político, sino en una paternidad activa, coral, alternativa.

"Si la decisión de querer que mis hijos puedan crecer un poco apartados de la exposición pública que tienen sus padres me inhabilita para estar donde estoy”, defendía Iglesias ayer en La Ser, “pues pongo mi cargo a disposición de las personas inscritas para que decidan". Apelar, no a los que están, sino a los que vienen, deja claro que en este proceso interno no sólo están en juego dos escaños: lo que se disputa es el tipo de hombre con el que, mientras sale por una puerta más o menos grande, marcha o no a hombros, se identificará a Pablo Iglesias.

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